Solo el que domina y escribe con el lenguaje del “enemigo”, puede llegar al entendimiento mediante el uso de la espada de la palabra. ¿Qué quiero decir con esto? Que es inútil lamentarnos de nosotros mismos, mirar solo desde nuestro epicentro, sin conocer lo que el adversario dice y hace en todo momento. Esto supone un enorme desafío temporal e intelectual, porque para combatir con tu “antagonista espiritual” debes conocer con precisión su pasado, con perseverancia su presente y con predicción su futuro. Aunque a algunos de mis “adversarios”, les resulte especialmente molesto, las Hermandades y Cofradías de Ceuta se han convertido con el beneplácito de la historia y el peso de las tradiciones en asociaciones de fieles cristianos dedicados a potenciar los rasgos de la religiosidad popular vinculados a la vida de Jesucristo, especialmente a su pasión, muerte y resurrección, a la devoción a la Virgen María y a los Santos, todo ello unido a obras de misericordia y solidaridad con los más necesitados. Ellas deberían ser consideradas por todos los sacerdotes como el máximo exponente de la religiosidad popular. Las cofradías han supuesto un sustrato ideal para que el pueblo llano pudiera crecer y participar en una primitiva Iglesia demasiado jerarquizada y expresar así su forma de entender el mensaje evangélico de Cristo muerto y resucitado.
“Las Cofradías tienen una misión específica e importante, mantener viva la relación entre la fe en las culturas de los pueblos a los que pertenecen, y son una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia”. Este fue el mensaje del Papa Francisco el pasado 5 de mayo en la plaza de San Pedro durante la misa con la que concluyó la Jornada Mundial de las Cofradías. En la homilía destacó la importancia de estas instituciones en la Iglesia actual al manifestar la fe a través de los sentidos y los símbolos, ayudando a transmitirla a la gente, especialmente a los más sencillos. Es evidente que, desde el punto de vista de la Iglesia, las cofradías fueron diseñadas para transmitir la doctrina cristiana mediante la presencia social y la exaltación religiosa. El Concilio de Trento confirmó a esta institución parroquial como unidad básica de organización de la feligresía y elaboró toda una serie de normas encaminadas a restablecer la disciplina eclesiástica. Sin embargo, hasta ahora, en mi ardua y exhaustiva investigación bibliográfica, nunca nadie se había atrevido a llamarlas públicamente “instrumentos de la Iglesia”, y menos con connotaciones despectivas, intolerantes y apócrifas. Y eso fue aquí, en Ceuta, en la parroquia del valle, y por un sacerdote, de cuyo nombre, no quiero acordarme…
¿Dónde está el ambón? ¿Dónde está el facistol? ¿Dónde está el presbiterio? ¿Dónde está el ara? ¿Conocen nuestros hijos estos verdaderos y tradicionales instrumentos de la iglesia? Estas preguntas vinieron a mi mente después de conocer el contenido de la homilía del triduo de esa Hermandad. En ella el predicador, cuyo nombre no merece ser recordado, decía literalmente: “las Cofradías y Hermandades sólo son instrumentos de la Iglesia, y como tales instrumentos serán utilizados por la Iglesia, cuando la Iglesia lo estime conveniente”. Esta frase, que utiliza el binomio semántico “instrumento” e “iglesia” como anáforas, fue repetida en varias ocasiones durante la homilía, con un carácter tan agreste como reiterativo que rozaba la prepotente provocación semántica delibera y persuasivamente contextual. Algunos cofrades, no todos, sólo los situados en el “atrio de los gentiles” del templo, no salían de su asombro, y esperaban atónitos una plausible explicación contractual a esa sórdida y desafortunada metáfora, que evidentemente, nunca llegó. Si esos cofrades fuesen como Caifás, no solamente se habrían rasgado las vestiduras en el templo, sino que después se hubiesen tirado de cabeza por el puente Cedrón, o mejor por el puente Cristo que está más cerca. Caifás, como saduceo, no creía en la resurrección de los muertos (Mt 22:23-32), ni en los ángeles (Hechos 23:8). Yo tampoco creo en la resurrección de algunos “muertos en vida”, y tampoco en algunos ángeles “caídos” en el ámbito cofrade.
¿Instrumentos? ¡Qué palabra más pedestre para ese contexto! El diccionario entiende por instrumento un aparato diseñado para ser empleado en una actividad concreta, y en el ámbito que nos ocupa lo son el órgano, ambón, facistol, presbiterio y el ara, aunque muchos desconozcan su utilidad. ¿Creen ustedes que nuestras Hermandades formarían parte de la “caja de herramientas” de la Iglesia de Ceuta? ¿Creen ustedes que si le pido a mi hijo que busque “instrumentos” en el Santuario me va a señalar con el dedo a nuestra patrona cuando llegue al altar de Santa María de África? ¿Tiene la misma categoría en el Derecho Canónico y en el barómetro del sentir popular el atril de la Catedral que la imagen del Medinaceli? ¿Quiere decir este señor que, como instrumento que él dice que son, las puede utilizar y manipular a su antojo y forma? Creo que alguien se equivoca públicamente de nuevo. Y como no podía ser de otra manera, vuelve a ser el mismo cura de siempre. ¿Cómo podemos los cofrades responder a estas preguntas? ¿Estamos preparados para dar una respuesta a alguien que considera a las cofradías como “vulgares instrumentos sin vida”, y por tanto, cómodamente manipulables?
Este señor, sutil “adversario” sibilino de todo lo que “se mueva” en su parroquia, encriptado, protegido y custodiado por su fiel e incondicional “guardia suiza”, no sabe aún, que “las cofradías han contribuido decisivamente a conservar y potenciar los valores religiosos de nuestra sociedad”. También desconoce que “con su proceder sencillo y tradicional, emanado de la sabiduría popular, las Cofradías están en condiciones inmejorables para vivir y ayudar a vivir la fe del pueblo con naturalidad”. Son palabras textuales del Papa Francisco dedicadas a los miles de cofrades de diversos países, que llegaron en procesión al Vaticano con sus estandartes e imágenes. Francisco les aseguraba: “La Iglesia os quiere”, y añadió “las cofradías son una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia”, y poco después les dijo: “Amad a la Iglesia, dejaos guiar por ella; en las parroquias, en las diócesis, sed un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana”. Pero siempre es más fácil amar a la Iglesia cuando en ella nos sentimos todos queridos y respetados con equidad. Francisco utiliza el verbo guiar y no mandar o “mandonear”, que no son sinónimos según nuestro papa. Y ¡ojo! con la palabra “pulmón” empleada por el pontífice, que tiene un abisal significado metafórico.
Es evidente la influencia que las Hermandades han ejercido y ejercen en nuestras comunidades cristianas, realizando un gran papel en la importante misión que hoy les corresponde por tradición y devoción, y que es necesario potenciar y cultivar; el encuentro con el Señor Jesucristo, su pertenencia viva a la Iglesia, su esfuerzo permanente por la formación cristiana y la revitalización de las celebraciones litúrgicas. Todo esto, por impedimento estérico y escénico, no cabe en la palabra “instrumento”. Los sacerdotes, que no son, sino están de directores espirituales de las hermandades, deben ser los primeros en dar ejemplo en el uso del lenguaje de las metáforas, y buscar siempre el término semántico más correcto en cada contexto. Para este señor, que parece que no tiene, o no quiere tener, mucha imaginación en sus homilías, le recuerdo que San Pablo utilizó un ejemplo sumamente expresivo –el cuerpo humano–, para explicar la organización de la iglesia. El cuerpo, aunque es uno solo, tiene una gran variedad de miembros, cada cual con su función, y todos al servicio unos de los otros: “así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo”. Según la doctrina paulina, la Iglesia no es un metamorfo conglomerado de individuos, sino un cuerpo antropomorfo organizado, con diversos miembros, cada uno con sus propias funciones, sobre los cuales Jesucristo ejerce una acción unitiva y vivificadora. Por eso es un éxito semántico la expresión Cuerpo Místico de Cristo para designar a la Iglesia. Señor vicario, alguien tendría que revisar las homilías de su discípulo antes de su puesta en escena durante el próximo triduo. ¿No cree usted?
Alguien con autoridad ejecutiva, debería decirle a su presbítero que nuestras cofradías nunca son “instrumentos”, sino miembros anatómicos y fisiológicos de la Iglesia, integrados en su dinámica renovadora, en sus enseñanzas, partícipes activos de los planes diocesanos de acción pastoral, pero conservando su propia idiosincrasia, autonomía y fines específicos, le guste o no le guste a él. Aunque a veces pueden brillar por su ausencia en algunas iglesias, en muchas otras son los pies, en otras las manos, y con frecuencia los pulmones como decía el papa Francisco, o incluso el corazón de las parroquias de nuestra Diócesis. Es evidente que no son, ni pueden llamarse, bajo ningún concepto, “instrumentos de la Iglesia” como dijo este señor en su homilía. Señor vicario, la Iglesia que usted representa en Ceuta, debe esperar de nuestras cofradías una “alternativa válida” frente al odio y la amenaza lacista enraizada en nuestra sociedad actual, cada vez más lejos y enemiga de Dios, cuyo desarraigo crece y nos amenaza a todos los cristianos, y nunca un trivial “instrumento” sin vida propia de fácil manipulación y de errónea utilización.
Señor vicario, usted sabe que el mayor servicio que las cofradías pueden hacer a nuestra Iglesia es ayudarla a redescubrir la importancia y la trascendencia de la religiosidad popular. Esto sería más fácil siempre que algunos de sus subordinados, quieran superar con éxito, la temible y traumática fractura producida entre la espiritualidad radical y el pietismo popular, entre su recóndita iconoclasia y el atávico fervor del pueblo a las imágenes, recomponiendo y adaptando su labor eclesiástica cotidiana en el trabajo por y para nuestra sociedad cristiana actual, y crear así una verdadera unidad de vida evangélica, huyendo para siempre de la simple y fácil funcionarización y monopolización de la Iglesia.
Señor vicario, todo ello sería más rentable espiritualmente si algunos curas de su diócesis superasen su celotipia y su oculto rechazo a ese “Dios de madera” con el que parecen que quieren competir, ese Dios popular que llena todas las primaveras los templos por devoción, y las calles por fervor y tradición. Es triste que, a pesar de su esfuerzo por disimularlo, muestren inconscientemente su incomodidad manifiesta, y desencanto público cuando acompañan a sus cofrades en la presidencia durante la estación de penitencia. Es posible fingir todo lo que uno quiera, pero un simple cruce de miradas confesará lo que rebosa de su alma. Es deplorable que algunos, puedan llegar incluso, a mostrar su gozo en foros discretos y privados cuando las condiciones meteorológicas no son favorables para las salidas procesionales. Es una pena que algunos directores espirituales, devotos de la ocasión, se acuerden de Santa Rita y de sus cofradías, sólo cuando las necesitan, y sobre todo cuando “truena” en las noches de Parasceve. Es lamentable que acudan a buscarlas en el oxidado cajón de sus herramientas perdidas en el lóbrego desván de su parroquia durante la cuaresma y otras fiestas de guardar. Es luctuoso que las utilicen sólo como una especie de “comodín del público” para solucionar los problemas internos de ausencia de juventud en su feligresía, derivados de su excesiva ortodoxia, y de su discreto encanto de convocatoria.
Desde aquí invito a todos los cofrades a seguir esforzándonos para que nuestras Hermandades sigan siendo –como en la metáfora de San Pablo– una parte viva del cuerpo de la iglesia, el pulmón por el que respiran espiritualmente nuestras parroquias como dijo Francisco, y nunca un “instrumento” inanimado y estéril de naturaleza solo material e inerte y, por tanto, de fácil manipulación, por aquellos que –sin creer demasiado en ellas– sólo las utilizan, y si pudieran las olvidarían para siempre en el último rincón de “su caja de herramientas pastorales”.
Señor vicario, decía nuestro poeta Antonio Machado que: “Todo lo que se ignora, se desprecia”. ¿Por qué no envía a su subordinado a recibir un curso intensivo de Educación y Formación Cofrade? El Consejo de Cofradías de la ciudad hispalense, y muchas de sus Hermandades, los organizan todos los años. A ver si en Sevilla, la ciudad eterna donde “miramos” todos los cofrades, su querido pupilo, encuentra algún “púlpito”, donde se atreva a llamarlas “instrumentos”. Puede que allí, en la tierra de María Santísima, no solo encuentre a ese Jesús de madera, sino también al que anduvo en la mar. Probablemente aprenda más que, en esos cursos “monográficos” de Pozoalbero, a los que acude con asiduidad, de supuesto “retiro espiritual”, que más que anímico o dogmático, parecen un control anual de la mente.
A diferencia de esos “adversarios”, el paso inexorable del tiempo incrementa mi aprecio y respeto a las cofradías. Pero sobre todo aumenta mi agradecimiento a aquellos cofrades que, con su esfuerzo y su tiempo, hacen posible que las iglesias estén abiertas todos los días, y que las imágenes estén dignamente expuestas a la veneración pública. Un abrazo a todos los que ayudan a que, cada año, se produzca ese acontecimiento único que es nuestra Semana Santa. Es necesario hacer todo lo posible para que las hermandades y nuestras queridas imágenes titulares sigan siendo “miembros vivos” de evangelización continua en la Iglesia de Ceuta, y nunca, y bajo ningún concepto, simples “instrumentos” decorativos de acompañamiento litúrgico. Espero que los numerosos cofrades que esperan en el “atrio de los gentiles”, encuentren algún día, a alguien que les escuche, y responda a sus preguntas. Alguien que utilice con ellos los “instrumentos evangélicos” de la paz, la humildad, la caridad, la misericordia, la piedad, y la esperanza, siempre en el contexto de la equidad, bajo el amparo del respeto mutuo, y del diálogo sincero y bidireccional, sin barreras físicas y mucho menos, espirituales.