En los tiempos que transitan el entresijo estratégico ha vuelto a copar el bastión de estudio por parte de los analistas. Y es que la guerra que parece haber quedado adormecida en el imaginario colectivo con la ocupación rusa de Ucrania (24/II/2022), ahora hay que añadir el conflicto de Gaza desatado por el ataque terrorista de Hamás a Israel (7/X/2023). La viabilidad de que esta complejidad bélica se encamine hacia una mayor perturbación regional, junto con la indescriptible crisis humanitaria en la que resulta aterrador actualizar las cifras de vidas catapultadas, los esfuerzos internacionales se han focalizado en conseguir un alto el fuego.
Entretanto, en el continente africano prosigue in crescendo los signos de inestabilidad. Fijémonos sucintamente en los casos concretos de Gabón y Níger, que se incluyen en el elenco de estados que en los últimos años han sentido las réplicas de un golpe de Estado. Además, la imperante inseguridad en el Sahel influenciada por otras convicciones y actores políticos y religiosos, se muestra con repuntes de violencia en Malí o Chad y una guerra en toda regla en Sudán, junto con los efectos desencadenantes del cambio climático y una realidad económica deficitaria, hacen de esta demarcación un contexto de inquietud para la Seguridad Nacional.
Asimismo, la falta de equilibrio tanto en el Sahel como en Oriente Medio, podría ayudar a reavivar los medios yihadistas y resultar en procesos de radicalización y potenciales irrupciones terroristas. Obviamente, esta cadena de tensiones encierran su centelleo en un tablero considerablemente dividido, donde el multilateralismo y las organizaciones internacionales pierden protagonismo y efectividad.
Así, en los meses transcurridos de 2024, se corrobora sin ambages, el deterioro y quizás, la decadencia, de la arquitectura internacional en lo que atañe al trípode del control de armamento, no proliferación y desarme. Conjuntamente, la seguridad y protección de las infraestructuras críticas adquiere especial relevancia en un escenario de desequilibrio y vaivén geopolítico, donde se advierte una acotación progresiva de acontecimientos e irrupciones híbridas.
En este aspecto, se enfatizan las instalaciones críticas submarinas que tras el ataque al gasoducto Nord Stream (26/IX/2022) mediante varias explosiones que provocaron una importante fuga de gas, posteriormente sostendría otros sucesos. Las muestras más apreciables son la acometida a un canal que ensambla Estonia y Finlandia y un cable de datos submarino entre Estonia y Suecia. A la par, las embestidas que se han materializado en el Mar Rojo, además de implicar una seria amenaza para la comercialización y el tránsito marítimo, ponen en riesgo los cables submarinos de una zona por la que marcha el 80% de la circulación de Asia al Oeste.
Por lo demás, las tensiones globales llevan a un aumento de la propagación de campañas de desinformación, con la acentuación de los relatos antioccidentales. Y como no, la inteligencia artificial entraña un desafío adicional a la hora de hacer frente a esta amenaza, fundamentalmente perjudicial en situaciones electorales. Amén, que está tiene impacto en otros espacios, como bien puede ser el crimen organizado con la plasmación de imágenes que repercute no ya sólo en las prácticas delictivas, sino igualmente en la persecución y el enjuiciamiento criminal.
Del mismo modo, han crecido los ciberataques con agresores que arrastran un perfil más sofisticados técnicamente y una interconectividad escalonada que amplifica el nivel de acción. En el recinto del espionaje, la digitalización de organizaciones brinda a los Servicios de Inteligencia más hostiles, la probabilidad de explotar otras formas de obtención de información de manera eficaz e inequívoca.
Claro, que la esfera económica también se ha erigido en parte de este tablero por la pugna geopolítica, con visos económicos calificados como temas cruciales para la Seguridad Nacional. Taxativamente se duplican los esfuerzos por tratar que las cadenas de valor sean más resilientes y sólidas y, a su vez, preserven el acceso a componentes y tecnologías críticas.
En el horizonte comunitario varias reglas de juego han perseguido impulsar la autonomía estratégica y la seguridad económica. Obligatoriamente, la primera ha sido una de las preferencias de la presencia española del Consejo de la Unión Europea (UE). Y como no podía ser de otra manera, estas dinámicas están enlazadas a la transición energética, que ha cobrado aún más premura como resultado del ascenso de la temperatura media global. Sin inmiscuir, que el año 2023 se convirtió en el más cálido nunca registrado y estuvo contrastado por fenómenos atmosféricos extremos, como desbordamientos e incendios difíciles de controlar.
Y por último, partiendo de los datos asentados con respecto al año 2022, los flujos migratorios irregulares de entrada apuntaron una ampliación del 95% en 2023, con un agravamiento mayormente principal de recaladas desde el Sahel. Aunque los recuentos del Ministerio del Interior hacen ostensible que del 1 de enero al 15 de marzo de 2024, penetraron clandestinamente por vía marítima en España 14.405 inmigrantes irregulares, en el mismo período del año anterior, lo hicieron 3.528 sujetos inmigrantes.
"La aldea global enfrenta una multitud de complejidades, entre ellas, los estragos abiertos de la andanza imperial de Putin y los primeros atisbos de las negociaciones para la permisible adhesión de Ucrania a la Unión Europea"
Visto lo anterior, no cabe duda, que la mitad de las administraciones democráticas del mundo se encuentran en caída, minados por un sinfín de inconvenientes que van desde las limitaciones a la libertad de expresión hasta las suspicacias en la legalidad de las elecciones; mientras que los regímenes autoritarios ahondan sus cartas de presentación en la represión. Esta verticalidad a los valores democráticos se origina cuando los líderes electos afrontan innumerables coyunturas espinosas como las crisis del costo de vida, una recesión cercana o el cambio climático, entre algunas.
Y por si fuese poco, el guarismo de estados en retroceso, o lo que es igual, aquellos con el consiguiente desgaste democrático más implacable, está en apogeo e incluye a democracias tan asentadas como la de Estados Unidos, que todavía sufre dificultades de polarización política, disfunción institucional y ataques a las libertades civiles. Y en líneas generales, los países que prosperan enfocados al autoritarismo son más del doble de naciones que evolucionan hacia la democracia.
En base a lo expuesto, existen indicativos alarmantes, incluso en estados que se desenvuelven en cotas medias y altas de patrones democráticos. Sin duda, en los últimos trechos la progresión se ha obstruido en los indicadores del Estado Global de la Democracia. Esta mengua supone el socavamiento de resultados electorales probables, barreras a las libertades y derechos, decepción de los jóvenes con las fuerzas políticas junto a líderes cerrados, una corrupción a primera vista salvaje y la manifestación de partidos de extrema derecha que polarizan el marco político.
Ni que decir tiene, que los regímenes autoritarios han ahondado en su andanada represiva, porque más de dos tercios de la urbe mundial subsiste en democracias en marcha atrás, o en gobiernos híbridos y arbitrarios. Aun así, concurren síntomas aparentes de progreso. Los individuos se adhieren a maneras innovadoras para renegociar los términos de los contratos sociales, comprometiendo a sus gobiernos para que formalicen las reivindicaciones del siglo XXI. Simultáneamente, los sujetos se constituyen con éxito al margen de las disposiciones acostumbradas por parte de los partidos, principalmente el colectivo de los jóvenes, desde las censuras climáticas hasta los derechos de la ciudadanía.
Sobraría mencionar, que tanto las Cartas Magnas como las prescripciones recientemente forjadas, cumplen como objetivo enarbolar las voces de los grupos marginados. Póngase como ejemplo, la República Islámica de Irán, donde los jóvenes manifestantes exponen sus vidas para salvaguardar las libertades básicas.
Mirando las observancias clave del Informe sobre el estado mundial de la democracia divulgado por el Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA), que se afana en apoyar y reforzar las entidades y desarrollos democráticos, así como desplegar democracias sostenibles, efectivas y legales, insiste en que muchos estados notaron bajones en al menos un atributo secundario de la democracia.
Para ser más preciso en lo fundamentado, comenzando por Europa, poco más o menos de la mitad de las democracias han padecido un daño notable en los últimos cinco años. Estas mermas perjudican al 46% de las democracias de elevado rendimiento. Al mismo tiempo, el autoritarismo continúa profundizando en su espiral desmedida. Casi la mitad de los regímenes autoritarios han empeorado o han sufrido una degeneración, como Bielorrusia, Afganistán, Comoras, Camboya o Nicaragua. Luego, el andamiaje democrático no parece estar prosperando de modo que trasluzca los menesteres y prioridades. Se constatan exiguas mejorías, incluso en democracias que se ejercen en valores medios o altos.
En África y Oriente Medio, a pesar de los retos irresueltos, se conserva compacta de cara a las fluctuaciones. Así, países como Zambia, Níger y Gambia, se enmiendan en su índole democrática. Rebasando un espacio cívico condicionado, la labor doméstica ha establecido posibilidades para intercambiar el contrato social y los resultados han cambiado según el país en curso. Y entretanto, en Asia Occidental más de una década más tarde de la Primavera Árabe (2010-2012), los grupos de protesta siguen implicados por las grietas abiertas en la prestación de servicios y oportunidades económicas.
Dicho esto, en un encuentro en el Palacio del Elíseo (8/VI/2024) durante una declaración a la prensa y sin preguntas, después del almuerzo de trabajo entre el presidente de Francia, Emmanuel Macron (1977-46 años) y su homólogo norteamericano, Joe Biden (1942-81 años), horas antes de la antesala del octogésimo aniversario del Desembarco de Normandía (6/VI/1944), decía literalmente el mandatario francés: “el respeto y la lealtad” que evidencia hacia los aliados europeos por “la voluntad de buscar acuerdos, incluidos los que son más complicados. Le agradezco por ser el presidente de la primera potencia mundial que muestra respeto a los europeos”.
De hecho, el matiz que engalana esta disertación y que pretendo resaltar, subyace en que ambos Jefes de Estado se han atrevido en ofrecer una clara sintonía en su proceder, con una “hoja de ruta común” en los conflictos de Ucrania y Gaza y cómo no, las divergencias comerciales con el gigante asiático.
En cambio, Biden ha expuesto al pie de la letra que “Estados Unidos estará junto a Ucrania, junto a nuestros aliados, junto a Francia”. El presidente estadounidense, quien en pocos meses decidirá su continuidad en la Casa Blanca por su reelección ante el republicano Donald Trump (1946-77 años), un dirigente ampliamente desaprobado en el Viejo Continente por su predisposición aislacionista durante su gestión desde 2017 al 2021, respectivamente, poniendo la entonación en la contienda que se libra en Ucrania contra la Rusia de Vladímir Putin (1952-71 años).
“Putin no se detendrá en Ucrania. Toda Europa será amenazada y eso no lo permitiremos. Estados Unidos estará junto a Ucrania, junto a nuestros aliados, junto a Francia”, ha expresado el dirigente estadounidense. Macron y Biden han coincidido en aplaudir la reciente puesta en libertad de cuatro de los rehenes israelíes apresados por Hamás desde el 7/X/29023 y “en poner la presión necesaria” para que Irán deje de amenazar a Israel y de agitar la región por medio de sus conexiones con milicias islamistas como la de Hezbolá en Líbano.
En paralelo, Biden ha relacionado la heroicidad y valentía que las tropas de su país demostraron hace ahora ochenta años, en la guerra contra la Alemania nazi, con la eventualidad de detener la agresión rusa en la Europa de hoy. Posteriormente, el líder norteamericano ha pronunciado un discurso y se ha interpelado si los héroes de aquel tiempo “querrían que Estados Unidos se levantara contra la agresión de Putin”.
“¿Alguien duda de que moverían cielo y tierra para vencer a las odiosas ideologías actuales?, agregó Biden en su participación desde Pointe du Hoc, punto emblemático para la abnegación de las tropas de Estados Unidos durante el asalto aerotransportado. El presidente ha recapitulado que los soldados del asalto inicial están ya fallecidos, pero ante las disyuntivas presentes, sus palabras “nos preguntan qué haremos. No nos piden que escalemos estos acantilados. Nos piden que seamos fieles a los valores de Estados Unidos”.
Recuérdese al respecto, que Francia y Estados Unidos son aliados legendarios que se han asistido en instantes decisivos como las dos conflagraciones mundiales, pero sus engarces también han amasado varios desencuentros puntuales. Vicisitudes como la exclusión de tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de Francia durante el gobierno de Charles de Gaulle (1890-1970), o el rechazo galo de involucrarse en la Guerra de Irak (2003-2011), o la actuación de Estados Unidos en la Guerra de Ucrania, son algunos lunares de inflexión que han desunido a estos países.
Nexos que proceden desde el mismo nacimiento de Estados Unidos como nación, ya que Francia se erigió en uno de los mayores aliados de los colonos para lograr la independencia de cara a Reino Unido. Algunas pruebas de esta aleación dice que Estados Unidos en ningún tiempo estuvo en conflicto con Francia, o la entrega de ésta en 1886 de la Estatua de la Libertad, uno de sus mayores distintivos. Acercamientos que con la venida del siglo XX, los encumbraron a ser aliados con atracciones comunes, fundamentalmente, cuando en 1914 Europa entró en guerra.
"Las tensiones globales llevan a un aumento de la propagación de campañas de desinformación, con la acentuación de los relatos antioccidentales. Y como no, la inteligencia artificial entraña un desafío adicional a la hora de hacer frente a esta amenaza"
Por aquel entonces, aunque Estados Unidos permaneció imparcial al inicio, lo cierto es que en 1917 acabó adentrándose en el conflicto bélico para respaldar los intereses de Francia y Reino Unido frente a Alemania y el Imperio Austrohúngaro. Una cooperación que resultó esencial para conseguir el triunfo en 1918. Además, este aval convirtió al expresidente Woodrow Wilson (1856-1924) en figura popular en Francia, aunque durante los acuerdos de paz las disposiciones de Estados Unidos y Francia estuvieron enfrentadas, ya que París requirió más endurecimiento contra Alemania, que le impusiera sufragar los gastos de la guerra y la aminorara en el devenir. Procedimiento que trasladaría a Alemania a un escollo económico y político, aunque años más tarde nuevamente confluiría en el repecho del nazismo.
Durante el período de entreguerras o interbellum (1918-1939) Estados Unidos se encomendó de suministrar armas a Francia ante la intimidación progresiva de Adolf Hitler (1889-1945). Pero esta contribución vino tardíamente, ya que se entablada la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y con ella, Francia se colapsó ante la aproximación germana de 1940.
Para ese intervalo de la historia, Estados Unidos aun no estaba en la contienda, pero en cuanto se introdujo en la misma en 1941, fue parte activa en el combate contra el nazismo en Europa y la ‘Francia de Vichy’ o ‘régimen de Vichy’, un sistema político y Estado títere establecido por el mariscal Philippe Pétain (1856-1951). Estados Unidos arrimó el hombro a los integrantes de la ‘Francia Libre’ para regresar a su país y tras el Desembarco de Normandía volvió a ser imprescindible para Francia y Reino Unido en el dominio contra la Alemania nazi. Después de la guerra, Estados Unidos ayudó económicamente en la reconstrucción, valorándose que dedicó entre créditos y subvenciones, aproximadamente unos 5.000 millones de dólares de la época, de los que 2.300 se invirtieron a fondo perdido, algo de lo que Francia fue uno de los más beneficiados por el European Recovery Program o Plan Marshall.
Así, durante la Guerra Fría (1947-1991) Francia pasó a formar parte del bloque Occidental. En tanto los dos estados se posicionaron como aliados frente a la Unión Soviética, también se convirtieron en miembros promotores de organizaciones como la Alianza Atlántica.
Aunque dentro de esta coalición Estados Unidos conservó diferencias con relación a la función de Francia con sus colonias. E incluso se desencadenó una crisis en 1956, cuando Reino Unido, Francia e Israel ocuparon Egipto, tras la nacionalización egipcia del Canal de Suez y Estados Unidos con su presión diplomática impuso a estos tres países detener sus combates.
Estos encuentros fallidos crecieron más tras la llegada de Charles De Gaulle, persona destacada en el proceso de construcción de la UE, lo que hizo que su tendencia prosiga influenciando en la política de Francia, ya que pretendió desplegar un programa nuclear exclusivo que no contaba con la aprobación de Washington.
De Gaulle se exhibió desacorde al poder preponderante de Estados Unidos en Occidente, al entender que se estaba prescindiendo de Francia y que quedaba en un segundo plano. Y en su tentativa de implantar una fuerza defensiva autónoma, retiró del mando militar de la OTAN a Francia, hasta descartar a sus tropas. Circunstancia que comprometió los lazos con Estados Unidos, aunque jamás se ocasionó la partida concluyente de Francia de la organización militar.
Durante las tres décadas subsiguientes sus relaciones daban la sensación de enmendarse, aunque se exteriorizaba a una Francia cada vez más atraída por encabezar el proyecto de la Unión junto a Alemania. Más adelante, las tensiones no reaparecieron hasta el año 2003, cuando el entonces presidente francés Jacques Chirac (1932-2019), contradijo enviar tropas a la Guerra de Irak (2003-2011) empeñada por George Bush (1946-77 años). Esta materia produjo en Estados Unidos una campaña de boicot a diversos productos franceses.
Aunque en líneas generales ambos estados se corresponden en metas capitales como la lucha contra el terrorismo, últimamente la relación se ha visto sombreada por varios precedentes. Entre ellos, la fisura abierta con numerosos cortes en el trato del expresidente Trump y el mandatario francés, o la representación más reciente de Estados Unidos en la Guerra de Ucrania.
A los anteriores asuntos hay que incorporar la crisis sobrevenida tras la validación de la alianza estratégica militar AUKUS (15/IX/2021) entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, que facilitó la capacidad a este último de articular submarinos nucleares. Un pacto que complicaba seriamente los intereses económicos de Francia con Australia y del que París ni la UE tuvieron constancia hasta que se hizo oficial. Tal es así, que desde el Elíseo se decretó a sus embajadores en Estados Unidos y Australia, retirarse como medida de desaprobación y que se trabara la mayor crisis diplomática entre las dos naciones.
A día de hoy, Francia es uno de los mayores valedores de la independencia económica y militar de Europa con relación a Estados Unidos. Por ello, Macron es garante de introducir el ejército europeo y un crítico a los subsidios multimillonarios a la transición verde a empresas resuelto por Biden. Una maniobra que desde Europa declaran que castiga a sus efectos y géneros y que añadido a la elevada cuantía del combustible norteamericano, puede dar lugar a una guerra comercial transatlántica que aparte a socios tradicionales como Estados Unidos.
En consecuencia, la aldea global enfrenta una multitud de complejidades, desde el costo de la vida hasta las fatalidades de una confrontación nuclear y la celeridad de la crisis climática. Sin soslayar, los estragos abiertos de la andanza imperial de Putin y los primeros atisbos de las negociaciones para la permisible adhesión de Ucrania a la UE. Y entre ello, la democracia de algunos actores de calado, parece caer empicada y perder su esencia innata.
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