Los de mi generación del baby boomers, los nacidos en España entre 1958 y 1975 en la que vivimos una explosión demográfica, ahora ya somos sesentones.
Nuestros programas de televisión eran poco sofisticados: sencillos, guiones fáciles y puesta en escena rudimentaria.
La televisión vivía los últimos años de la dictadura y los comienzos inciertos de una democracia.
Yo nací en el 64 y recuerdo aquella programación televisiva para niños: La casa del reloj; Los chiripitiflauticos; Un globo, dos globos, tres globos, en la que mi poetisa favorita, Gloria Fuertes, recitaba poemas feministas y reivindicativos para niños; lo descubrí con el tiempo.
Mi programa favorito era Los payasos de la tele: Gabi, Fofo, Miliki. Así empezaba... ¿ Cómo están ustedes? A lo que todos gritábamos: "¡Bieeeeeeen!". Más fuerte que no se oye: "¡Bieeeeeeen!". Y así hasta tres veces.
Las canciones eran pegadizas, graciosas, locas, y fantásticas: la educación machista, una gallina turuleca poniendo huevos, viajar en el coche de papá, el ratón de Susanita y una niña que hacía todas las labores de la casa y algunas reglas de buena educación.
Ayer celebramos un cumpleaños y quisimos darle una fiesta sorpresa a la cumpleañera. Reservamos mesa en el restaurante Vips que esta semana inauguraba por todo lo alto su apertura en Ceuta.
Yo desconocía esta cadena, asunto que sorprendió a todos los compañeros comensales. Sabía que para la ciudad era algo importante porque Ceuta no se caracteriza por abrir negocios; más bien, todo lo contrario; pero eso será tema para otro Cañonazo.
Leímos la sabrosa carta llena de sugerencias apetitosas: entrantes, sandwiches y bocadillos y una buena lista de platos atípicos.
Unos y otros fueron recomendando sabores, combinaciones, tipos de carne, aperitivos; describían con tanto detalle la comida que se me iba haciendo la boca agua, como el famoso perro de Pavlov.
Yo, que me dejo llevar por los expertos oí la voz de mi amigo Juanma, conocedor de restaurantes de postín, analista de todos y cada uno de los detalles y sabedor de la calidad y la presentación de las viandas.
-Yo me voy a pedir un pepito: solo con su descripción mi mente y mi paladar se jalaron el futuro bocata que me zamparía.
Volviendo a los payasos, y con un hambre que era capaz de comerme al lobo de Caperucita Roja, haciendo tiempo en la espera me acordé de una de las canciones de los payasos:
"Hola, don Pepito
Hola, don José
¿Pasó usted ya por casa?
Por su casa yo pasé
¿Vio usted a mi abuela?
A su abuela yo la vi
Adiós, don Pepito
Adiós, don José".
Nos tomaron tres o cuatro veces las comandas de la bebida en un desbarajuste propio de los hermanos Marx: Coca-cola Cero, normal, cerveza cero, caña, tostada o sin tostar, dos tipos de vino, tintos de verano y agua (que aclara la vista).
Llegaron las esperadas tapas: alitas, croquetas, nachos, patatas bravas... Lo picantón nos hacía llorar, pero no de emoción. Las bebidas tardaban más que un día sin pan por más que las pedíamos de todas las maneras posibles.
Los camareros deambulaban por la mesa en la que por su estrechez, parecíamos sardinas enlatadas abriendo el pico como los polluelos recién nacidos.
Después de 4 años llegó una bandeja con las copas y el líquido. Un espontáneo, como si fuera un torero al quite, ayudó a que la bandeja no se tumbara en las cabezas de las 14 personas sedientas.
Fue llegando la comida. Curioso resultaba que yo, personalmente, pidiera el pepito ausente más de seis veces. Llegaban los postres y nada, el pepito desaparecido comenzó a ser un misterio.
Cada vez que se acercaban camareros volvíamos a demandar el pepito y volvían a tomar nota.
¿Quieres la mitad del mío?, me dijo Juanma, al ver que la sorpresa por la demora ya empezaba a provocar risas nerviosas.
El pepito, el pepito, el pepito: ya era una petición coral y tumultuosa, como un estribillo pegadizo para hacerle memoria a la cocina.
Nada. Y así me acordé de la canción de los payasos.
Después de dos largas horas Don Pepito pasó a ser Don José.
Aplaudimos la llegada del manjar y me lo comí de un bocado con más hambre que el perro de un ciego.
Tuvimos que negociar que nos dejaran entrar la tarta pues la cadena lo prohíbe taxativamente. Un poco más y tiene que mediar el mismísimo Puigdemont acompañado de un negociador internacional.
Mucha gente joven comienza a trabajar; algunos por primera vez. Todos comprendimos los líos, desbarajustes, descoordinación, galimatías y zapitiestas. El buen humor acompañó a la fiesta y el pepito se ganó el cariño de todos.
Voy a sugerir que incluyan en la carta "pídele a Encarna la empanadilla de Móstoles". El pepito y la empanadilla serían candidatos a la estrella Michelín.
Con la melodía de dos tintos de verano comencé a cantar en voz baja: "corre Pepito..Vips, Vips, el coyote te va a comer..Vips vips”.