Opinión

Homenaje a los últimos de Filipinas

Cuando paseo por esta bella ciudad de Ceuta, me gusta contemplar como se respeta a los militares y por supuesto civiles distinguidos, que por algún motivo fueron merecedores de figurar en el vecinal callejero: Almirante Lobo, Millán Astray, Teniente Arrabal, Daoiz y Velarde, Teniente Ruiz, Sargento Mena, y otros, conservando así su historia y tradiciones. No sucede de este modo en Madrid, pues una vocal no apoyaba la propuesta de un homenaje a los ‘Últimos de Filipinas’ en el barrio de Chamberí, porque aquellos soldados pertenecían “a un ejército colonial”. Señora mía, no era un ejército indeterminado, era el ejército de España. Y le diré más, combatían en una guerra: “La guerra de los pobres” porque no tenían cincuenta o sesenta duros para librarse de su asistencia y, curiosamente eran los “ricos” lo que tenían esos duros con los que se financiaba aquélla, y los que al regreso de los combatientes a sus hogares les insultaban llamándoles “cobardes” por no haber vencido a los enemigos de la patria ¡Miserables!

Llevaban acharolados zapatos, bombines de carey y engominados peinados bajo sus cubaneros gorros. Seguía diciendo la señora “que no hay motivo para recordar hechos de 1898”. Bueno, si se refería a los Romero Robledo y compañía, quizá tuviese razón; pero si acudimos al periódico extranjero Engineering, de 21 de julio de 1898, leeríamos: Si España estuviera tan bien servida por sus hombres de Estado y empleados públicos como lo ha sido por sus marinos (y los de rayadillo – ampliación del que suscribe) todavía sería una gran nación; y Echegaray: No había Escuadra, más sí marinos. En mi época de secretario de la Escuela de Suboficiales de la Armada, y por tanto del Panteón de Marinos Ilustres, a ella anexada me ocupé de buscar datos de los 31 marineros y soldados de Infantería de Marina, fallecidos en el hospital de Porsmouth, EE.UU, como consecuencia del combate de Santiago de Cuba (3 de julio de 1898) y traídos a bordo del transporte Almirante Lobo en 1916, hasta que escribiendo a parroquias, ayuntamientos y otras instituciones, logré datarlos a todos ellos.

Al propio tiempo, un docente de mi pueblo (Pontedeume – La Coruña), Xavier Brisset Martín, consiguió reunir en un libro las vicisitudes de los supervivientes de la iglesia de Baler y llevar a cabo en ella, en calidad de comisario, una exposición itinerante, titulada ‘Los Rostros del Mito’. En el centenario de estos hechos tuve el alto honor de acompañar a la hija menor del teniente médico, defensor de Baler, Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro, Purificación, que depositó un ramo de flores en la placa (de la 1ª página del Diario ‘Mercurio’ de Manila del día 15 de febrero de 1904, fecha de la repatriación de los restos grabada en mármol) que presidió la cámara funeraria del vapor Isla de Panay que traía las urnas de los defensores de Cavite y Baler. Los de Baler los había entregado el capitán Mir del vapor en Barcelona a la comisión mandada por el hijo del capitán chiclanero, de Las Morenas, y llevados al cementerio del Este madrileño (hoy de la Almudena). Los de Cavite, al reflotar los cruceros María Cristina y Antonio de Ulloa aparecieron 575 huesos y un cráneo completo. Se inhumaron en el Panteón de Marinos, con honores de capitán de navío con mando, por si entre ellos estuviesen los de Cadarso, comandante del primero de los cruceros. No solo los españoles rendimos homenaje a aquellos héroes, ya que la exposición del citado Brisset trajo consigo que el 30 de junio, fecha del decreto del Presidente Aguinaldo y de la Amistad Hispano-Filipina es y sería en lo sucesivo fiesta nacional en aquellas lejanas tierras. En 1908 se había levantado en el parque del Oeste de Madrid un grandioso monumento nacional a los soldados y marinos muertos en Cuba y Filipinas que fue destruido en la Guerra Civil. En su lugar se colocó una estatua de Simón Bolivar, aquel que ascendía a teniente a quien matase a veinticinco españoles y a capitán a quien lo hiciese con cincuenta. ¡Vaya, vaya!. Para concluir, se podría aplicar el latinajo de Distingue tempora e concordabis jura y como consecuencia el proverbio de “Es preferible caminar con un oso que con un necio/a, y que nadie se considere aludido/a”.

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