Expresando mis sentimientos con sinceridad sin preocuparme por la perfección gramatical o la estructura. El artículo más difícil de mi vida, escribir sobre la partida de mi Madre.
El jueves 8 de junio a las 20.00 horas fallecía nuestra madre Rosa Casas Palenzuela a la edad de 77 años después de luchar contra esa enfermedad que nadie quiere nombrar. A lo largo de los diez días de hospitalización fue visitada por hijos, nueras, nietos, sobrinos y hermanas. Mientras pudo atendió llamadas de familiares y amigos, y siendo consciente de la gravedad de su estado tuvo la oportunidad de comunicarnos sus últimos deseos. Pero siempre mostró un intenso deseo por vivir, y su ilusión era vivir hasta octubre que se celebrará la boda de mi hermano pequeño. Finalmente, Dios tenía otros planes y se la llevó antes, pero seguro que estará con nosotros en espíritu acompañada de nuestro Padre, el amor de su vida.
Rosi fue una mujer muy activa y popular en la vida ceutí, fue vicepresidenta de la Asociación de Viudas de Ceuta, vocal del Centro del Mayor, pregonera de la Navidad del Mayor en 2010 y Abuela de Ceuta en 2011, representando a nuestra ciudad en el certamen nacional. Miembro del grupo "El gallinero" donde participaba asiduamente en las tertulias de Radio Cope. Participó como invitada principal en varios programas de Radio Televisión Ceuta. También durante muchos años fue una de las voces del Coro del Mayor de Blanca Vallejo. Actividades que poco a poco fue dejando debido al avance de su enfermedad, pasando a una vida más sosegada en casa viendo sus programas de cotilleos y recibiendo visitas de sus hijos y nietos.
A pesar de haber sufrido una importante operación en 2021 y otra hospitalización en 2022 y el consiguiente deterioro de su salud que la hacía caminar con una muleta, no faltaba a su visita semanal a la Gran Vía. Allí en el bingo del mismo nombre se echaba unas manitas, no sin antes haberse tomado un café con churros en el Gino Ginelli. Decía que eran sus momentos de relajación y evasión de los males y preocupaciones que tenía. A pesar de que, por las circunstancias de la vida, solo tuvo estudios primarios, era una persona que sabía expresarse muy bien y tenía una innata capacidad para componer versos y poemas de forma instantánea ya fueran para glorificar a la Virgen de África, o felicitar el cumpleaños de un hijo o nieto.
Por la cantidad de personas que vinieron al tanatorio y a la posterior misa e incineración y por los cientos de mensajes recibidos por WhatsApp y las redes sociales, nos sentimos felices de que nuestra Madre Rosi fuera tan querida en nuestra ciudad y que sea recordada por lo que fue: una buena Madre, esposa, abuela y amiga. Como decía ella, yo soy caballa y andaluza hasta la muerte y nunca quiso dejar estar tierra. Le encantaba una fiesta, un baile y un cante, disfrutó con nuestro Padre de muchos viajes por España y después de su muerte, siguió disfrutando de la vida, pero siempre respetando la memoria del que fue su marido y padre de sus cuatro hijos durante cerca de 40 años. Ya descansa, pero con su partida nos ha dejado un profundo vacío en nuestros corazones, que solo la fe y el tiempo podrán cubrir parcialmente.
La vida de mi Madre bien merecería un libro, hace unos 15 años me pidió que escribiera sus memorias para un concurso literario (que al final nunca se celebró) llevaba por título 'Solamente una vez, ame en la vida', título que tomé de un hermoso bolero cantado por Luis Miguel. Tendré que buscar y rebuscar en mis archivos para encontrar ese documento que a mi Madre tanta ilusión le hizo.
Rosa Casas Palenzuela nació en Ceuta, un miércoles 4 de julio de 1945, coincidiendo con el día de la independencia de los Estados Unidos y en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Hija de Bernardo Casas y Ana Palenzuela ambos originarios de Almería que se establecieron en Ceuta a finales de la Guerra Civil Española. Rosi era la tercera de cuatro hermanas, siendo Lola y Anita las mayores y Carmina la más pequeña.
Creció en el popular Patio Morales, viviendo en una humilde casa de dos habitaciones y baño compartido con la vecina. Si la larguísima posguerra española afectaba a gran parte de la población, más difícil era para una familia donde el único sustento venia de un padre pescador. Mi Madre nos contaba que iba al colegio porque le daban una taza de leche en polvo y un pedazo de chocolate, siendo a veces esta la principal comida del día. Siendo muy joven y para poder ayudar en casa, se puso a trabajar de ayudante de costura en una sastrería del Paseo de Las Palmeras, junto a el bazar Nueva India.
En aquella época de buena vecindad entre comercios, mi Madre entraba con frecuencia a pedir cambio o llevar los encargos de costura de los jefes y empleados. Allí se quedó prendada de un joven guapo y moreno, el sobrino del dueño que hacía unos años había llegado de la India. Fue amor a primera vista, Shanker (a la postre nuestro Padre) también se sintió muy atraído por la guapa y alegre Rosi. Ninguno de los dos tenía una fortuna, fue un amor puro que trascendía raza, religión o estatus social, algo difícil de aceptar en una sociedad conservadora como la española de los 1960 y por una hermética comunidad hindú que no veía con buenos ojos que sus miembros se casaran con personas de otra raza y religión.
Después de casi 4 años de noviazgo y superar numerosas dificultades familiares, sociales y religiosas, pues para poder casarse en la Iglesia (única forma de matrimonio reconocida legalmente durante el franquismo) tuvieron que obtener un permiso especial del Papa Pablo VI, ya que el cura se negaba a casarlos al ser mi Padre de religión hindú. Finalmente se casaron en febrero de 1966 (en la sacristía) de la Iglesia de África, afortunadamente los tiempos han cambiado y las normas se han relajado, pero nuestros padres y otras parejas contemporáneas de ellos allanaron el camino a las nuevas generaciones.
Fruto de este matrimonio tuvieron cuatro hijos, todos varones. Tres son personas que han destacado en sus determinados campos profesionales y aficiones: Javier columnista de prensa y experto en futbol e historia militar, Juan Carlos sacerdote hindú y prolífico escritor y Miguen Ángel (Nini) militar profesional e integrante de chirigotas de Carnaval. Todos le dieron muchas satisfacciones (y también algunos sinsabores) a lo largo de la vida. De nuestra Madre hemos heredado la facilidad del uso de la palabra, la fortaleza física, el rebelarse ante las injusticias y el don de gentes.
En 1999, a la edad de 53 años, se quedó viuda, nuestro Padre en los últimos 14 años de su vida se la pasaba entrando y saliendo de hospitales, mi Madre siempre estuvo a su lado cuidándolo. Mi Madre sin perder nunca el dolor por su perdida, siguió hacia adelante formando parte de diferentes asociaciones y grupos de viudas y mayores. Vivió una vida intensa, participando en concursos de disfraces de carnaval de los que gano varios premios. Ayudaba en el Centro del Mayor y en los viajes para jubilados y era un miembro activo de la junta directiva.
Vio casarse a los hijos, que le dieron tres nietas: Bárbara, Natalia y Martina, dos nietos: Govinda y Miguel y un bisnieto: Jesús. Sufrió y aceptó las separaciones de los hijos, como parte de la vida misma, tratando de mantener la unidad de la familia e integrando a las nuevas nueras bajo el manto de su figura de matriarca.
Sin perder su condición de devota cristiana, supo ser equilibrada y respetuosa con la tradición hindú de nuestro Padre y a posteriori la mía. Presumiendo con mucho orgullo que su hijo Juan Carlos era sacerdote hindú, presidente de la Federación Hindú y escritor. Estaba muy feliz y emocionada cuando fui galardonado en 2019 con la Medalla de la Autonomía de Ceuta. En mi discurso de agradecimiento dije: "Y si tuviera que reencarnarme mil veces más, esas mil veces nunca renunciaría a que fueras mí Madre, y te aceptaría mil veces más, aunque eso me supusiera seguir siendo rechazado".
No hace mucho me dijo: "Has sido reconocido a nivel nacional y europeo, te ha reconocido la Ciudad con la medalla, ahora falta que te reconozca tu comunidad en Ceuta”. Estuvo presente en mi conferencia por Diwali en el templo hindú, al que entraba después de 14 años, allí mi Madre dijo unas bonitas palabras que salieron de su corazón sobre lo orgullosa y feliz que se sentía de verme en el sitio donde siempre tenía que haber estado, arrancando un fervoroso aplauso de una sala de templo abarrotada.
Sobrevivió con su edad y numerosas patologías a la Covid, y se marcaba su vida por metas: si llego a Navidad, si llego a mi cumpleaños, si llego al bautizo, hasta su desenlace final a 4 meses antes de la boda de nuestro hermano pequeño.
Se fue en paz habiendo recibido los últimos sacramentos del cristianismo y el hinduismo, siendo incinerada y sus cenizas esparcidas en lugares emblemáticos de acuerdo con sus deseos. Su alma descansa en paz en un lugar mejor, sin dolores, sin ansiedades y disfrutando de la compañía de seres de luz.
Carta abierta a mi Mamá
Querida Mamá,
Tu muerte ha dejado un gran vacío en nuestras vidas que nunca se podrá llenar. Nunca olvidaremos todos los maravillosos momentos que compartimos contigo. Fuiste una persona buena y muy activa, mostrabas el cariño a tu manera y te extrañaré mucho. Sé que ahora estás en un lugar mejor y espero unirme a ti algún día. Tenías una gran voluntad y aprendí de ti a amar la vida y nunca rendirme. He sido afortunado de poder estar los últimos días de tu vida contigo. Trataré de recordarte siempre con tu sonrisa, bailando, cantando y dando cariño a tus hijos y nietos.
Mentiría si dijera que nuestra relación de Madre e hijo fue perfecta o un camino de rosas, tuvimos nuestras diferencias, discusiones e incluso a veces nos tirábamos días sin hablarnos, pero al final siempre todo volvía a su cauce, ya fueras tú o yo el que cediera al final para retomar el contacto. Bien sabes que no es el que está más cerca de ti el que más te quiere, sino el que en la distancia te ama y respeta en silencio, el que te dedica sus triunfos y te recuerda en las dificultades. Siempre te respeté y te amé, aunque no estuviéramos de acuerdo en muchas cosas.
De mis numerosos viajes, siempre te traía un detalle, el último que te di fue un rosario de pétalos de rosa, bendecido por el Papa Francisco en el Vaticano, que te hizo mucha ilusión. Me acuerdo cuando Papa te regalaba flores y decía "una rosa para otra Rosa".
Todos estamos desconsolados, tus hijos, nietos, nueras del presente y pasado, vecinas y amigas, todos recordamos entre lágrimas y risas tu genio y figura, a veces eras dura como un trueno y otras suave como una flor, pero tenías un gran corazón.
Todavía me produce un escalofrío pensar en aquel pasillo largo y oscuro que recorrimos juntos agarrados del brazo después de aquella cita médica en la que te dijeron con buenas palabras que la vida se te acababa. Hasta te permitiste bromear con el médico y le dijiste me voy a morir de lo mismo que Rocío Jurado. Viviste la enfermedad con entereza y resignación, con optimismo, tu meta era llegar a la boda. Solo querías salud para poder estar con nosotros el máximo tiempo posible, porque el no poder estar siempre a nuestro lado te dolía inmensamente. No querías dejarnos solos.
Aunque mi corazón está roto por tu ausencia, encuentro consuelo en mi fe hindú. Creo firmemente que nos encontraremos de nuevo en la presencia de nuestro Señor Vishnu o Jesús ¿acaso importa? Imagino que estás rodeada de paz y felicidad eternas, libre de cualquier sufrimiento terrenal y en compañía de Papá.
Y que sepas que has recibido oraciones por tu alma de parte de mis compañeros del diálogo interreligioso: cristianos, musulmanes, judíos, budistas, hindúes y de otras tradiciones. Para entre todos darte ese empujoncito en tu viaje hacia la luz y la vida eterna.
Tengo la honda certeza de que, al morir una madre, una parte esencial de uno mismo también se va con ella.
Mamá me despido de ti con unas estrofas de la canción “Algo se me fue Contigo” cantada por tu admirada Roció Jurado:
Algo se me fue contigo, Madre
Algo se me fue prendido, Madre
En las alas de tu alma, Madre
O en tu último suspiro. Madre
Esa eterna madrugada. Madre
Siempre te llevare en mi corazón y en mis pensamientos.
Tu hijo Juan Carlos.
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