Ocurre, demasiado a menudo, que ante determinados temas adoptamos una actitud hipócrita. Más basada en lo que puedan decir o escribir por ahí que en el cumplimiento del deber. Esta máxima se aplica a cualquier ámbito, pero hoy he optado por referirme al migratorio. Resulta que desde hace unos meses estamos asistiendo al crecimiento de un asentamiento justo al lado del CETI. Lo saben todas las fuerzas de seguridad, las administraciones competentes y los dueños del terreno: los militares; pero, curiosamente, nadie actúa. Así que nos topamos con una especie de CETI alternativo en donde las mujeres viven esclavizadas e incluso se sospecha de la práctica de prostitución, en donde los varones consumen alcohol sin control y en donde puede ocurrir cualquier cosa sin que nadie se entere, debido a lo casi imposible de acceder al lugar. Los que viven en este asentamiento son inmigrantes que no quieren las normas del centro oficial y que, como todos, buscan escapar a la península. La diferencia es que el resto intenta pasar los días formándose, aprendiendo e intentando que algún día sean llamados para cumplir su meta. Mientras, permanecen en esta Ceuta, ciudad que le viene muy bien a Europa porque le sirve de gendarme y contención de una problemática global gracias a que aquí se aplican leyes inventadas. Esos inmigrantes tienen las mismas penalidades que el resto, pero saben que deben moverse dentro de unas normas iguales para todos.
Esto no parece que lo entienda un grupo minoritario, que ha montado todo un mundo al margen en el que se dan la mano todas las ilegalidades que podamos pensar. Llama la atención la inactividad de nuestra administración y de nuestras fuerzas policiales que dejan que pasen los días mientras son testigos de estas ilegalidades. ¿Por qué? Estamos en campaña electoral y lo que menos quieren es una revuelta de inmigrantes o la típica foto de la Policía sacando a la fuerza de un asentamiento ilegal a quienes no están cumpliendo las normas. Se prefiere moverse en una línea no sólo hipócrita sino de incumplimiento del deber para evitar que el famoso racismo mal entendido aparezca en un medio. ¿Qué es más fácil? Ser hipócritas, cobardes y no asumir el papel debido. En el fondo son unos inútiles, capaces de detener a inmigrantes porque representan una violencia moral (aunque luego la justicia les dé un tirón de orejas) mientras que son incapaces de hacer cumplir las normas.
¿No deberían investigar si se está forzando a las mujeres a prostituirse en este lugar?, ¿no deberían saber si se está trapicheando con hachís? O, más grave aún, ¿no deberían obligar a que se cumplan las normas por el bien de todos y de los propios inmigrantes? A ver quién es el listo que comparece si sucede alguna tragedia en un asentamiento repleto de basuras, convertido en un vertedero y en el que se practica fuego a diario. ¿Saldrá don José, que todavía es delegado del Gobierno aunque no lo parezca?, ¿saldrá don Juan, que se persigue hacer fuego en la Mochila pero dejar hacerlo a diario en el Jaral?, ¿saldrá la Policía, que tiene un álbum de fotos de todo lo que pasa?
Y que no repliquen que la justicia no les deja, porque nadie puede vetar que se persigan delitos. En esta sociedad en la que vivimos demasiado deprisa, sin querer problemas, untados de hipocresía y carentes de valores, todavía no sabemos cómo afrontar la inmigración.