Opinión

Ignorancia de López Obrador y Pedro Castillo

El 13-09-2021 se cumplieron 500 años de la conquista de Méjico por Hernán Cortés. Y la leyenda negra sigue empeñada en desacreditar tan inigualable gesta que ninguna otra potencia colonizadora fue capaz de realizar. Eso es lo que envidian y les escuece. El presidente mejicano, López Obrador, insiste en exigir al rey de España que pida perdón a Méjico por los agravios que “dice” cometieron los españoles. Pero hasta los historiadores americanos lo han criticado, diciendo que cometió una gran torpeza. Y el nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, criticó ineducadamente a España y los españoles en presencia de nuestro rey Felipe VI cuando cortésmente asistió a su toma de posesión.

Comenzando por López Obrador, ¿por qué hace el centro de sus ataques a España y los españoles?. ¿No alcanza a discernir que dicha conquista no podía hacerla Cortés con apenas 500 españoles, sino también con decenas de miles de indígenas mejicanos que con él se aliaron contra Moctezuma?. ¿Tampoco conoce sus orígenes españoles?. Porque el bueno de su abuelo emigró a Méjico a finales del siglo XIX. ¿Por qué no pide él mismo perdón por su origen español, si tanto odia a los españoles?. Él no tiene ni una gota de sangre indígena. Su abuelo nació en Santander.

Parece increíble que, siendo presidente de Méjico, ignore su historia, desconociendo el Tratado definitivo de Paz y Amistad hispano-mejicano firmado el 29-12-1836, por Méjico, por su canciller, Miguel Santa María. Y por España, su presidente el extremeño José María Calatrava, que también fue magistrado del Tribunal Supremo y durante 1820-1823 ministro de Gracia y Justicia.

Comienza declarando el tratado que, Méjico y España, deseando poner término al estado de incomunicación y desavenencia que ha existido entre los dos gobiernos y los ciudadanos de uno y otro país, y las pasadas diferencias por las cuales desgraciadamente han estado interrumpidas las relaciones de amistad y buena armonía entre ambos pueblos, llamados a “mirarse como hermanos” por sus antiguos vínculos de unión, identidad de origen, y recios intereses, y han resuelto en beneficio mutuo, restablecer y asegurar permanentemente dichas relaciones, por medio de un tratado “definitivo de paz y amistad sincera”.

Artículo I. “S. M. la reina de las Españas, a nombre de su augusta hija Doña Isabel II, reconoce como nación libre, soberana e independiente la república mexicana (…), el territorio comprendido en el virreinato llamado antes Nueva España (…). Y S. M. renuncia, tanto por sí, como por sus herederos y sucesores, a toda pretensión al gobierno, propiedad y derecho territorial de dichos territorios”.

Artículo II. “Habrá ´total olvido´ de lo pasado, y una ´amnistía general y completa’ para todos los mexicanos y españoles, sin excepción alguna, que puedan hallarse expulsados, ausentes, desterrados, ocultos, o que por acaso estuvieren presos o confinados sin conocimiento de los gobiernos respectivos, cualquiera que sea el partido que hubiesen seguido durante las guerras y disensiones felizmente terminadas por el presente tratado (…). Y esta amnistía se estipula y ha de darse por la alta interposición de S. M. C., en prueba del deseo que la anima de que se cimiente sobre principios de justicia y beneficencia la estrecha amistad, paz y unión que, desde ahora en adelante, y ´para siempre´, han de conservarse…”.

"Parece increíble que, siendo presidente de Méjico, ignore su historia, desconociendo el Tratado definitivo de Paz y Amistad hispano-mejicano firmado el 29-12-1836, por Méjico, por su canciller, Miguel Santa María"

Artículo III. “La república mexicana y SMC se convienen en que los ciudadanos y súbditos respectivos de ambas naciones conserven expeditos y libres sus derechos para reclamar y obtener justicia y plena satisfacción de las deudas bona fide, contraídas entre sí, así como también en que no se les ponga por parte de la autoridad pública ningún obstáculo legal en los derechos que puedan alegar por razón de matrimonio, herencia por testamento o abintestato, sucesión, o por cualquier otro de los títulos de adquisición reconocidos por las leyes del país en que haya lugar a la reclamación…”

Artículo VI. “Los comerciantes y demás ciudadanos de la república mexicana o súbditos de S M C.,

que se establecieren, traficaren o transitaren por el todo o parte de los territorios de uno u otro país, gozarán de la más perfecta seguridad en sus personas y propiedades, y estarán exentos de todo servicio forzoso en el ejército o armada, o en la milicia nacional, y de toda carga, contribución o impuesto que no fuere pagado por los ciudadanos y súbditos del país en que residan; y tanto con respecto a la distribución de contribuciones, impuestos y demás cargas generales, como a la protección y franquicias en el ejercicio de su industria, y también en lo relativo a la administración de justicia, serán considerados de igual modo que los naturales de la nación respectiva, sujetándose siempre a las leyes, reglamentos y usos de aquella en que residieren”.

Artículo VII. “En atención a que la república mexicana, por ley de 28-06-1824 de su congreso general, ha reconocido voluntaria y espontáneamente como propia y nacional toda deuda contraída sobre su erario por el gobierno español de la Metrópoli y por sus autoridades, mientras rigieron la ahora independiente nación mexicana, hasta que del todo cesaron de gobernarla en 1821; y que además no existe en dicha república confisco alguno de propiedades que pertenezcan a súbditos españoles, la república mexicana y S M C por sí y ´sus herederos y sucesores´, de común conformidad, desisten de toda reclamación o pretensión mutua que sobre los expresados puntos pudiera suscitarse, y declaran quedar las dos altas partes contratantes ´libres y quietas, desde ahora ‘para siempre’, de toda responsabilidad en esta parte”(…).

“Por tanto, después de haber visto y examinado dicho Tratado, previa la aprobación del Congreso nacional, y en virtud de la facultad que me conceden las Leyes Constitucionales, lo he ratificado, aceptado y confirmado, y por las presentes lo ratifico, acepto y confirmo, prometiendo observar y hacer observar fielmente todo lo que en él se contiene, sin permitir que se contravenga a él de manera alguna (…). Dado en el Palacio Nacional de México a 3-05-1837”.


Es decir, el Tratado manda: “olvidar para siempre” lo que durante la conquista sucedió, que ambos pueblos se miren como “hermanos” con carácter definitivo, que habrá “total olvido” de lo pasado y una “amnistía”, así como sus herederos y sucesores. ¿Cómo después de 500 años de aquellos hechos viene López Obrador a reabrir la herida de lo olvidado con semejante exabrupto, cometiendo tanta torpeza?.

La posterior guerra “cristera”, en la que se rebelaron los indígenas católicos contra el gobierno revolucionario mejicano, duró 1926-1929, en la que murieron unos 250.000 indígenas por defender el catolicismo. Hoy casi todo Méjico es cristiano. Eso indica que la evangelización española no fue ni violenta ni “genocida”..

Respecto a Pedro Portillo, presidente de Perú, el historiador-investigador de Méjico, Tomás Pérez Vejo, en su libro “Elegía criolla. Una reinterpretación de las Guerras de Independencia hispanoamericanas”, dice: “Unas guerras civiles en las que no lucharon españoles contra americanos, ni indígenas contra blancos, sino, básicamente, americanos contra americanos”.

Pérez Vejo, refiere cómo el general indígena Antonio Navala Huachaca, líder de los iquichanos del Perú, en 1813 arremetió contra los impuestos decretados por el intendente peruano que reimpuso un tributo de 50.000 pesos a los indígenas contra lo dispuesto y aprobado por las Cortes Españolas aboliendo el tributo indígena llamado la “minka”. El libertador San Martín ordenó a Sucre cobrar dicho tributo en contra de lo dispuesto por España. Es decir, quienes se proclamaron “libertadores” de América, expoliaron más a los indígenas que los conquistadores españoles, tan denostados por Portillo.

Ello dio lugar a la rebelión indígena. El mismo general indígena, Navala, en 1827 gritó a las tropas de Sucre: “¡Viva el Rey! y ¡Viva España!”. “Ustedes son los usurpadores de la religión, de la Corona y del suelo patrio (…) ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante tres años de vuestro poder?. La tiranía, el desconsuelo y la ruina en un reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, rico o pobre, no se queja hoy?. ¿En quién recae la responsabilidad de los crímenes?. “No es un problema con España, sino de Méjico consigo mismo”.

Otra voz de la comunidad internacional contra las falacias de López Obrador, ha sido Raúl Díez Canseco, vicepresidente de Perú entre 2001 y 2004, insistiendo en “las bondades del imperio español, que se esforzó en incluir a los indígenas en la cultura de Occidente, optando porque los procesos históricos deben mirarse en su tiempo”. “Es un error juzgar aquellos hechos desde el presente”. Y terminó: “El español es una de las lenguas más importantes del mundo, lo que coloca a América como un actor importante de la globalización”.

"Los españoles crearon allí un nuevo pueblo étnico de sangre mestiza, fusionándose con los nativos, cosa que no hizo ninguna otra potencia colonizadora; casi todas practicaron el “aparheid”, separación racial. Cortés terminó con el poder despótico y sanguinario de Moctezuma, con el canibalismo"

El 28-07-2021, el diputado peruano Carlos Lizarzaburu pidió disculpas al rey Felipe VI por los insultos que Pedro Castillo públicamente pronunció, aseverando, entre otras falsedades, que “hasta que llegaron los hombres de España, los peruanos convivían en armonía”. Y eso, es no tener ni idea de la historia de Perú, pese a ser su presidente. Méjico no existía durante la conquista, sino el imperio azteca, que antes colonizó a los pueblos indígenas aborígenes de su alrededor, siendo invadidos, desplazados, sojuzgados y oprimidos por los aztecas. Por eso se aliaron con Hernán Cortés, que inteligentemente supo ganárselo para su causa, aliándose con ellos para liberarlos del yugo y la opresión de Moctezuma.

En mis dos recientes artículos, el vizconde extremeño de Torre Hidalgo, que ya en el primero explico que es descendiente directo de Moctezuma y de Hernán Cortés, refiere que ya, con motivo de la Expo-92 de Sevilla, vinieron a España representaciones de todos los indígenas de América, recibiéndolos el entonces rey Juan Carlos I. Se plantó un árbol en la Casa de América, y se volvió a sellar la paz entre indígenas americanos y los españoles.

Dicho vizconde cacereño pronunció una conferencia hace muchos años en el Méjico de sus antepasados, diciéndoles: “Yo no milito en la Iglesia Católica (…). Pues bien, este hombre descreído no puede menos de reconocer la inmensa superioridad de la religión católica sobre los cultos idolátricos practicados por las razas que poblaban México cuando el país fue conquistado, porque en los altares católicos no hay inmolaciones, no se sacrifican vidas humanas, no se depositan, en holocausto a los dioses, corazones palpitantes de hombres a quienes al pie del ara se les desgarraban las entrañas para el sacrificio (…).

“Todo esto vuelvo a evocarlo al plantearse el destino que debe darse a los restos de Hernán Cortés (…). Mi llamamiento es a la colaboración en la empresa glorificadora. México, perdonadme que os lo diga con ruda franqueza, constituye el único país de América donde aún no ha muerto del todo el rencor originado por la conquista y la dominación. Que no se diga que los restos del sin par Cortés los ha descubierto a destiempo de una infidencia, y que iras ancestrales pueden ultrajarlos. No, mexicanos. Prometámonos juntos ante el prócer que la Historia ha colocado en cumbres rayanas con el sol. Os lo pide de corazón un hermano, un español”.

Los españoles crearon allí un nuevo pueblo étnico de sangre mestiza, fusionándose con los nativos, cosa que no hizo ninguna otra potencia colonizadora; casi todas practicaron el “aparheid”, separación racial. Cortés terminó con el poder despótico y sanguinario de Moctezuma, con el canibalismo y miles de sacrificios de jóvenes a los dioses. Abrió el Méjico desconocido al mundo entero, al comercio de sus productos, les enseñaron nuevos medios de producción, construyeron caminos, carreteras, poblaciones, grandes ciudades, monumentales catedrales e iglesias, suntuosos edificios, escuelas, universidades, bibliotecas, introdujeron la imprenta, fundaron obras pías, crearon hospitales que no tenían, ni sanidad, ni medicamentos para combatir enfermedades y epidemias; llevaron cultura, artes y ciencias; enseñaron un idioma que hoy hablan en toda Sudamérica y medio mundo; y llevaron animales comestibles de todas clases que desconocían y paliaron el hambre de los indios.

En general, crearon mejores condiciones de vida y bienestar que antes no tenían. También cometieran excesos, como en todas las guerras, como también los indígenas. Sólo la Noche Triste, mataron más de 800 españoles e indígenas de Cortés.

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