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Icono-clasta

Quentin Tarantino está de vuelta y nunca decepciona. Su cine, de puro divertimento palomitero de forma y una gran estructura de fondo siempre ha aportado algo que hace que merezca la pena verse; puede que la cita con su arte no te satisfaga, pero un diálogo devastador, una toma genial, una interpretación portentosa bien encauzada, o cualquier otro detalle van a dejar al cinéfilo de pro sabiendo que el estreno al que ha asistido era inevitable para él (o ella, por supuesto). Así las cosas, en este caso toca cara, y podemos asegurar que el director da lo mejor de sí mismo y está a la altura de homenajes al cine como Pulp Fiction o Kill Bill.
Con excelso sentido estético y dominio absoluto de encuadre, colorido y montaje, no por archisabidos menos meritorios, el autor iconoclasta por excelencia se arma de cargas de profundidad para expresarse de una manera maravillosamente divertida, y aportando el material idóneo para el lucimiento de un reparto de lujo al que la ocasión permite que tanto protagonistas como secundarios tengan su gran porción de luz propia. La cinta reposa en el buen hacer de mucha gente delante y detrás de la cámara, si bien es cierto que el mayor peso descansa en Django, el esclavo/pistolero interpretado con magnetismo por Jamie Foxx y su mentor, el cazarrecompensas alemán que encarna magistralmente con ironía y naturalidad fuera de lo común un Christoph Waltz que huele a Oscar. Completan el reparto los igualmente destacables por su riqueza de matices Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson (vaya dos nombres para papeles secundarios). Y no se pierdan la aparición estelar del propio realizador protagonizando un momento absolutamente bestial: sólo él podía buscar para sí mismo un destino así.
Es curioso que, siendo el cine de Tarantino un deudor del western, cuando por fin se decide a ambientar de verdad una película en el género, le sale bastante menos western que las anteriores, con mucho más de épica mitológica que de duelos al sol. Rarezas de genios…
Lo que sí es un hecho es que, además de iconoclasta, permítanme el juego de palabras, estamos ante un maestro creando iconos, y este Django tiene todos los elementos adecuados (estética, porte, temple, motivación…) para trascender y acabar convertido en figura de estantería o póster a tamaño real para detrás de la puerta.
Aunque suene obvio entre tanta loa, y tratándose de algo tan cuidado siempre por este autor, hay que hacer necesaria mención de una banda sonora imperial, que tiene la importancia de un personaje principal más, y para la cual un tal Ennio Morricone (ahí es nada) ha compuesto una canción original, algo del todo innovador en los “remixes” tarantinianos que acostumbramos a disfrutar.
Si algo se le puede achacar en su contra es que la trama pierde ligeramente fluidez en su último tercio, pero ello no impide que podamos asegurar que estamos ante uno de los mejores trabajos del año, seguramente el mejor.

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