Pocos guardias civiles quedan de aquella época donde la frontera la recorrían a pie los guardias civiles de los puestos de Príncipe Alfonso y Benítez. Los guardias pasaban diez días en los fuertes y diez en Ceuta distribuidos de esta forma por todo el perímetro fronterizo. Familias desatendidas, porque solo podíamos bajar a nuestras casas dos tardes y dos mañanas cada diez días. Eran otros tiempos donde la conciliación familiar no importaba nada en una Benemérita donde los guardias carecían de derechos.
Cada mañana, tarde y noche las parejas de guardias salían de los fuertes para recorrer la frontera con el tricornio, la capa y dos mantas militares para protegerse del mal tiempo. No había coches para los guardias y estaba prohibido meterse en las garitas para protegerse del frío. Las noches las pasábamos poniendo las mantas en el suelo en un sitio predominante para vigilar la llegada de los vehículos de los mandos, porque difícilmente se podía divisar algo más. Era fácil verlos y en caso de encenderse alguna linterna sabíamos perfectamente si era alguna emergencia o una visita andando de algún mando con ganas de molestar más que impulsar el servicio.
Conocíamos perfectamente la frontera, porque prácticamente vivíamos allí. Conocíamos a los vecinos y a lo que se dedicaban y, por supuesto, conocíamos a los que podían dedicarse a delinquir. Había zonas calientes de paso que utilizaban algunos marroquíes que se dedicaban a pasar algún artículo para vender en Marruecos. Durante el día pasaban algunos vecinos que residían al otro lado de la frontera y algunas mujeres con verdura, huevos o alguna gallina para vender en Ceuta. Se trataba de economía de subsistencia. Mujeres y niños con los que llegamos a tener un trato familiar y cariñoso. Sabían de nuestras vidas y nosotros de las suyas. Éramos vecinos como cordialmente nos llamaban y llamábamos.
El tránsito por la frontera se limitaba a los trabajadores de la fábrica de ladrillos y de cerveza, aunque estos nunca pasaban de donde hoy se encuentra la Inspección Técnica de Vehículos. Tampoco podemos olvidar a los españoles que vivían a este lado de la frontera y pasaban bebidas y comestibles para vender a los pocos que se acercaban a sus domicilios. También nos visitaban a diario dos pastores de cabras el Yibilo y Paco, ambos paseaban las cabras de vecinos de las barriadas. Ese era todo el tránsito de personas por la frontera. Servicios muy aburridos, lo eran tremendamente a partir de oscurecer.
Una frontera sin iluminación, la única luz era la de la luna y los obstáculos para impedir el paso se limitaban a alguna alambrada típica de campamentos militares que no superaba el metro de altura. Dos guardias andando para recorrer alrededor de seis kilómetros desde lo que es hoy la ITV hasta el fuerte de Mendizábal, otros dos desde este a Piniers y así sucesivamente se dividían un perímetro fronterizo hasta Benzú. Al otro lado de la frontera se encontraban un soldado marroquí durante el día y dos por la noche, cuya única arma era un fusil sin balas y su habilidad para poder dar un silbido y llamar la atención a cualquier marroquí que decidiera pasar sin su autorización.
No había inmigración y el arma más utilizada por los guardias era una radio pequeña que llevábamos en la bolsa junto con el bocadillo, fruta o bebida. La radio era un artículo prohibido y en más de una ocasión sancionaron a algún guardia por portarla. Como anécdota recuerdo que un día al atardecer el capitán Gargamel -apodo recordando los dibujos de los Pitufitos donde el temido Gargamel se comía a los pitufos- llegó a vigilar el servicio y preguntó a la pareja ¿lleváis transistor?, -era como se llamaba antiguamente a ese aparato, una radio de mano muy pequeña- uno de ellos el más veterano y cuco dijo que no, pero el más joven y recién llegado respondió que sí, para entretenernos, al muy dicharachero capitán hasta ese mismo momento. Minutos después cambio su camaradería y comunicó a los dos que estaban sancionados, uno por llevar la radio y el jefe de pareja por dejarlo. El recién llegado ya retirado aprendió la lección.
Minutos después continuó circulando el capitán por la frontera y se encontró a los guardias Manolo y al que escribe y el muy dicharachero capitán hizo la misma pregunta. El conductor del capitán advertía con el dedo que no, pero el guardia Manolo le contestó que sí que tenía radio y un equipo de música, pero que a él no le importaba lo que tenía o no. El temido Gargamel no esperaba esa respuesta y se marchó, no sin antes decir que al día siguiente fuera a la Comandancia a verlo.
Al siguiente día Manolo no fue a ver al capitán por lo que se presentó en el Fuerte y preguntó por mí. El sargento del Fuerte estaba algo nervioso, porque Gargamel devoraba a cualquier pitufito, no tenía reparos en el grado. Seguidamente bajé y me preguntó si yo había oído lo que le ordenó a Manolo, a lo que respondí que no y además era cierto, porque se lo dijo tan bajito que no lo escuché, aunque Manolo me comentó lo que le dijo y que no iba a verlo, eso lo omití. El capitán cogió un tremendo cabreo por la falta de mi agudeza auditiva y uno más grande cuando su propio conductor le dijo que tampoco lo había oído. Pienso que le faltó temperamento para hablarle con más volumen a Manolo, que por cierto, se dirigió a Gargamel en voz alta y clara.
El capitán Gargamel se quedó esperando en el Fuerte hasta las dos de la tarde que era la hora que tenía que llegar. Llegó puntual Manolo – las noticias vuelan- y al ser requerido por el capitán y preguntado por el motivo de no ir a verlo, le dijo que tenía una mañana libre cada tres días para estar con su familia y no iba a dedicarla a darle un capricho a ningún capitán; que llevaba tres días sin ducharse; que la comida del fuerte era una mierda, etc. La cosa se ponía tensa, Manolo cada vez más alterado y el capitán cada vez con menos argumentos. El sargento, Miguel y yo nos temíamos lo peor, pero el capitán le dijo al conductor: nos vamos, este ha perdido la cabeza y la vergüenza. Nunca se supo más del asunto. Moraleja Gargamel no se comía ese tipo de Pitufitos.
PD. Esta semana hemos perdido a dos compañeros de aquella época y hemos tenido la ocasión de hablar viejos compañeros y, uno de ellos, nos recordó esta historia, que por cierto, la tenía casi olvidada. Una colaboración en recuerdo a estos compañeros que descansan en paz y a otros muchos que tuvieron a sus familias desatendidas en una época donde los guardias civiles no tenían derechos.
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