Todo dirigente político es una criatura más del entramado social en el que vivimos, con sus aciertos, errores y anécdotas cargadas de humanidad. Anécdotas que no tendrían ninguna transcendencia si no fuera porque son personajes públicos a los que la inmensa sociedad no les tiene mucha simpatía y los examina bajo lupa, no perdonándoles error alguno.
La crisis está afectando a todo y a todos, también a la cabeza de nuestros dirigentes. Yo no sé si será que les quita el sueño y pasan el día deambulando, o si son los calores quienes los tienen medio atontados, pero la cosa es que tanto el Primer Ministro británico, Cameron, y el Presidente de los EEUU, Obama, han sido protagonistas de dos anécdotas de las que uno se lleva las manos a la cabeza.
El primero, James Cameron, se fue de cañas a un pub con su esposa y amigos, y tras la cena, imagino que por el sopor posterior a un buen yantar y a la euforia de una conversación amena con los amigos, que no por el exceso de licores espirituosos, se marcharon a casa sin mirar atrás, y solo percibieron que habían dejado abandonada a su hija de 8 años en el pub cuando regresaron a casa. Imagino la cara de idiotas que se les pondría a ambos.
El otro, el populista Obama, acudió a un restaurante de comida rápida, comió y se marchó tal como llegó, sin soltar un solo céntimo. Solo posteriormente, tras el aviso de los empleados del restaurante, volvieron los colaboradores del Presidente y abonaron la factura.
Son solo historietas, aunque es difícil que esto ocurra, podría ocurrirnos a cualquiera, y además no creo en la intencionalidad de ninguno de los actos. No tendría importancia de no ser por la enorme responsabilidad que se les exige a ambos mandatarios.
Ambos olvidadizos políticos han quedado retratados ante la sociedad como enormes despistados, y ante algunos como malos padres o simples caraduras acostumbrados a la gratuidad, por no llamarlo directamente cohecho impropio. Pero lo que debería preocuparnos, fundamentalmente a los británicos y estadounidenses, es en manos de quién están dejando sus futuros.
¿Se fiaría usted de confiar algo importante a quien deja olvidada a su hija de 8 años en un pub? ¿Emprendería algún negocio con alguien que se marcha de los restaurantes sin pagar o preocuparse por quien ha pagado? No se trata de juzgar a nadie, se trata de saber con quién nos estamos jugando los cuartos: con atolondrados acostumbrados al servilismo y a los `sinpa`.
A tenor de los pésimos resultados de las decisiones políticas que toman ambos, comienzo a pensar que, como cualquier mortal, tienen la misma cabeza para todo, y que esta es muy limitada, que en cuanto la sangre les baja al estómago, se les acaba el riego cerebral. Así que nada, a dieta perpetua se ha dicho.