Al inclinarme a besar la mano de la camarada que me recibía en el Kremlin, al estilo de Catalina la Grande que exigía que los representantes extranjeros le besaran la mano y le hablaran en francés – parecería más apropiado que el léxico diplomático hubiera adoptado el término legado e incluso aunque resulta demasiado genérico el de enviado, antes que el de embajador en cuya terminología se ha dicho que existe algún tipo de siervo- noté que mis gastados o apretados o lo que fuera pantalones, se rasgaban por el tafanario lo que, en esta versión novelada, me obligó a pasar la hora de las conversaciones -una docena de graves funcionarios y al otro lado de la mesa yo con la habitual intérprete en esos regímenes- desoyendo las insistentes invitaciones de los todavía soviéticos para que me quitara el abrigo, mientras que sudaba la gota gorda en aquellos salones majestuosos donde el frío exterior se combatía como correspondía a los gerifaltes.
A principios de los 80, aunque todavía no estábamos en la luego Unión Europea, España, con la Restauración, avanzaba en bastantes sentidos y en materia de cooperación comenzábamos a pasar de receptores a donantes. Yo era el primer director de cooperación con Africa, Asia y Oceanía y me lancé “con gran dedicación, eficacia y entusiasmo”, como rezaba la propuesta de condecoración, a contar las bondades de nuestra incipiente cooperación internacional, empezando por Africa, principalmente por los países lusófonos, sus cinco excolonias, en las que podíamos entrar con mayor facilidad por la debilidad comparativa de Lisboa y la proximidad idiomática, recorriendo también en aquellos momentos varios países del Este, si bien no pude apreciar como lord Byron “la elegancia de las capas albanesas”, con cuyo atuendo se hizo el celebrado cuadro de Thomas Phillips.
Acababa de visitar Belgrado y Sofia, desde donde me desplacé a Moscú y decidimos incluir en el itinerario Tirana, bajo la dictadura de Enver Hoxha, paro la dirección política entendió que no procedía mi viaje de cooperación a Albania ya que todavía no teníamos relaciones diplomáticas. Pues caramba, así ayudamos a tenerlas antes amén de la neutralidad de la cooperación, se podría quizá haber argumentado. En fin, desde Sofia en un viaje accidentado con unas orondas campesinas y sus jaulas de gallinas y conejos, que se echaban encima de mi traje de Saville Row, cuya elegancia se desvanecía a ojos vista mientras yo me desgañitaba exigiendo que me pasaran a los asientos delanteros ocupados por militares, ya que tenía primera clase y allí me terminaron semi acomodando con simpatía y vodka, lo que nos lleva a Moscú al momento del brindis, que se hizo con vodka pero sin ikrá, una de las primeras y más útiles palabras que aprendí en ruso.
Pocos serían los tratadistas que hubieran pronosticado entonces, la transformación de la gran potencia que protagonizó la guerra fría desde la bilateralidad, a un inocultable declive, siendo desplazados por los chinos, y ofreciendo una muestra inequívoca de su paso de formidable poderío militar, a recordar aquellos impresionantes desfiles en la Plaza Roja, a ni siquiera ser capaces de concluir la guerra de de agresión en Ucrania, donde si bien es cierto que probablemente se quedarán con los territorios anexionados, llevan ya dos años y medio de contienda.
Ahora Rusia juega en política internacional con su táctica de injerencias, totalmente plausible con un presidente vitalicio de profesión espía y aupado por Yeltsin de quien Gorbachov decía que “tiene unas horas de lucidez al día y no todos los días”, lo que nos conduce al segundo acto: la injerencia rusa en España denunciada en el separatismo catalán. Ya ha pasado tiempo desde que escribí y reiteré la conveniencia, partiendo de las tesis románticas de “la nación es un alma” y/o “la nación es una misión”, de acceder al referéndum que pedían bastantes catalanes, que se haría con mayoría cualificada, como establece la propia constitución para su reforma, y visto, además, que en ninguna de las encuestas la opción separatista llegaba ni siquiera a la mitad, así se aceptaba su lícita demanda y se concluía con su rechazo, prosiguiendo todos unidos en lo que corresponde, la unidad de España.
Hará unos años que el tradicional atraque de la flota rusa en Ceuta, que mitigaba las necesidades económicas de la ciudad, fue censurado por la OTAN lo que nos introduce en el acto tercero.
Las relaciones hispano-marroquíes, son las más delicadas que presenta y seguirá representando nuestra diplomacia, donde profesionales, tratadistas y hasta aficionados asignan casi némine discrepante el papel de mayor riesgo al vecino del sur. Allí está el contencioso de Ceuta y Melilla. Ahí está el Sáhara. Rabat cuenta con una hábil y continuista diplomacia, lo que deviene clave en tan hipersensible materia. Y con ellos practicamos la diplomacia secreta, lo que yo propugno para temas ad hoc, formidable instrumento con el que cuenta Madrid, aplicado ya desde Hassan II y Don Juan, cuyo entendimiento se acentuaba por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores o en la modalidad Franco/Hassan II la única vez que se encontraron, en el aeropuerto de Barajas, donde el nivel de locuacidad no fue precisamente alto, al menos desde el lado español, y el barón de las Torres, el mismo que hizo de intérprete en la entrevista de Hendaya con Hitler, dijo que “había sido fácil traducir a Franco porque en varias ocasiones se limitó a responder con monosílabos”. Siempre ambos jefes de estado, los dos tronos, se han entendido perfectamente bien, desde que Mohamed V vino a Madrid para llevarse, aunque “con cara de pocos amigos”, la independencia marroquí, ya conseguida de Francia.
Se ha insistido en que Madrid y Rabat estuvieron al borde de las hostilidades, cuando el islote Perejil, en julio del 2002, en plenos esponsales del monarca alauita, los primeros con simbología democrática, de lo que disentimos con tranquilidad de conciencia moral y administrativa y en todo caso, parece que el riesgo de escalada sería más atribuible al un tanto exaltado Madrid de la época, desplegando a todas luces demasiados efectivos para desalojar a media docena de gendarmes marroquíes, ante la atónita mirada de las cabras que allí pululan: “querían probar nuestra capacidad de reacción”, aseveran en ciertos círculos. Errado del todo este punto porque en Perejil nadie sabe a ciencia cierta lo que pasó y aunque en Marruecos no se mueve una hoja sin que lo controle el Majzén, parece verosímil que en alguna que otra ocasión algún jefecillo haya podido ir por semi libre, como en el robo del brazo del conquistador de Melilla Pedro de Estopiñán, ocho meses después, recuperado. Bien conocen los marroquíes nuestra capacidad de reacción, en directo, a través de muchos años, donde se ubica cual indeleble frontispicio de referencia histórica si se tercia, incluso alguna cuisante, muy lacerante derrota colonial o la Marcha Verde (y sobre papel oficial y privado, a efectos de rendimiento de nuestra policía en el tema clave, categoría que mantenemos visto su devastador impacto, de la droga, yo puse en Rabat, ya en 1977, la urgente necesidad de que reunieran los ministros de Interior de ambos países ante el creciente tráfico del hachís) y en indirecto, con sus numerosos y efectivos espías.
En el punto del espionaje, tres veces más miembros tiene la agencia que la carrera diplomática, el ministro de Defensa en Perejil fue el mismo del Yak 42, con un CNI dirigido por primera vez por un civil. No hubo dimisiones cuando seis valerosos agentes, cayeron en una emboscada tras agotar sus armas, cortas. Honor a ellos en el recuerdo y mi agradecimiento al que, sin ser de ese grupo y en otro momento, pretendió ayudarme en el Sáhara.
La disección de Perejil, comporta ante todo que existe un mejor derecho de España, no un único, pero sí un mejor derecho, lo que faculta para sostener que no se debieron de aceptar las tablas, la vuelta al statu quo ante. Y así mismo, que se debió de acudir a la diplomacia regia. En el Sáhara, en el cambio de postura, donde reiteramos que la vuelta a la tradicional posición de neutralidad activa anterior resulta insuficiente, que España tiene que hacer algo más que ser uno del grupo de los 5, que tiene que adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica, que yo mismo me he ofrecido para colaborar con el bueno de De Mistura, que lleva camino similar al de sus ilustres predecesores en la ya no corta lista de mediadores onusianos que no parece contar ciertamente con el blessing del olimpo diplomático, ha sido denunciado como un ejercicio de diplomacia secreta, dada la ausencia de explicaciones sanchistas, en la línea formal del maestro del secretismo Castlereagh, uno de los integrantes de la triada clásica de los grandes maestros de la diplomacia del convenio de Viena con o mejor, tras Metternich y Talleyrand, que llevó el secretismo al extremo de que el tratado de Chaumont, decisivo contra Napoleón, lo redactó en buena parte él mismo de su puño y letra. Aquí, cierto que traído por los pelos, surge otra vez lord Byron, con su, “stop, traveller and piss”, sobre la tumba del estadista británico, que en verdad murió con escasa popularidad.
Ahora Rusia juega en política internacional con su táctica de injerencias, totalmente plausible con un presidente vitalicio de profesión espía y aupado por Yeltsin de quien Gorbachov decía que “tiene unas horas de lucidez al día y no todos los días”, lo que nos conduce al segundo acto: la injerencia rusa en España denunciada en el separatismo catalán
Tampoco hubo riesgo de hostilidades, aunque si diplomacia secreta, en el 2014, cuando policías costeros españoles sobrevolaron el yate del monarca alauita, y para colmo, perdidos los papeles, un general pretendió pedir disculpas a la dinastía alauita. Mohamed VI, a quien vimos por primera vez en España cuando los funerales de Franco y la coronación de Juan Carlos I, en representación de su augusto padre en plena Marcha Verde, ya daba muestras, a sus doce años, de su carácter resuelto. He escrito y conferenciado sobre el golpe de Estado, sobre los movimientos involucionistas del mundo árabe, y mantenemos de manera invariable que su autoridad, a diferencia de su predecesor que sufrió dos graves tentativas registradas, una el único golpe que registra la historia de la aviación sobre objetivo aéreo, está garantizada, sin fisuras de ningún tipo y que el único riesgo para la estabilidad del trono vendría por el Sáhara, que le está llevando a una diplomacia audaz aunque tal vez acelerada, en la comparativa con el gran dosificador de los tempos con España, Hassan II, a quien recuerdo sus palabras y escritos en aquellos crepúsculos azules del añorado Rabat. Insisto en adherirme a la partición que en tercer lugar de cuatro propuso Kofi Anam, como reitero mi convicción, con fundamento, de que no habrá guerra con Marruecos.
Rabat nunca va a ceder en su reivindicación histórica sobre Ceuta y Melilla para la consecución de la Madre Patria. Pero este diferendo lo mueve el vecino del sur por otras vías, que en más de una ocasión rozan la heterodoxia híbrida. Aquí vamos a señalar que tampoco -va de sí que en horizontes contemplables- contarán las ciudades españolas con la cobertura formal de la OTAN. Calvo Sotelo, a quien acompañé en la argentina Córdoba varias horas tras un percance suyo de aviación comercial ya siendo ex presidente, ha dejado escrito, cito de memoria, “que me dí cuenta de que para España era más urgente ingresar en la OTAN antes que en la CEE que se presentaba como un tema económico”. No, estimado amigo, lo que los españoles querían y además necesitaban prioritariamente, con carácter casi rayano con lo perentorio, era solventar ante todo, de ahí el duro peregrinaje desde la carta, como trabajo de vacaciones, que encargó Castiella a Marcelino Oreja, en 1962, la cuestión económica, por lo que su aseveración no resultaba correcta fuera de algún que otro corpúsculo militar. Pero además de la falta de cobertura formal y a pesar de las doctrinas de las intervenciones fuera de zona, la alianza Rabat/Washington, la más antigua y más firme estratégica en el mundo árabe, atenuaría en su caso los efectos en grado indeterminado, pero con entidad propia, de las intervenciones fuera de zona. Ya he repetido que la salida, mejor que la solución, de futuro, no próximo, igual que no vimos a Hassan II entrando como soberano en las ciudades, tampoco parece que veremos a Mohamed VI al mismo título, vendrá en el Estatuto de Territorios Autónomos por la autodeterminación de sus habitantes, principio fundamental de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.
Como Castiella, en su discurso de ingreso a Morales y Políticas, en 1976, “porque sé que las batallas diplomáticas de España internacionalmente por un motivo u otro, nunca resultan fáciles, me atrevería a proponer a nuestra Diplomacia que adopte las palabras del gran santo español Juan de Ribera, “la meta muy alta, el camino muy duro, la manera de andar sin que se note”, igual nosotros nos sentimos muy honrados formulando idéntica, tan sublime petición, máxima cardenal en diplomacia, junto con su tal vez más sentida definición, la de Foxá, “con la brújula loca pero fija la fe”.
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