Categorías: Opinión

¿Hacia dónde vamos?

Me duele España. Muchísimo. Soporto muy mal las vejaciones o los ataques a su unidad y cohesión. Sí, ya sé que alguien me llamará fascista. Me da igual. Como bien dice Sánchez Dragó fascistas son, en todo caso, las personas que llaman así a quienes no piensan como ellas.
Tres hechos recientes, que no son ni serán los últimos, me conducen a la misma pregunta. ¿Hacia dónde vamos? El caso de ese tal periodista gallego Horacio Vixante, de cuya ocurrencia ofensiva para Ceuta y Melilla se sigue hablando, después de que, en ‘Galicia Confidencial’, propusiera su venta a Marruecos, “antes de que éste se dé cuenta que España se encuentra en la incapacidad de defender los dos enclaves”. ¿Y por qué no, Horacio, mejor ‘la venta’ de su querida Galicia a Marruecos o a Portugal, cuya maquiavélica operación sería muchísimo más sustanciosa? Por cierto, me llena de satisfacción el bombardeo de críticas a tan calamitosa ocurrencia y testimonios en favor de nuestra defensa que estos días se publican en ‘Alerta Digital’.
La segunda perla nos vino de esa periodista que no puede disimular su izquierdismo más rancio, Mª Antonia Iglesias, comparando a Ceuta y Melilla con Gibraltar en el ‘Gran Debate’ de Tele 5. ¿Ignorancia? Más bien pienso yo que su alineación con ese cerrado pensamiento en el que todavía permanecen anclados ciertos personajes de la dura izquierda española, y que sin el menor rubor sacan de vez en cuando a relucir. Lo que sigo sin comprender es como la ex directora de este periódico, Elisa Beni, permaneciera impasible ante tamaño disparate, simplemente uniéndose a la abogada de ‘Manos Límpias’, Montse Suárez, quien no dudo en recomendar a Iglesias que estudiara la historia de España. ¿Rectificará María Antonia, esta noche,  tras la carta de nuestro diputado Márquez? Conociendo al personaje, difícil lo veo.
Tamaña ignorancia o entreguismo nos viene de lejos. El caso del dictador Primo de Rivera cuando propuso la recuperación de Gibraltar a cambio de la cesión de Ceuta y Melilla a Gran Bretaña, o el manifiesto posterior del PCE de su entrega a Marruecos. Disparates similares al de aquel libro blanco de la Reforma Democrática en el que se decía “creemos que a España no le queda más opción, a la larga, que negociar con Marruecos respecto a Ceuta y Melilla…”, que luego Fraga rectificaría en febrero de 1979. Pero la hiriente frase ahí quedó impresa en la publicación de Godsa.
Ahora y a propósito de la polémica de esta semana sobre el Himno Nacional y los insultos a la Corona y a la integridad de España, me viene a la memoria esa “puta España” a la que aludía en 2006, en TV-3, el actor Pepe Rubianes, aquel al que la unidad de España “le sudaba la p. por delante y por detrás”. ¿Pasó algo? Nada. Es más, poco después, la propia Chacón aparecía en una foto de la diada catalana junto a un dirigente del PSC con una camiseta con el manifiesto de “todos somos Rubianes”.
Anteayer, en la final de la Copa, se profirieron intolerables insultos a España y a la presidenta de Madrid tras decir ésta lo que pensaba sobre lo que una vez más se ha vivido, ahora en el Calderón. ¿Dónde está la libertad que estos separatistas exigen para quienes, con toda coherencia y respeto, no piensan como ellos? ¿Cómo justificar esos 21 segundos de ultraje a la corona, y a la versión reducida del himno nacional ahogada por los pitos e insultos de esos intolerantes, a pesar de los 100.000 watios de la megafonía?
No era la primera vez. Sucedió ya en 2009, en Valencia, con los mismos equipos. Es lamentable que una final de semejante talla y belleza haya querido ser utilizada por algunos sectores con fines políticos  separatistas y de rechazo a la Corona. ¿Permitirían Sarkosí, Hollande u Obama semejantes desmanes? Jamás. Como bien decía esta semana en la COPE un político de talla como es el socialista Paco Vázquez, éste es el fruto de 30 años de falsear la historia, y el de una educación desastrosa que hemos dado a dos generaciones de jóvenes a los que no hemos sabido educar en el amor a una solidaridad conjunta.
Mientras los políticos y los responsables de los equipos no estén a la altura de las circunstancias, mal lo tendremos. Los símbolos del Estado deberían ser sagrados. Si determinados dirigentes caen en la corriente de perversas conductas de nacionalismos trasnochados y románticos, no saben aprovechar el deporte como vínculo de cohesión y pretenden la independencia, pues que comiencen por aplicársela jugando una liga o copa propias, con equipos de sus ‘países’, como el San Andrés, el Manresa o el Masnou en un caso, y el Sestao, el Indauchu o el Arenas, por ejemplo, en el otro. Así se claro y sencillo.

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