El recorte de prensa más antiguo es de mayo del año 2001. Le acompañan, al menos, otros dos. Uno de 2008 y otro de 2010. María del Carmen Contreras vuelve a solicitar la ayuda del periódico porque se siente impotente al ver cómo, otra vez (y ya ha perdido la cuenta de cuántas van), unas obras en el acerado que colinda con su vivienda en las proximidades del antiguo Cine África continúan dañando la estructura de su casa. El relato de hechos arranca en el 2001 cuando, al levantarse la calle para efectuar un cambio en las tuberías, las máquinas extraen grandes cantidades de tierra. “Mi casa quedó suspendida en el aire”, explica de un modo muy gráfico, “este suelo que estamos pisando, a cierta profundidad, está hueco”. Siente que, poco a poco, “me están tirando la casa” pero está dispuesta a luchar cuanto sea necesario para que los organismos oficiales arreglen los desperfectos “tal y como me prometieron”. No solo las fotografías que utiliza como prueba y muestran el proceso de cuantas obras se han acometido ante su casa respaldan su versión. También documentos e instancias oficiales donde figuran las visitas oculares que los técnicos de la Ciudad han realizado en la vivienda. “¿Hasta cuándo va a durar esta pesadilla? Me prometieron que me arreglarían los desperfectos pero lo único que hacen es meter tierra, ni pizca de hormigón, así que el problema continúa pase el tiempo que pase”, explica.
Habla de grietas e inundaciones. “Solo pido que vuelvan a cimentar bien la casa, no pido más. Si se han encargado de dañar mi vivienda deben ser ellos los responsables de repararla. No pararé hasta conseguir lo que creo que es justo”, solicita afirmando que la terraza que antecede al resto de la casa ha cedido por completo. Sus ojos son buena muestra del dolor. Y en la zona todos saben de sus quejas. También los obreros que en esos momentos realizan sus labores. “Ellos no tienen culpa, hacen lo que se les ordena”, les excusa la mujer.
Tras cuatro décadas viviendo en el mismo lugar considera que esa es su casa y por nada del mundo querría marcharse. Solo, dice, poder vivir el resto de su vida allí, de manera tranquila y sin la preocupación de ver cómo día a día los muros de su casa continúan cediendo. “Los responsables se comprometieron a arreglarlo y no hacen nada, me tengo que defender”, sentencia.