Cada 8 de marzo es su día, la jornada en la que se conmemora la lucha de la mujer trabajadora por la igualdad, por unos derechos que aún está muy lejos de ser una realidad y por lograr un reconocimiento que se persigue desde hace años.
Para muchas mujeres, cada día es un nuevo 8 de marzo. Porque cada jornada demuestran su capacidad para ser trabajadoras, amas de casa o madres.
Todo un ejemplo de superación que se hace realidad en la figura de Cristina Álvarez: empresaria y presidenta de la Asociación de Familias Numerosas.
Tras un periodo en Sevilla, esta caballa de nacimiento regresó a su ciudad donde decidió iniciar su periplo como empresaria. “Los niños ya no eran tan pequeños y, además de ser madre, necesitaba crecer como persona. Entonces decidí montar un centro de estética que, posteriormente, ampliamos con medicina estética y cirugía plástica y después con seguros médicos”, explica.
Aunque reconoce que para muchas mujeres el camino por la igualdad laboral no es fácil, su caso es totalmente opuesto. “En algunos puestos de trabajo ponen muchas zancadillas a la mujer, pero a mí personalmente no me ha pasado nada. También creo que por mi espíritu y mi forma de ser, yo me abro puertas en vez de cerrármelas”.
Como madre de cuatro hijos, Cristina quiso mostrar su realidad y la de otros muchos núcleos familiares y, para ello, se puso al frente de la Asociación de Familias Numerosas (Acefan). “Intentamos informarlas de las ayudas que tenemos para poder llegar a fin de mes. Queremos promover que haya más familias porque esto va a ser la jubilación de todos los que estamos trabajando. Sin niños no hay futuro”, sentencia.
A pesar de sus dos trabajos y una asociación que presidir, Cristina aún tiene tiempo para dedicarlo a la solidaridad. Tras formarse en un curso sobre micropigmentación, decidió ayudar a mujeres mastectomizadas de forma desinteresada. “Sentí que tenía que hacerlo, porque después de la operación vienen muy tristes ya que el pecho es una parte muy importante para una mujer. Cuando se reconstruye el pezón con esta técnica y se miran en el espejo, lloran, y yo termino llorando con ellas”.
Son muchas actividades para tan “pocas horas” al día. “A veces me digo que hubiera necesitado dos o tres horitas más, pero lo llevo lo mejor que puedo. Cada vez abro más frentes, pero a veces los niños tienen exámenes y los ayudo, tengo que ir al supermercado o hacer las tareas de casa. La conciliación es lo que llevamos un poco peor porque las madres queremos darle a nuestros hijos un poco más de tiempo”.
Cada día es una nueva aventura en la que puede ocurrir cualquier cosa. “Siempre pasa algo, te pueden llama del colegio porque alguno ha enfermado o se ha caído y en ese momento dejo el trabajo porque la prioridad es la familia. Todos los días de mi vida ocurre algo, tanto en la familia como en el trabajo, pero siempre termino superándolo”.
Un día a día “nada aburrido”, pero al que también consigue ‘arrancar’ tiempo libre. “Me encanta divertirme e intento sacar un rato para quedar con los amigos, tomarnos una cerveza o incluso salir de viaje”. Una mujer ‘todoterreno’ que no le teme al trabajo ni a la dura tarea de ser madre.
Su vida no es sencilla. Se despiertan antes del alba para comenzar una dura jornada con la que poder llevar un trozo de pan a su mesa. Su trabajo no está reconocido y a cambio de muchas horas de esfuerzo, apenas consiguen lo justo para subsistir. Son las porteadoras, trabajadoras anónimas que están escribiendo la página de la lucha de una mujer por sacar adelante a su familia.
En la mayoría de los casos están solas, son el único sustento de sus familias. Como en el caso de Rashida, donde el fallecimiento de su marido desencadenó su decisión de acudir al Tarajal para dedicarse al porteo. Fue la única alternativa que esta mujer de Tetuán encontró para mantener a sus tres hijos menores. “Nuestra vida es inhumana, pero ¿qué puedo hacer? ¿cómo mantengo a mis hijos y pago el alquiler?”.
Comenzó a portear hace diez años y ahora sólo tiene un deseo: “Quiero que mis hijos consigan una vida mejor de la que yo tengo”.
Otra de estas mujeres, que prefiere mantenerse en el anonimato, asegura llevar un año dedicándose al porteo. Al igual que otras muchas, la vida le obligó a buscar un medio para sacar adelante a sus dos pequeños y a duras penas lo consigue con los 20 euros que obtiene a diario.
Pero esta mujer de 37 años tiene muy claro lo que le pide al futuro. “Me gustaría tener un buen trabajo para alimentar a mis hijos y buscarles un futuro, pero ni siquiera mi hija mayor, que tiene 15 años, puede estudiar”. Con el bulto a la espalda, con maletas o con carritos de la compra.
Diferentes tipos de porteo, pero con algo en común: una forma de poder ofrecer una vida mejor a sus hijos.
Es mujer en un mundo mayoritariamente de hombres, pero Carmen de la Torre tenía claro que su opción de futuro laboral era el Ejército. De padre y hermano militar, ha sentido muy de cerca la vida castrense y así, tras finalizar sus estudios de Derecho, decide embarcarse en este mundo.
Quince años después, esta comandante de Intendencia del Ejército de Tierra reconoce que nunca ha sentido que el hecho de ser mujer haya frenado sus expectativas laborales. “En el Ejército ser mujer no supone ningún hándicap. Nos basamos en los principios de mérito y capacidad y cada uno podrá llegar donde pueda, no se tiene en cuenta ser hombre o mujer”.
Un aliciente para muchas mujeres que buscan la igualdad en el ámbito laboral, aunque aún no son muchas las que a día de hoy deciden optar por la vida militar. “Creo que a veces es por desconocimiento. Hay quien se piensa que ser mujer militar puede quitarte parte de tu feminidad o complicar la vida familiar, porque son muchas horas de maniobras o misiones internacionales, pero una vez que intentas compaginar ambas cosas, no es tan difícil”.
Casada y con tres hijos, Carmen compagina a la perfección su vida familiar y laboral. Su marido, también militar, juega un papel importante en ello. “Tengo la suerte de que me ayuda en casa y si hace falta siempre se puede llamar a la familia”.
Mira al futuro con la ilusión de seguir creciendo en su trabajo y marcarse una meta lo más alta posible, sin ningún tipo de límites en este mundo donde ellas poco a poco se han ido haciendo un hueco cada vez mayor.
Su pasión por el rugby comenzó en la universidad hace seis años. Desde entonces, Alba Corredera no ha dejado de practicar este deporte, ante la sorpresa de algunos cuando explica cual es su actividad favorita. “Lo primero que dicen es que no tengo pinta y que no me imaginan placando, pero eso no tiene nada que ver. Es indiferente ser hombre o mujer. Me preguntan si no me hago daño y les respondo que es el mismo que si me caigo por unas escaleras, pero prefiero dañarme haciendo algo que me gusta”.
Hoy día forma parte del equipo ‘Hércules rugby Ceuta’, con la particularidad de ser la única chica de la plantilla. “Es cuestión de actitud. Ya he jugado en equipos femeninos y mixtos. Al principio se sorprenden algo, pero ser chica no me condiciona”. Una actitud que demuestra cada vez que sale al campo de juego.
Compagina los entrenamientos de su deporte favorito con su profesión como trabajadora social y con una activa participación en el mundo del asociacionismo. “Además de entrenar hago actividades con los chicos. Hemos desarrollado un proyecto con el que enseñamos valores a través del rugby y hemos ido a colegios o al Centro de la Esperanza”.
En su propia piel ha llegado incluso a dejar constancia de su pasión por este deporte. “Me quería tatuar una pin up, pero que fuera muy mío y me la hice jugando al rugby y la verdad es que donde va triunfa”. Lo tiene claro: el rugby ya es algo inseparable de su vida y que no piensa dejar de practicarlo. “Hasta que el cuerpo se me rompa o tenga los meniscos rotos. Que el cuerpo me diga: hasta aquí”.
Así es Alba, una joven de 25 años implicada en temas sociales, activa y, sobre todo, una gran jugadora de un deporte que siempre llevará en su corazón.
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