Colaboraciones

Hombres y mujeres de Extremadura en Sudamérica

Los extremeños tuvieron siempre fama de “conquistadores” y “aventureros”, que son los gentilicios con los que desde muy antiguo más se les identifica y conoce, debido a la audacia y valor que acreditaron tener, sobre todo, en América por sus numerosas conquistas, colonizaciones, exploraciones, fundaciones de ciudades y pueblos, en aquellas lejanas tierras, en las que bien podría decirse que Extremadura y los extremeños dieron universalidad a su misma región y a España entera en aquel territorio.

Llama poderosamente la atención cómo, siendo Extremadura una región aislada del mar, de tierra adentro en medio de todo un continente, luego, sus intrépidos hombres y mujeres no dudaron en lanzarse a la gran epopeya extremeña de cruzar grandes mares y océanos procelosos, en medio de embravecidas tempestades, en muchos casos, sin haber visto nunca el agua del mar ni un barco.

Nos dejó dicho el historiador de Mérida y pueblos de su comarca, Vicente Navarro del Castillo, en su libro: “La epopeya de la raza extremeña en Indias”, que más de 7.000 extremeños figuraron registrados en la Casa de la Contratación de Sevilla, salieron con destino a América y Filipinas, a pesar de que fueron extraviados muchos libros de registro y que hubo otros muchos miles de navegantes que se aventuraron a embarcarse ocultándose como polizones, porque no podían hacerlo de forma oficial al no ser marineros, o también para agilizar su marcha debido a las numerosas trabas y dilaciones que les imponían para poder embarcarse.

Y es que, los extremeños, tenemos espíritu aventurero. Y eso se ve claramente en los casos de Hernán Cortés, nacido en Medellín (Badajoz), que conquistó el “imperio maya” en Méjico. Y Francisco Pizarro, de Trujillo, (Cáceres), que conquistó el otro “imperio inca” de Perú. Ambos se embarcaron y se pusieron al mando del timón de embarcaciones rudimentarias de la época, sin conocer las grandes corrientes impetuosas que se desatan en el mar y que hay que saber vencerlas para atravesarlas, incluso sin haber visto nunca las aguas del mar, ni una sola patera, ni un cayuco, de los que últimamente tanto están llegando a nuestras costase, con tal de irse a navegar en ellas a miles de millas marinas, a territorios y mares desconocidos, inhóspitos, alejados de sus lugares de origen, de sus familiares queridos y con grave riesgo de perder sus propias vidas.

Sin haber navegado nunca ni conocer tales mares y océanos, ni sus rutas marinas, ni las grandes tempestades a las que había que enfrentarse y vencer para atravesarlos, se fueron sin reparar en los grandes peligros y riesgos que tendrían que correr, que incluso podrían costarle la muerte por naufragio, no obstante, aquellos valientes conquistadores extremeños sintieron la ilusión y la osadía de ir a su encuentro, porque su corazón extremeño, repleto de arrojo y coraje, les hacía tener sus pechos henchidos, necesitaban desahogarse y salir en busca de horizontes más amplios y territorios más profundos, y ardían en deseos de lanzarse a su gran aventura.

Eso fue lo que les hizo salir a llevar a aquella América hermana su encuentro civilizador, su alma fraternal, la unión y la hermandad con los indios, que, luego, se ayuntarían allí con el llamado “mestizaje”, nacido de la unión marital de los que iban con las indígenas que los acogían. Por eso, si se observa bien, la mayoría de los apellidos hispanoamericanos son netamente de origen extremeño. Y es que Extremadura ha contado siempre con grandes soñadores y aventureros, que lo arriesgaron todo con tal de buscar nuevos derroteros, descubrir territorios ignotos, colonizaron y conquistaron amplios horizontes, realizando las mayores proezas y hazañas, en las que tanto cooperó el grupo conocido por los “Doce Apóstoles, de Belvís de Monroy (Cáceres) con sus misioneros por delante empuñando la santa cruz; aunque después fueron otros países más “listillos” y se llevaron los frutos que los españoles produjeron.

Y no sólo fueron conquistadores los que protagonizaron tales aventuras; también hubo grandes colonizadores y exploradores que iban buscando encontrar nuevos mundos, nuevas gentes con las que comunicarse, con las que luego emparentarían, dando así lugar al “mestizaje”; hecho este último que ninguna otra potencia colonizadora de la época practicó, dado que Francia, Inglaterra, Holanda, etc, practicaron allí la segregación racial, el “apartheid”, la radical separación entre razas y el dominio de los colonizadores sobre los colonizados, y que, por eso, se inventaron luego la “leyenda negra” contra España, envidiosos los demás países de no haber sido ellos los que alcanzaran tal gloria y protagonismo.

Los extremeños se iban a América, acudiendo a la llamada de sus ilustres paisanos que les precedieron, como los citados Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Y así tenemos descubridores y exploradores de la talla de Francisco de Orellana, nacido en Trujillo, que descubrió el río Amazona (Brasil), el más caudaloso de toda la tierra; y también el río Mississippi, el más largo. Pedro de Valdivia, de Villanueva de la Serena (Badajoz), que descubrió y conquistó Chile y Panamá. Vasco Núñez de Balboa, de Jerez de los Caballeros (Badajoz), descubrió como Mar del Sur, el actual Océano Pacífico, etc. De ellos, dijo el filósofo e intelectual, López Prudencio, en 1929: "Lo que hizo la gente extremeña no cabe en los límites de la Historia de España. Pertenece a los dominios de la Historia Universal".

Pero, todos aquellos afanados extremeños, no estuvieron allí solos; también fueron con ellos, o después, bravas y heroicas mujeres extremeñas; quizá por aquello que dijera el Creador, que: “No es bueno que el hombre esté solo…”, y por eso creó la mujer. Por entonces, las féminas extremeñas de aquella época estaban en un segundo plano. No podían sentarse en la misma mesa con un hombre. Eran como una propiedad que pasaba de manos de los padres a los maridos o a los hermanos. En cambio, las noticias de América daban cuenta de que allí ellas eran más libres y se despojaban de su encorsetamiento.

La primera mujer en saltar el “charco” fue la extremeña Inés de Solís. Después se irían, formando grupo otras 80 o más, según el Archivo de Indias de Sevilla, donde se registraban todos/todas los que se iban. Isabel de Solís, nacida en Plasencia (Cáceres), fue enfermera y militar, conocida por su notable papel en la conquista de Chile. Formó parte de la expedición de Pedro de Valdivia, habiendo. participado en la fundación de la actual ciudad de Santiago de Chile (entonces «Santiago de Nueva Extremadura») y fue figura clave en su defensa durante el asedio en 1541 por los “mapuches” (pueblo indígena).

De aquellas 80 mujeres, nadie decía nada entonces; surcaron el océano, esquivaron piratas y sobrevivieron al hambre y al escorbuto, llegando al Nuevo Mundo en una endeble embarcación. Su vida, como la de otras mujeres que antes y después las evocaron, fue muy arrojada; hasta hace poco tiempo, estuvieron ocultas para la Historia en los documentos y referencias, como la de la vasca Catalina de Erauso, una monja adolescente que huyó del convento disfrazada de hombre para cruzar el Atlántico. Allí, se hacía llamar Francisco de Loyola o Alonso Díaz; sin embargo, bajo su armadura y las entretelas de sus pantalones ocultaba su mejor “secreto”, que se lo descubrieron cuando un día el médico de la expedición les pasó reconocimiento sanitario y, todo sorprendido, comprobó que sus poderosos “atributos” eran manifiestamente femeninos.

Tras que, en 1550, por la legislación española de la época, los mestizos heredaban todos los derechos, entonces el “mestizaje” ya no se podía detener. Las doncellas embarcadas eran niñas, no superaban los 15 años de edad. Iban de Extremadura, de la tierra “parda” extremeña que inmortalizara el extremeño que inventó el dialecto el “castúo”, que se lo debemos al que fuera el tinajero de Miajadas, Luis Chamizo. Ni siquiera tenían aquellas mujeres edad para casarse, o para entrar en el convento, que se les exigía tener una dote. A algunas les impulsaría la curiosidad por el nuevo continente y su afán de ser más libres.

El viaje de todas se transformó en una odisea. El barco que las llevaba fue atacado por piratas franceses, luego se perdió cerca de las costas africanas mientras una pandemia de escorbuto les iba arrancando el cabello y la piel. Al llegar a América un grupo de indígenas las hizo prisioneras. Al frente de la expedición estaba una viuda de “armas tomar”, de esas de brazos enjarrados apoyados cada uno en el cuadril, que cualquiera se atrevía a toserle. Era Mencía de Calderón Ocampo, extremeña de Medellín. Ella las guio entre la selva con sus corsés y sus largos vestidos arrastrando por el suelo, y las condujo hasta Asunción (Paraguay).

En España no se sabía nada de ellas, pensaban que estaban muertas. Llegaron a su destino cinco años después. Tanto los varones como las mujeres que iban trataron con mucha delicadeza a las indias e indios, porque los Reyes Católicos promulgaron al efecto las llamadas “Leyes de Indias”, ese gran Códice jurídico que tanto favorecían a los indígenas, contrariamente a lo denunciado falazmente a los medios de comunicación hace sólo unas semanas por el ex presidente de Méjico, López Obrador, nieto de españoles, en el sentido de que España fue a “invadir” América, y a cometer atrocidades, cuando la verdad fue que muchos españoles hasta pidieron ser tratados con la misma benevolencia con que se trataba a los indios. ¿Acaso cree el señor Obrador que, como nieto del primero de su familia que se fue a Cuba y después a México, ha “obrado” bien juzgando genéricamente a su propio abuelo, usando de tales infundios, y siendo este último tan buena persona que su benevolencia y bondad representa la propia raíz de la que él mismo procede?.

Me permito recomendarle a este nieto de españoles de los que se marcharon a América, la lectura del libro escrito por el historiador Bernal Díaz del Castillo, cuando, palmo a palmo, y siguiendo, “in situ”, a una expedición de colonizadores españoles, nos refiere en su libro que Hernán Cortés quiso ahorcar en Cempoal (México) al soldado Fulano de Mora, sólo por haber hurtado dos gallinas a los indios, cuando los españoles estaban hambrientos y tenían que alimentarse de perros, reptiles y otros animales repugnantes; y sólo se salvó aquel soldado de tan dura pena, por la intercesión de Pedro Alvarado, que cortó la cuerda cuando el condenado era ya llevado a la horca.

Pues, retomando a Inés Suárez, en 1526, con 19 años, conoció allí a quien sería su primer esposo, Juan de Málaga. Entre 1527 y 1528 Juan, se embarcó para Panamá. Inés permaneció en España esperándole. Pasaron los años y, cuando supo de él desde Venezuela, en 1537, con permiso del rey, se embarcó hacia las Indias en busca de su marido. Cuando ella llegó a América, contaba con 29 años de edad, y se encontró con la noticia de que su marido, Juan, había muerto en la batalla de las Salinas. Como compensación, por ser viuda de soldado español, recibió una pequeña parcela de tierra en Cuzco, donde se instaló, así como una encomienda de indígenas. Allí conoció a Pedro de Valdivia, maestro de campo de Francisco Pizarro y posterior conquistador de Chile, que tenía una encomienda lindando con la de Inés.

La mayoría de aquellas mujeres procedían de Extremadura, de la misma tierra “parda” y seca de donde saldrían personajes de la talla de Hernán Cortés y Francisco Pizarro. "Eran mujeres muy jóvenes y sin recursos. A algunas les impulsaría la curiosidad por el nuevo continente, buscando libertad, y se marcharon para América. El viaje se transformó en una odisea. El barco fue atacado por piratas franceses y, cerca de las costas africanas, el escorbuto les iba arrancando el cabello y la piel. Al llegar, los indígenas las hicieron prisioneras”.

Valdivia solicitó autorización para ser acompañado por Inés, concediéndosela Pizarro, aceptando que la mujer le asistiese como sirviente doméstico, pues de otro modo la Iglesia se opondría al viaje. Inés prestó diversos servicios a la expedición, por lo que fue muy considerada entre sus compañeros de viaje como «una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, haciéndose acreedora una gran estima entre los conquistadores. Realizó hazañas como hallar agua en medio del desierto, salvando a la tropa de padecer de sed, o descubrir una conspiración contra Valdivia, son aspectos que le granjearon respeto e hicieron que esta gran señora triunfara en América. Su vida y su obra, creo que se merecen este pequeño homenaje, que hoy he querido dedicarles.

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