Creo que los representantes de nuestra Diócesis han perdido una oportunidad histórica, ante todos los medios de comunicación, y mediante una rueda de prensa, de llevar a buen puerto algunas preguntas sobre las obras de la iglesia de San Francisco, que navegan a la deriva en un mar lleno de dudas. No creo que haya sido por falta de dialéctica o elocuencia, y ni tampoco por temor ante el cuarto poder.
Muchos problemas de la sociedad tienen difícil solución, pero siempre alguien con autoridad tiene que dar explicaciones y respuestas ante las preguntas formuladas por la opinión pública. Sin embargo, a veces los responsables prefieren callar. Preguntas y callan, y no se dan cuenta de que su silencio solamente puede ser la punta del iceberg de su impotencia. Callar ante las preguntas sobre las obras de la iglesia de San Francisco es como dejar sus puertas abiertas a la barbarie de la imaginación, quizás por pereza para decir la verdad, quizás por desprecio al que pregunta. Pero la crudeza de la verdad es siempre preferible a la inercia del silencio, a la respuesta imaginada y desesperada del que la espera. Parece que esto algunas autoridades no lo entienden así, y no se dan cuenta que la verdad siempre es la mejor salida. Muchos pensareis ¿donde os quiero llevar con estas líneas? Estas palabras os llevaran a donde vosotros queráis llegar si pensarais en ellas, si perdéis unos minutos en leer y meditar con este artículo, donde el silencio es el único protagonista que habla cuando las palabras callan.
El silencio es siempre la señal más clara de la nada. Pues la crueldad del emisor no permite al receptor dar un final acertado, ni comprender, ni entender. Pienso que el silencio siempre expresa algo, aunque sea la nada, o lo que es peor, la indiferencia, "que es el mayor de los desprecios". Puede que el silencio sea la mejor respuesta para algunos cuando simplemente no quieren decir nada o no tienen nada que decir. No creo que este sea el caso, es probable que haya novedades sobre San Francisco, y que sean positivas, pero oficialmente reina un silencio tan lóbrego como inexplicable. ¿Por qué?
«El silencio no siempre es un “si”, solo demuestra la incapacidad de las personas para reaccionar de inmediato», escribe Paulo Coelho en su libro El demonio y la Señorita Prim. ¿Debemos pesar que el desprecio del silencio de los responsables de nuestra Diócesis es una respuesta? ¿Nos quieren decir algo con esa actitud?, pero ¿Cómo interpretarlo? ¿Quizás su silencio nos devuelve el eco vacío de nuestras propias palabras? Por ahora el silencio es la única respuesta que tenemos para todas las preguntas sobre las obras de la iglesia de San Francisco. Dicen que no se debe romper el silencio sino es para mejorarlo. En cualquier caso, este nunca es la mejor respuesta, crea frustración en quien la recibe, se presta a diferentes interpretaciones, ninguna de ellas positivas.
Durante los últimos años los feligreses de San Francisco nos hemos topado reiterativamente contra el muro del silencio y de la duda, ahora parece que pueden cambiar las cosas, pero ellos siguen utilizando el silencio como estandarte, y nosotros condenados a no recibir respuesta, a no saber a qué atenernos, a no tener el refugio y el amparo de las palabras, de las promesas, a no poder discutir, justificar, aclarar una situación. ¿Porque? Para los feligreses de San Francisco, el silencio es siempre la más dura de las respuestas, por nuestra condición de cristianos, integrados en una sociedad de plenos derechos. Los creyentes necesitamos expresar nuestros sentimientos, pero nunca ante el muro del silencio de las lamentaciones, nunca ante aquellos que no se dignan a contestar, bastaría con la frase “no sé qué decirte” o “dame tiempo para reflexionar o investigar”, cualquier respuesta pública es más digna que el silencio desnudo e impúdico, que no es más que el reflejo frustrado y reflejado en las puertas de la Iglesia de San Francisco cerradas al entendimiento, a la información y al diálogo.
Para algunos parece que la mejor defensa es el olvido, el no responder a los mensajes públicos y privados recibidos con reiteración. Después de la palabra, el silencio es el segundo poder del mundo, y algunas administraciones públicas lo han tomado por costumbre, pero el virus del desprecio del silencio no debe nunca contaminar la Palabra de Dios. Cuando se pregunta públicamente a personas con responsabilidad eclesiástica y no crece el fruto en el árbol de las respuestas, cuando sólo florece el silencio en el huerto de las dudas, entonces su fruto es como el de la cizaña, ligero y vacío, y al no tener peso como el trigo, no se inclina ante los rayos del Espíritu Santo.
El silencio, como la espiga erguida y orgullosa de la cizaña, no deja de ser una forma encubierta de muda violencia dialéctica, o lo que es peor, de desprecio, prepotencia o arrogancia. Puede que haya algunos motivos ocultos que lo justifiquen puntualmente. Los feligreses admitimos esa posibilidad, que puede parecer hasta plausible. Pero no se puede permitir tantos silencios, y de manera tan sistemática y continuada en el tiempo y en el espacio. Siempre hay que utilizar el don de la palabra aunque sea para decir que no, o quizás para apuntar una posible buena noticia, o para expresar un probable acuerdo que incluso ya podría estar firmado. Pero en el contexto que nos ocupa, insisto, el silencio es la peor de las respuestas.
El silencio como respuesta permanente puede ocultar y hacer tanto daño, que está más cerca del mal que del bien, y siempre lejos de la doctrina de Jesucristo Resucitado. A Jesús le hicieron muchas preguntas mientras estuvo en este mundo, con seguridad fueron más de las que quedaron plasmadas en las escrituras. Siempre había respuestas, tan inteligentes como maravillosas, inesperadas para algunos, duras para otros, pero la mayoría estaban llenas de amor, fe, humildad, esperanza y misericordia. En los textos evangélicos se narran con frecuencia esas preguntas a Jesús, formuladas por sus seguidores y también por sus enemigos. Estas últimas siempre de difícil contestación, pero ni si quiera con sus detractores utilizó el desprecio del silencio como respuesta.
Quizás el dicho "eres dueño de tu silencio y esclavo de tus palabras" haya pesado mucho en los últimos años en algunos representantes de la Diócesis. La sabiduría popular nos dice que “quien calla otorga”, pero en realidad, solo otorga un mar de dudas donde puede que navegue a la deriva los barcos del desprecio o de la ignorancia. Más que otorgar, este silencio permanente sentencia. ¿Debemos entender los feligreses de San Francisco este silencio como una forma de respuesta? Supongo que sí. Pero parece que este silencio no es de ausencia, sino parece como un mecanismo de defensa para que nada ni nadie se acerque y perturbe. Cuando no tienes todas las respuestas, el silencio deja patente todas tus carencias. Para los feligreses de San Francisco, el silencio de las autoridades nunca expresa la nada, puede que diga algo.
Pero ese algo puede que no nos convenza, puede que ese silencio sea casi una ofensa, que nos puede doler más que el peor de los insultos, el silencio como respuesta es la peor de las indiferencias. Cuando estamos vivos, física y espiritualmente, lo último que queremos es alguien que nos dedique un minuto de silencio. Sin embargo ¿cuantos minutos, horas, días y años de silencio nos están ofreciendo gratuitamente aquellos a los que hacemos nuestras preguntas?
Cuando no se encuentran respuestas, cuando se vive atormentado por los errores del pasado, cuando en nuestros campos cree el trigo mezclado con las dudas de la cizaña, que estrangulan sus raíces, entonces y solo entonces, busquemos en Jesús todas las respuestas, el perdón de nuestros pecados, la paz de nuestra alma y la armonía en nuestra vida. Bienaventurados los que preguntan sin ser respondidos, y los que responden sin ser preguntados...