Cuando leo que los alumnos del Instituto valenciano “Lluis Vives” se manifestaron, junto con padres y profesores, porque los habían dejado sin calefacción, no puedo más que recordar mis viejos tiempos de estudiante de bachillerato, allá en el vetusto y ya desaparecido caserón situado tras el Casino Militar en el que cursé la práctica totalidad de los siete años que entonces duraban aquellos estudios, con la salvedad del último trimestre de Séptimo, en el que, por fin, fuimos trasladados al conocido como “Instituto Nuevo”, allá en el Llano de las Damas, que hoy resulta ser el más viejo de la ciudad.
Estoy hablando de los años 1944 a 1951. Una época de privaciones, porque España salía de una cruenta y devastadora Guerra Civil y, al principio, aún estaba teniendo lugar la terrible II Guerra Mundial, cuyas consecuencias se extendieron bastante más lejos de su final, en 1945.
Ceuta, como Valencia, goza de un clima mediterráneo. Contados, muy contados y, además, recientes, son los edificios aquí dotados de calefacción central. Desde luego, ni el viejo Instituto ni el entonces Nuevo gozaban de ese privilegio. Supongo que tampoco lo disfrutan los actuales centros docentes de la ciudad. En Ceuta, como en Valencia, hace a veces días fríos, pero esa es la excepción que confirma la regla.
Recuerdo que en dichos contados días, en el caserón del antiguo Instituto –parte de lo que fue siglos antes un Convento- no lo pasábamos nada bien. Me viene a la memoria mi compañero de curso Jorge Santos González, quien acudía a clase con todas las prendas de abrigo posibles, y, además (como hacen los ciclistas cuando bajan la montaña) llevaba sobre el pecho, bajo la camisa, un periódico. El pobre sufría un frío especialmente intenso, que le hacía tiritar. Cierto día supimos que había sido ingresado en el Hospital Militar (su padre era oficial del Ejército) y allá fuimos un grupo de amigos a verlo, ignorando qué enfermedad padecía, para pasar una tarde agradable con él. Muy poco tiempo después, nos llegó la dolorosa noticia de que, con tan solo quince o dieciséis años, acababa de morir a consecuencia de una leucemia galopante. Pero a nadie se le pasó siquiera por la mente que en el Instituto tuviera que haber calefacción.
Cierto es que pertenecíamos a una generación especialmente sufrida. Sin ordenadores, ni videojuegos, ni calculadoras, ni otros inventos, éramos “niños de la guerra”. Pelotas de trapo, botones, chapas y, sobre todo, ingenio, nos bastaban para disfrutar como enanos. Los juguetes eran toscos y escasos. Además, no se nos ocurría tener caprichos, ni mucho menos ser indisciplinados con respecto a los padres y a los profesores. Hoy no se educa a los niños en esos valores. Al contrario, se les da cuánto se les antoja, se les mima en exceso, se les consiente todo. Quizás sea consecuencia del bajo índice de natalidad imperante y, por añadidura, de un desdichado modelo educativo, que no premia ni el esfuerzo ni la excelencia.
De cualquier modo, y aunque parece que -según afirma la Directora del Instituto “Lluis Vives”- allí no se ha suprimido la calefacción, alguien ha sabido movilizar a sus alumnos para hacerlos salir a la calle a protestar. En una cadena nacional de radio, he oído decir al padre de una estudiante que cierto profesor había ofrecido dos créditos académicos y medio a los alumnos que participaran en la manifestación. Parece que los recortes afectan más a ciertos pluses que percibían los enseñantes (¡qué poco me gusta esa palabreja!) que a la calefacción. En Parla, lugar más frío sin duda, un ayuntamiento gobernado por socialistas la ha suprimido en seis colegios, aconsejando a los padres que manden a sus hijos bien abrigados, sin que nadie haya chistado. Pero en Valencia (y en toda España) gobierna el PP, y ahí está la diferencia. De los cuarenta y cinco detenidos, ya en libertad, solo uno es alumno del Instituto, el resto “okupas”, antisistema, independentistas e “indignados” del 15-M, es decir, los que están dispuestos, en cuanto hay ocasión, a agitar las calles.
No voy a defender la actuación de la Policía, alguno de cuyos agentes, a juzgar por los videos, extremó su celo en la represión. Pero es indudable que hubo provocación, con insultos y lanzamiento de objetos. Se ha abierto un expediente informativo, y de él es de suponer que resulte la realidad de lo sucedido.
Lo cierto es que hay quienes, aunque se califican a si mismos de demócratas, no están dispuestos a acatar la voluntad popular manifestada en las urnas, voluntad a la que solo le dan valor cuando se inclina de su lado. Extraño concepto de la democracia, más propio de la ley del embudo que de cualquier otra cosa.
Y lo que nos queda por ver.
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