Una ciudad siempre debe estar preparada ante lo que pueda ocurrir. Se tiene que analizar al detalle la coordinación ante cualquier suceso de calado que obligue a demostrar una respuesta eficaz. Por eso los simulacros son importantes y por eso hay que desarrollarlos las veces que sean necesarios porque ningún territorio está exento de enfrentarse a catástrofes de cualquier tipo. Precisamente los simulacros están para evaluar las incidencias o fallos en el plano virtual para que no se produzcan cuando, desgraciadamente, puedan ser reales. Todavía en La Palma se están viviendo las consecuencias de la erupción volcánica, suceso que llevó a activar todos los medios posibles para que el desastre fuera menor. En cada lugar de España pueden producirse catástrofes de distinta magnitud sin haber espacio para el debate, para el desconcierto o para la nula reacción. No lo hay porque eso puede traducirse en pérdidas y tragedias. De ahí que hacer simulacros no constituyan una pérdida de tiempo sino que, al contrario, son la forma más efectiva de saber medirnos y conocer los límites que tenemos al objeto de limarlos al máximo.
Simulacros como el de ayer pueden ser engorrosos o pueden causar molestias, pero son de obligado desarrollo y actualización. En Ceuta hemos pasado por momentos límite en cuanto a situaciones humanitarias, sobre todo vinculadas a la inmigración, pero no estamos exentos de sufrir cualquier otro tipo de episodio extremo en el que los distintos organismos tengan que darlo todo, tengan que mostrar al límite cuál es su trabajo y formación con un único fin: protegernos.