La guerra abierta contra Marlaska y la opacidad en torno a la difusión de las grabaciones de lo acontecido en Melilla ha vuelto a orientar el debate a lo que únicamente interesa a la clase política: los votos. Si se dan cuenta, el discurso que nació con la necesidad más absoluta de conocer qué había sucedido con eso que llamamos derechos humanos en la valla de la ciudad hermana, ha derivado ahora a lo rentable: quién protege más a las fuerzas de seguridad, en este caso a los guardias civiles.
En el fondo a los partidos no les interesa ver las imágenes por comprobar si se echaron cuerpos de un lado a otro, ni tampoco para analizar qué comportamiento se tuvo en aquella dramática entrada que dejó tantas muertes y demasiados agujeros negros. Eso no les resulta rentable y lo saben, en cambio erigirse en más o menos defensores de las fuerzas de seguridad si les da votos. Hay partidos que incluso se han adueñado de instituciones y banderas porque, carentes de programa, tienen que difundir que son los únicos que los apoyan.
En esta guerra abierta contra la política de Interior solo existe el interés de unos y otros. Lo que suceda en los vallados de esa frontera sur de Europa siempre parcheada acostumbra a ser obviado y manipulado no solo a nivel local sino nacional e internacional.
Si miran hacia atrás podríamos analizar los grandes episodios que han terminado en tragedia y el tipo de investigación que se hizo en torno a ellos. Si nos vamos a septiembre de 2005 comprobaríamos cómo nadie se inmutó porque echaran a heridos, cómo nadie preguntó por el número real de subsaharianos disparados -incluso por la espalda-, cómo a nadie le interesó cuestionar dónde terminaron los ‘castigados’: expulsados en el desierto.
Más reciente fue el 6F donde la clase política escenificó una lucha titánica por pedir responsabilidades a los partidos, por buscar ceses, no porque realmente importara dejar claro qué sucedió para que terminara habiendo muertes.
Vivimos otro episodio cíclico en torno a las vallas y sus tragedias. A algunos se les nota menos su actitud hipócrita. La hemeroteca, en este caso al menos, vuelve a ser la gran sabia.