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Huelga General

Una huelga general es un ejercicio democrático de rebeldía colectiva frente a una injusticia que por su extensión e intensidad aflige a la sociedad en su conjunto. No existe una acción pública más noble y hermosa que hacer visible la comunión de voluntades alzadas por el bien común y la justicia social. Es de rango superior incluso al acto de la votación en democracia. No en vano añade a la grandeza de un compromiso, el insustituible valor del sacrificio. Los trabajadores y trabajadoras, que aún siendo el sector más débil de la sociedad son quienes en realidad soportan con su esfuerzo todo su armazón, se desprenden de una parte de su salario (su único medio de vida) para exigir la corrección de las desviaciones indeseadas del poder. Ese hecho imprime una trascendencia inigualable a la huelga general. Muy lejos de remotas reminiscencias históricas, no pretende derrocar un régimen no cuestionado (la democracia), ni oponerse a un gobierno legítimo (el del PP); sino escenificar un testimonio de disconformidad con aquello que perjudica a la inmensa mayoría (los más humildes), y sólo beneficia a una élite insolidaria. Así se entiende que el poder siempre tenga miedo de una huelga general. Porque su éxito radica en las razones que la inspiran, y no en las personas que efectivamente la secundan. Aunque el Gobierno tenga capacidad política para mantener inalterados sus planes, y dispongan de medios suficientes para amortiguar el impacto de la huelga, sabe que no existe peor blasón para un mandatario que el reconocimiento público de la condición de injusto. Tal descrédito anula por completo su legitimidad moral (aunque conserve la legal).
La sociedad ceutí, en tanto que parte de la sociedad española, se enfrenta a un acontecimiento de esta naturaleza muy próximo. El día veintinueve de marzo, estamos citados para expresar, de la manera más rotunda posible, la convicción de que hemos elegido un camino equivocado. No existen argumentos políticos ni económicos que puedan justificar un cambio sustancial y fulminante del modelo de convivencia, plasmado en nuestra Constitución y desarrollado, durante tres décadas, con infinita paciencia,  e impagable laboriosidad no exenta de reveses y amargura. No podemos renunciar a todo aquello en lo que hemos creído firmemente, y nos ha llevado a las cotas más altas de prosperidad de nuestra historia, sin más explicación que “hay que hacer algo”. La drástica reducción del papel del estado en la economía (con la consiguiente contracción de la demanda y debilitamiento de la inversión), la dolosa depauperación de los servicios públicos (restringiendo su capacidad reequilibradora) y el desmantelamiento de los derechos laborales (convirtiendo el trabajo en una mera mercancía a merced del capital); modelan una sociedad más pobre (menos empleo y más precario), desigual (diferencias salariales más acusadas) e injusta (servicios de diferente categoría en función del poder adquisitivo).
No es verdad que todo esto sea inevitable. Existe una política alternativa respetuosa con nuestras señas de identidad. Por este motivo esta huelga general nace cargada de razón, plena de contenido y pletórica de legitimidad. Ellos lo saben. Y por eso quieren desplazar el foco de la atención sobre los sindicatos y se escudan en el drama de los parados. Obscenidad insoportable y maloliente. Al sistema económico que preconiza la derecha (conservadora en lo político y liberal en lo económico), le conviene que haya un ejército de parados como mano de obra de reserva. Es lo que permite reducir salarios, ampliar jornadas y precarizar condiciones laborales para, según ellos, ganar en competitividad. Los parados les importan un bledo, es más, los necesitan. Odian a los sindicatos por el mismo motivo. Cuanta menos protección más fácil explotación. Quieren trabajadores asustados y vulnerables como forma de mejorar sus beneficios. La ofensiva antisindical y los métodos empleados para desprestigiar la labor sindical son, sencillamente, repugnantes. La dialéctica de la mentira al servicio de la causa más oprobiosa imaginable.
No podemos permanecer impasibles ante una agresión generacional tan radical y profundamente injusta. Tenemos un compromiso ineludible con el futuro. Y lo vamos a cumplir henchidos de orgullo. La huelga general servirá para anudar el ansia de justicia de quienes albergan la esperanza de un mundo mejor, en un grito solidario que retumbará con una fuerza incontenible en las conciencias ennegrecidas de los que hacen mucho tiempo que dejaron de amar al ser humano.

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