El lunes, día 12-02-2024, publiqué otro artículo informando que, además del principal santuario que existe de la imagen de Nuestra Señora de África en Ceuta, tan conocido y venerado por todos los ceutíes y por mí mismo durante los 27 años que quise ir voluntario por tres veces destinado la encantadora ciudad ceutí, anunciaba la existencia de otros dos santuarios con el mismo nombre de Santa María de África, fuera de Ceuta, cuya existencia he investigado. Uno, en Argel (entonces publicado) y, el otro, en Monterrey (Méjico), sobre el que ahora escribo.
Sobre este último santuario de Monterrey, ya desaparecido, he podido saber que, en 1914, antes de la demolición de un convento mejicano, se documentó en dos fotografías el embargo, por parte del Gobierno estatal de aquel país, de todas las imágenes de veneración y los confesionarios para su destrucción en el fuego en la plaza pública. Desde entonces, nada se sabe de dicha imagen ni de su inscripción en la cultura regional. Sabemos que es una advocación mariana importante; pero, dada la destrucción del archivo histórico del convento, no se ha podido precisar aún su origen, autoría, adquisición, veneración. Mientras no se desentrañe esta complejidad con documentos de otros archivos, es necesario abrir un período de tiempo que nos lleve a su posible origen.
Pero se sabe que, Fray José María Bringas elaboró, en 1860, un exhaustivo inventario de los bienes del claustro y los dos templos del convento de San Andrés en Monterrey, Nuevo León (región del antiguo Méjico en el siglo XVI). En dicho inventario registró la existencia, en la sacristía del templo de San Francisco, de seis esculturas y seis lienzos de imágenes religiosas, de las cuales una llama la atención por llamarse: “Nuestra Señora de África”.
El origen más re moto conocido del hombre en África y su lento proceso de hominización tuvieron como escenario lo que hoy llamamos el continente. Y la existencia allí de Nuestra Señora de África, en Monterrey (Méjico), Armando V. Flores Salazar nos dice que, ello queda demostrado en los hallazgos de fósiles de Homo hábiles, de Hans Reck, en 1911; de Raymond Dart, en 1924, y de Louis y Mary Leakey, en 1959; todos localizados en el África ecuatorial, cuya remota antigüedad, datada mediante isótopos radioactivos de argón y potasio, indica que el origen de África se remonta a dos millones de años.
Desde los actuales Taung, el cañón de Olduvai, en el Serengeti, y la cuenca del lago Rodolfo, el hombre inició el peregrinaje, nunca concluido, para poblar dicho continente y el resto del planeta. La ostensible dualidad de un «África blanca» en el norte, en oposición a la subsahariana «África negra» quedó determinada desde los tiempos prehistóricos. La región septentrional del continente africano, dominada por el desierto y la estepa, que va de Egipto a Marruecos y del Mediterráneo al borde meridional del Sáhara, ha sido habitada por pueblos de lengua camita procedentes del Medio Oriente desde varios milenios antes de la era cristiana.
A los egipcios predinásticos se fueron agregando libios, fenicios, árabes, sirios, hebreos, turcos, griegos, latinos y vándalos que en conjunto configuraron el «África blanca». La región al sur ha sido ocupada desde el principio de los tiempos por una diversidad amplia de grupos, entre ellos los ascendentes de los pigmeos, los bosquimanos, los bantúes, los masai, los watussi; que, aunque dedicados a diversas actividades como la caza, la agricultura, la ganadería y el pastoreo, tienen en común la piel oscura, por tal condición ellos conforman el «África negra».
El dominio del África blanca sobre el África negra se da en la relación de servidumbre y esclavitud, a que la primera ha sometido a la segunda por mucho tiempo. En el Egipto de las primeras dinastías (3000-2700 a. C.), esclavos procedentes de Nubia atendían no sólo el cultivo de los campos de dominios faraónicos, sino la construcción de pirámides, templos y obra pública en general. Desde el siglo VI a. de C. hasta los tiempos islámicos, los tuareg del Sáhara central apresaron negros para venderlos en Egipto y en las costas mediterráneas. La esclavitud era una práctica social derivada de los sistemas de producción humana y documentada desde el mundo antiguo.
Hasta mediados del siglo XV de nuestra era, la trata de negros se circunscribió solamente al binomio de árabes esclavistas y negros africanos esclavizados, pero con las plantaciones tropicales del naciente capitalismo europeo, los portugueses se convirtieron en punta de lanza en la compra-venta de jóvenes para satisfacer dicho mercado; con el descubrimiento y la conquista del continente americano, tal práctica adquirió dimensiones descomunales. Pronto se incorporaron al negocio de esclavos, a gran escala, los españoles, los ingleses, los holandeses y los franceses, más otros en menor escala, para atender sus propias necesidades derivadas del colonialismo expansionista ilimitado.
En 1501, llegó a la isla La Española, en América, la primera carga de esclavos africanos, y el emperador Carlos V concedió permisos, como el otorgado al flamenco La Bresa, de introducir anualmente 4 000 esclavos negros a Cuba, Jamaica y Puerto Rico. Este mercado inhumano transterró, en cuatro siglos, a unos 100 millones de africanos negros, según cálculos que no se pueden demostrar por la destrucción criminal de archivos; sin embargo, hay documentación que ampara Armando V. Flores Salazar (junio y julio-septiembre) que indicaría la existencia en Méjico de Nuestra Señora de África, en Monterrey, así como la venta de 12 millones de esclavos en los puertos americanos de Veracruz, Sao Paulo y Nueva Orleáns. Como en el principio de los tiempos, África vuelve a estar presente en esta época histórica del esclavismo, fecundando al mundo, transfiriéndose genética y culturalmente.
"La presencia de la imagen de Nuestra Señora de África en el convento de franciscanos de Méjico, pudo haberse dado por primera vez allí en diciembre de 1746, junto con el bagaje del capitán comandante de infantería don Vicente Bueno de la Borbolla"
Pus bien, Ceuta, la ciudad africana fundada por los fenicios en el Estrecho de Gibraltar hacia el siglo VII a. C., como bien se sabe, fue conquistada a los marroquíes en 1415, por Juan I y su hijo, Enrique el Navegante, para el Reino de Portugal. En 1421, como gran maestre de la Orden de Caballeros de Nuestro Señor Jesucristo, el infante Enrique envió, a los Caballeros de esa orden militar-religiosa destacados en Ceuta, una escultura románica-gótica de la Virgen María, en la modalidad de Piedad, para que bajo la advocación de Santa María de África –la Virgen de África o Nuestra Señora de África– se le construyera un templo y fuese declarada patrona y protectora de la ciudad. Las instrucciones se acataron con prontitud, se erigió el templo como sede y se declaró el patronazgo, y con ello el origen y difusión de esta advocación mariana desde tierras africanas.
La trascendente labor de Enrique el Navegante como impulsor de la navegación portuguesa transoceánica, que conllevará al negocio de la esclavitud, su condición de gran maestre de la orden militar-religiosa y los caballeros distinguidos como miembros de la misma, todo coadyuvó en la difusión de este culto mariano al mundo dominado, y se estableció el 5 de agosto para celebrar su festividad. En 1580, el reino de Portugal decidió su anexión al reino de España, y volvió a separarse en 1640. Sin embargo, tras la separación, los ceutíes decidieron seguir formando parte de España, y así fue aceptado y reconocido por Portugal en el tratado de 1668. De esa forma, desde hace ya unos seiscientos años, Ceuta es una ciudad de plena soberanía portuguesa, perteneciente al mismo territorio peninsular en el continente africano. Y, por lo que respecta a la imagen de Nuestra Señora de África en Ceuta, es su patrona una fervorosa devoción.
Y, por lo que se refiere a Méjico, la fuerza cultural generada por portugueses y españoles, ejercida en sus tradiciones y costumbres, llegó al noreste de la Nueva España (antiguo nombre de Méjico) con los pobladores o colonizadores del entonces llamado Nuevo Reino de León. La ostensible presencia de castellanos en la citada región de Méjico queda determinada, en tanto que las gracias, mercedes, concesiones y capitulaciones sólo se atribuían a probados hidalgos de origen español, como Alberto del Canto, Luis de Carvajal y Diego de Montemayor. La presencia de portugueses en la región se facilitó porque se dieron al mismo tiempo la fundación del Nuevo Reino de León y la anexión de Portugal a la monarquía española; por ello, en la catalogación que hace Eugenio del Hoyo, de los 259 acompañantes que fueron con Luis de Carvajal a fundar el Nuevo Reino de León, el 70 % de ellos eran portugueses, y existe la posibilidad de que el resto que quedó sin definir también lo fuera.
Pues, aun sin poder precisar con total exactitud su origen, la presencia de la imagen de Nuestra Señora de África en el convento de franciscanos de Méjico, pudo haberse dado por primera vez allí en diciembre de 1746, junto con el bagaje del capitán comandante de infantería don Vicente Bueno de la Borbolla –regidor perpetuo y alguacil mayor de la ciudad de Puebla, mejicana –, fecha en que éste llega a tomar posesión como gobernador del Nuevo Reino de León, luego de haber jurado «servirlo fielmente y defender el misterio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora». De igual forma, la imagen pudo haber sido adquirida y donada durante su estancia en el cargo que se prolongó hasta 1752, periodo en el que ordena y cubre todos los gastos en la reconstrucción y ampliación, tanto del templo de San Pablo de Labradores como del convento franciscano de San Andrés, en Monterrey.
El conjunto arquitectónico, formado por el convento de San Andrés y los templos de San Francisco y de la Tercera Orden, logró su máximo esplendor en esta intervención concluida con sus cubiertas artesonadas en rombos con vigas de sabino, sus pavimentos con duela de madera machihembrada, sus ocho altares laterales y su imafronte de cantera labrada con nichos habitados por las esculturas de Santo Domingo, San Francisco y San Andrés, que al decir de Fray Francisco Cabrera, guardián del convento, son «de bulto, de piedra cantera, de cuerpo entero, todos de una pieza». En segunda instancia, la procedencia de la imagen pudiera ser atribuida al gobernador militar de origen español Manuel de Bahamonde (1789-1795), como regalo al convento tras ser investido, en 1793, como caballero en la Orden de Alcántara. Su relación cordial y apoyo franco a las obras de los obispos José Rafael Verger y Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, la promoción exitosa para fijar la silla episcopal en Monterrey, la donación del sagrario o tabernáculo, mueble de plata y cristal, para la entronización de la Virgen del Roble en su templo y la conclusión de los trabajos de la iglesia parroquial para sede de la catedral y el cabildo eclesiástico, le dan el perfil como donante potencial.
Con la irracional demolición del convento en 1914, la eliminación de todas sus imágenes religiosas y la destrucción de su archivo histórico se debilitó la precisión de los datos de este culto mariano en lo particular y de otros muchos casos en lo general, también disminuyeron parte de la materialidad que opera como evidencia ostensible de las tesis. Sin embargo, el hecho histórico sobrevive de muchas otras maneras en las prácticas culturales, tangibles e intangibles, y operan fortaleciendo la parte sustantiva de nuestra identidad.
En conclusión, la presencia temporal de la imagen de Nuestra Señora de África en el convento de franciscanos de Méjico nos ha de llevar a la reflexión sobre el trasfondo cultural de castellanos, portugueses y africanos que opera en la región, y de las prácticas culturales que sobreviven como evidencia de tal relación histórica.