A finales de los 90, los últimos cuatro presos de la banda terrorista que se encontraban en la ciudad -Josu Ciganda Zarraeta, Estanislao Echaburu Salva, Jon Aldana Celaya y Carlos Gil García- fueron trasladados a centros penitenciarios de la península, cerrando así un capítulo de salidas y entradas de miembros de Euskadi Ta Askatasuna (ETA) en Los Rosales.
Durante el cargo de José Luis Corcuera como ministro de Interior -inauguró la Comisaría de la Policía Nacional en Paseo Colón- un hombre condenado a casi 3.000 años de prisión por 25 asesinatos de los cuales ha declarado no arrepentirse llegó a la penitenciaría ceutí. Se trata de José Ignacio de Juana Chaos, más conocido como Iñaki de Juana Chaos.
‘El Faro’, en su intención de rescatar para los ceutíes una historia desconocida y casi olvidada, se ha puesto en contacto con algunos de los funcionarios que coincidieron en su estancia en la ciudad para explicar, mediante sus relatos, la vida cotidiana de un hombre que en los últimos días, debido a su excarcelación, ha ocupado las primeras páginas de todos los medios de comunicación del país.
Después de conocer los testimonios de un buen número de trabajadores de la penitenciaría, una frase resume la actitud de De Juana durante su estancia en Los Rosales: “Era un hombre con una mirada fría, cuyo rostro no trasmitía ningún sentimiento”. Su relación con los otros reclusos de la banda terrorista era casi nula, según cuentan los funcionarios, y su vida se limitaba a su celda y al patio del departamento celular -en el que estaban los etarras-.
Su llegada a la prisión de Los Rosales coincidió con un rumor que apuntaba al intento de liberación de De Juana mediante un Helicóptero Tulipán a través del patio de las prisiones de Sevilla y Huelva -las dos en las que estuvo antes de llegar a Ceuta-. A su entrada en la penitenciaría ceutí, un funcionario se burló de él diciéndole: “A buen sitio te has venido. Por el hueco de este patio no cabe un Helicóptero Tulipán”.
El trato que recibía y el régimen al que estaba sujeto era el mismo que el de los demás miembros de la banda terrorista, con la excepción de que no participaba en ninguna actividad de las que se realizaba en la penitenciaría. “Yo lo recuerdo muy introvertido, solitario y ni siquiera tenía relación con los otros presos de ETA”, apuntó un funcionario. Otro de los consultados le recuerda “con aires de superioridad y mirando a la gente como si perteneciera a otro status social”.
"Siempre estaba solo y no tenía trato con nadie”, recordó un educador de Los Rosales.
“De Juana era el peor preso que teníamos. Con los demás se podía hablar, pero éste no decía nada y sólo con verlo ya daba miedo. Siempre estaba solo y no tenía trato con nadie”, recordó un educador de Los Rosales.
Era considerado un preso peligroso, ya que “es lógico que una persona que mata a tanta gente sea peligrosa”. No obstante, uno de los funcionarios aseguró que “no era el etarra que más destacaba”.
Las amenazas a los funcionarios eran constantes y siempre repetía las mismas frases cuando sus reivindicaciones no eran satisfechas: “Te vas a enterar. Ya te darán tu merecido en la calle. Te crees que esto va acabar aquí. Esto lo arreglaremos como nosotros sabemos”.
Aunque De Juana nunca fue considerado líder del grupo de etarras de la prisión ceutí, rol que correspondía a Estanislao Echaburu, muchos miembros de la banda terrorista le hacían favores. “Él nunca pedía nada al funcionario, lo hacía por mediación de otros y se aprovechaba de la cuenta de peculio de los demás”, apuntó una fuente consultada.
El funcionariado nunca trató de beneficiarle, todo lo contrario: “Siempre intentábamos que, aunque tuviera derecho a algo, no pudiera disfrutarlo, pero muy a pesar nuestra conseguía lo que quería”.
“Cuando se producía un atentado se le veía salir al patio con una sonrisa de oreja a oreja”, apuntó un funcionario
En una ocasión, coincidiendo con un atentado de ETA que se saldó con víctimas mortales, De Juana encargó una tarta y pasteles para celebrarlo a través de otro miembro de la banda terrorista. “Cuando se producía un atentado se le veía salir al patio con una sonrisa de oreja a oreja”, apuntó un funcionario, quien se sentía orgulloso mientras relataba que en ocasiones visitaba las celdas de los etarras con un trozo de tela con los colores de la bandera de España cosida al uniforme. “Cuando llevaba la bandera no querían ni mirarme. No hablaban conmigo”, añadió.
En cuanto a los estudios de De Juana, algunos funcionarios apuntaron que “nunca había estudiado” e informaron de que “por orden de la Audiencia Nacional, venía gente desde el País Vasco hasta la prisión de Los Rosales para que realizara los exámenes”. De Juana recibía una visita al mes y tenía concedido dos bis a bis.
No obstante, las declaraciones de muchos funcionarios apuntan a que no todo lo que se habla de su valentía es cierto y que los trabajadores de Los Rosales “nunca le han tenido miedo ni le han dejado pasar ni una”.
El 30 de octubre de 1990 realizó una huelga de hambre en la prisión ceutí junto con otros cuatro presos. La protesta se alargó seis días, hasta el 4 de noviembre, y De Juana y otros tres presos sufrieron deshidratación.
Los funcionarios consultados tampoco llegan a comprender cómo De Juana había llegado a pertenecer a la Ertzaintza en 1982.
Sin embargo, De Juana no fue el etarra de Los Rosales que más se hizo notar. Carlos Gil fue el miembro de la banda terrorista que más tiempo estuvo en huelga de hambre. No obstante, un funcionario descubrió que se burlaba de la sociedad y que, en ocasiones, comía. “Descubrí un queso en la ventana y trozos de pan escondidos. El objetivo de tener el queso en la ventana era que desprendiera aceite para poder comerla posteriormente con los trozos de pan que guardaba. También tenía varias botellas de agua que, cuando se las bebía, las llenaba en el grifo para que pareciera que siempre estuvieron llenas”, relató un funcionario.
Aunque los etarras tenían poca comunicación, funcionarios de Los Rosales reconocen que en ocasiones conseguían hablar entre ellos. “Muchas veces se comunicaban a voces desde sus respectivas celdas. Era absolutamente inevitable porque estamos hablando de una prisión muy pequeña”, explicó un ex trabajador de la penitenciaría.
“Conseguían todo lo que querían, incluso que les pusieran una cabina telefónica por módulo, con el objetivo de que no tuvieran que hacer cola para llamar”
Además, algunas celdas se comunicaban con el patio por una pequeña ventana, lo cual hacía muy difícil el control absoluto. “Se pasaban información mediante notas y era muy difícil estar pendiente a todo”, apuntó un funcionario.
Uno de los funcionarios consultados lamentó que los etarras “conseguían todo lo que querían, incluso que les pusieran una cabina telefónica por módulo, con el objetivo de que no tuvieran que hacer cola para llamar”.
Estas historias siempre quedarán en la memoria de los que, con su trabajo, hicieron posible el ejercicio de los derechos de los internos, aunque muchos aseguran que “quien no respeta no merece ser respetado”.
El patio del departamento celular era utilizado para el recreo de los presos de la banda terrorista ETA. Sus dimensiones eran 20x20 metros, “magnífico” para una sola persona, según cuenta un funcionario. Los terroristas estaban en celdas individuales y salían al patio por turnos, con la vigilancia del funcionario que tenía asignado el departamento. Allí estaban de 14:00 a 16:00 horas y luego regresaban a sus celdas.
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