Las sociedades necesitan regular mediante normas su forma de convivencia. En una sociedad democrática dichas normas surgen de las demandas sociales que son trasladadas a los representantes y estos a su vez las tramitan en el Parlamento para devolverlas a la sociedad en forma de leyes o políticas públicas. Estamos eligiendo a quienes van a regular nuestra convivencia.
De no existir un vínculo entre elector y candidato es complicado que se produzca el procedimiento legitimador de la norma por el que la demanda social transcurra por ese cauce natural, es decir, ciudadanos-representación-ciudadanos. Para que se haga efectivo ese vínculo elector-candidato el sistema electoral no debe interponer barreras entre ambos, una lista cerrada es una barrera que impide la necesaria vinculación entre elector y candidato, además de reducir al Parlamento a una fábrica de producción normativa lejos de la cámara deliberativa que toda democracia necesita. Una fórmula de diputado de distrito es un principio incuestionable de libertad, responsabilidad, control y fiscalización de la elección por parte del ciudadano donde se ven cumplidos los requisitos para que la democracia lo sea de verdad, de una manera efectiva, donde las leyes emanen realmente del pueblo y, por tanto, donde la legislación recupere la influencia de la sociedad y no la influencia de quienes gracias al sistema electoral vigente dejan su impronta en las leyes, pues son estos, oligarquía financiera y oligopolio empresarial, y solo estos a los que nuestro sistema electoral les concede el vínculo que niega al ciudadano.
Sin ninguna duda, esto va a producir efectos sobre el sistema político y sobre el sistema social, pues ambos se van a ver afectados por las consecuencias de un sistema electoral que causa una disfunción democrática, de tal modo, que la representación política pasa a manos de los partidos políticos que son los que van a monopolizar la agenda política en detrimento de los ciudadanos que de esta forma pasan a ser meros espectadores cuya única función se reduce a ratificar esa misma agenda política de quienes pasan a ser los exclusivos actores de una democracia devaluada que condena a la sociedad a una minoría de edad perpetua.
Todo sistema electoral es un mecanismo de transformación de votos en escaños además de un filtro que sirve para reducir el número de partidos que van a formar parte del Parlamento, de manera que los numerosos partidos electorales son reducidos cuando pasan a ser partidos parlamentarios. Asimismo, un sistema electoral debe servir como filtro para el acceso a la política institucional de la representación política, algo en lo que nuestro sistema electoral ofrece sus grandes carencias y que ha sido el embrión de uno de los problemas de nuestra democracia, la excesiva participación de funcionarios y burócratas en las instituciones (desde PP a Podemos todas las cúpulas de los partidos las conforman funcionarios) dejando al Parlamento con una representación exigua de los sectores productivos y sociales. Jefferson afirmaba que las cámaras legislativas deben ser el fiel reflejo de la sociedad, allí deben estar representados todos los sectores, desde el empresario al trabajador, desde el profesional liberal al artesano, desde el rentista al agricultor etc… Y en efecto, pocos presidentes de EE.UU. son funcionarios, lo mismo ocurre en países con un sistema electoral donde el vínculo entre elector y candidato esté presente, la gente prefiere a personas con una trayectoria vital de éxito al burócrata.
Todo este cúmulo de disfunciones tendrá, sin duda, consecuencias pues a nadie se le escapa que un Parlamento que ha llegado a estar ocupado en un 80% por funcionarios no sólo no representa a la sociedad sino que es más bien la representación del Estado, lo cual a su vez va a generar otra disfunción que va a tener efectos perversos sobre los sectores productivos pues aquellos que arriesgan y producen se ven dirigidos por aquellos que ni arriesgan ni producen; la mentalidad del burócrata al frente de los sectores productivos de la sociedad, todo un dislate incomprensible que va a cambiar el modelo de desarrollo económico, político, social y moral hasta el punto de que un subsistema político acabe por engullir a un sistema mayor y más amplio como el sistema social, al que debería servir y no servirse.
En este contexto político las instituciones pierden fuerza, los debates son inexistentes, todo está planificado de antemano para que el diputado pase a ser un autómata irreflexivo a las órdenes del partido cuyo funcionamiento parlamentario llega a incumplir la prohibición del mandato imperativo previsto en la Constitución porque en la práctica está vigente gracias a la disciplina de partido.
Al final, como decía anteriormente, el Parlamento queda reducido a una fábrica de producción normativa en lugar de una cámara deliberativa donde las demandas sociales se tramiten, procesen y vuelvan a la sociedad en forma de leyes o políticas públicas, pero nuestro mal diseño político y electoral solo nos puede llevar a que en esa cámara se produzca una legislación tan abundante que resultará difícil salir a la calle sin infringir alguna ley.
*Carlos Rodríguez Hurtado es empresario y portavoz de DdD en Valencia.