El domingo por la tarde nos llevamos un gran disgusto cuando nos enteramos del repentino fallecimiento de nuestro querido amigo “Sahabito”. No dábamos crédito a la terrible noticia de la pérdida de tan entrañable personaje público de Ceuta. Enseguida nos vino a la mente la última vez que lo vimos. Fue este verano. Acompañábamos a unos familiares que habían venido a conocer nuestra ciudad y pasamos, como es preceptivo, por el mirador de Isabel II. No podíamos dejar de tomar un té en el restaurante de Sahabito. Y ahí estaba él, que nos recibió como siempre con un cariñoso abrazo y la simpatía que lo caracterizaba. Una vez instalados, Sahabito no perdió la oportunidad para hablar a nuestros familiares sobre Ceuta, a la que tanto amaba. A continuación sus palabras se dirigieron hacia nosotros, como miembros de Septem Nostra, para llamarnos la atención sobre los problemas ambientales de los montes ceutíes y el abandono de los fuertes neomedievales. Tengo que decir que no hubo una sola vez en la que al encontrarme con Sahabito no me sacara el tema de los fuertes y la escasa atención que se ha prestado a su protección y recuperación para el uso y disfrute de los ceutíes y de los turistas interesados en el senderismo.
Desde Septem Nostra pensamos que tenemos una deuda con Sahabito, pero no solo nosotros, sino también las autoridades de las que depende la conservación de los fuertes construidos durante la Guerra de África. Es verdad que se ha invertido mucho dinero público, a través de varios proyectos de Escuelas Taller financiados por el INEM, pero los resultados no han sido los esperados. Si no nos falla la memoria se actuó en el año 2000 con una escuela taller que tenía como objetivo la restauración de los fuertes del Príncipe Alfonso, Francisco de Asís y Aranguren. Fruto de este primer proyecto se consiguió la recuperación parcial del fuerte de Francisco de Asís, mientras que se tuvo que abandonar la actuación en el fuerte de Aranguren al detectarse una importante fractura vertical que hacia peligrar su preservación futura. A día de hoy, el fuerte de Francisco de Asís sigue cerrado y el de Aranguren en el mismo estado de deterioro. Al poco tiempo, se puso en marcha un taller de empleo en el fuerte de Piniers, cuyo resultado más visible ha sido la eliminación del revestimiento exterior, dejando a la intemperie la obra de esta construcción militar, que viene a ser como despejar a un animal y dejarlo a merced de las inclemencias metereológicas.
Mención aparte merecen las numerosas intervenciones de restauración que se han llevado a cabo en el fuerte del Príncipe Alfonso. Nos echaríamos las manos a la cabeza si sumáramos la cantidad de dinero que se ha gastado en esta emblemática fortificación. En esta última década, sin prácticamente interrupción, se han acometido en este inmueble proyectos de escuelas taller, casas de oficios y talleres de empleo, financiados por el INEM y la Ciudad Autónoma de Ceuta. Después de tanto tiempo y tanto fondos públicos invertidos el fuerte de Príncipe Alfonso aún no se ha culminado su restauración y permanece cerrado a expensas de ver que utilidad darle. Lo último que sabemos es la intención de la Consejería de Asuntos Sociales de trasladar allí al personal de un programa de inserción social. Que a estas alturas se esté divagando sobre el uso final del fuerte del Príncipe da buena muestra de la ausencia de un proyecto coherente de rehabilitación de estos elementos destacados de nuestro patrimonio cultural.
En general, se puede decir que la actuación en los fuertes neomedievales ha sido ciertamente caótica. Ha faltado un diagnóstico previo sobre el estado de conservación de estos edificios que gozan del máximo grado de protección legal que estipula la legislación vigente.
A partir de este diagnóstico se tendrían que haber establecido las prioridades de actuación, la dotación de los medios humanos y técnicos necesarios para abordar con garantías la restauración de estos fuertes, así como una correcta planificación temporal para no dejar la mayor parte de las intervenciones sin culminar en los plazos establecidos en los proyectos. De igual modo, echamos en falta una reflexión madura y sosegada sobre el uso al que destinar estos inmuebles y el modo de gestionarlos una vez finalizado el proceso de rehabilitación. Podemos concluir, por tanto, que después de gastar una ingente cantidad de recursos económicos y transcurrido más de diez años de trabajo discontinuo, los fuertes siguen cerrados a cal y canto en el mejor de los casos, y abandonados a su suerte el resto. Algunos, como el de Piniers, están peor ahora que antes de su intervención, al haber sido despojado de su cobertura exterior.
Nuestra lucha en defensa de los fuertes neomedievales vamos a intensificarla a partir de estos momentos y lo vamos a hacer teniendo siempre presente la figura de Sahabito. Los que tuvimos la ocasión de conocerle vamos a echar de menos su vitalidad, su simpatía, su carácter emprendedor, su mentalidad abierta y compromiso con los asuntos de su ciudad. La herida que su muerte ha causado en el corazón de sus familiares y amigos va a tardar mucho tiempo en cicatrizar. El único consuelo que nos queda es la sensación, que nosotros al menos tenemos, de que Sahabito ha vivido la vida con intensidad y plenitud. Una existencia que demuestra, tal y como ha declarado el eminente filósofo Emilio Lledó, que la tendencia natural del hombre hacia la generosidad, hacia el amor, es mucho más importante que hacia la violencia y el crimen. El recuerdo de personas como Sahabito tiene que servirnos para recuperar la confianza en la bondad del hombre, en unos tiempos en los que parece dominar el egoísmo y la maldad en el mundo.
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