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Historias de ida y vuelta

Hichem H. no puede volver a su país, Argelia. Si lo hace sabe que no irá a una cárcel, como le ha pasado ya en las tres ocasiones en que ha sido deportado por España. Si esto sucede ahora, directamente le matarán. Lo sabe y lo teme, por eso ha solicitado asilo político. “Si me deportan a Argelia me van a matar”, explica en su conversación con este medio. Hichem arrastra una historia marcada por los sueños de quien quería triunfar en el mundo del deporte y por la corrupción político-militar que existe en un país como Argelia, rico, muy rico, pero sólo para unos pocos. Con casi 18 años decidió salir de su país y llegó hasta Melilla. Quería ser futbolista. En Argelia competía con un equipo de 3ª División y era de los buenos. Pero sus sueños terminaban ahí, en las pachangas y los enfrentamientos que nunca subirían de nivel. Así que probó suerte y marchó. Era su primera vez y Melilla su primer destino. Recuerda que consiguió entrar nadando, después de haber cruzado la frontera con Marruecos a la carrera, escapando de los soldados de guardia, como tantos otros compatriotas.
Era el año 2001 y su sueño de fichar por el Real Madrid se terminaron en un centro de inmigrantes, del que sería trasladado a Málaga, de ahí a Alicante y desde allí a Orán. Era menor pero se le deportó porque carecía de documentos que avalaran su minoría y las pruebas osométricas no diferenciaban esos escasos meses que le faltaban para alcanzar los 18. “Durante tres días me estuvieron pegando en una cárcel y mi padre tuvo que pagar 200 euros para que pudiera salir”, recuerda. Otros corrieron peor suerte, y se quedaron más tiempo en prisión, viéndose sometidos a torturas. Algunos hasta dos años. “Te pegan por haber salido del país porque consideran que en Argelia lo tienes todo y no hay que escapar, pero se equivocan, no tenemos nada”.
Durante año y medio estuvo ayudando a su padre vendiendo frutas y verduras, para después hacer un servicio militar que es obligatorio y en el que prestó servicio en la llamada ‘sección de deportes’. Hasta 2005 no terminaría su entrega a la patria, volviendo a la misma realidad marcada por corruptelas y presiones. En una casa con ocho hermanos y un padre que cobraba una pensión de 60 euros cada tres meses, hay que arrimar el hombro y Hichem lo arrimaba. Lo que pasaba es que ‘la mordida’ o el peculiar ‘impuesto revolucionario’ al que tenía que enfrentarse era demasiado. Vendía frutas, llegaba la Policía, le quitaba la mercancía y le metían en la cárcel -en una ocasión estuvo hasta un año entre rejas por no querer pagar el dinero solicitado-. En otras ocasiones pagaba la multa y vuelta a empezar. Era un círculo vicioso del que resultaba complicado escapar. Hichem entregó hasta 23 currículum, mostró sus títulos, pero nadie le daba trabajo. Incluso intentó montar su propia tienda pero había que pagar demasiado a la Policía para que te dejara trabajar sin acosos y sin presiones.
Así que para Hichem empezó su segundo periplo clandestino cuando una de sus hermanos empeñó dos anillos de oro y le dio 300 euros para escapar. Esta vez el camino varió: la misma frontera, Uxda, Rabat, Castillejos y Ceuta. Con 200 euros consiguió un pasaporte falso con el que cruzar la frontera del Tarajal. Así formó parte, de nuevo, del grupo de inmigrantes del CETI el pasado 25 de octubre de 2010. Pero ahí no iba a llegar su descanso. Fue deportado. “Estaba andando por la ciudad y me paró la Policía, quería pedir asilo político, pero no me atendieron”, explica. De nuevo Ceuta-Algeciras-Alicante-Argelia. ¿La recepción? Cinco días de torturas y algún alimento que otro gracias a que siempre existe algún alma caritativa enfundada en un uniforme. “Me hicieron cosas que no puedo ni contar”, advierte. Hichem tendría que haber acudido al juzgado para conocer la pena que iba a tener por su escapada, pero nunca acudió, así que le pusieron en busca y captura. Se escondía en su casa o en la de familiares hasta que su vida de fugitivo en su propia tierra chocó con las manifestaciones en busca de libertad que están salpicando el Magreb. “Detenían a quien fuera, aunque no estuviera participando en las manifestaciones”, recuerda. Detenían y disparaban. En una de estas ocasiones un policía disparó contra su casa. Su hermana estaba estudiando y fue alcanzada por algunos cócteles incendiarios. Resultó herida con varias quemaduras. Hichem ‘se volvió loco’ y atacó al agente que había disparado. No podía soportar lo que le habían hecho a su hermana y le golpeó con todas sus fuerzas. Después escapó. Sabe que el agente no murió pero también sabe que le hizo una buena brecha en la cabeza, de la que tendrá que responder si le deportan. Por eso ha pedido asilo, porque si le expulsan, le matarán. Su familia ha quedado en Argelia completamente desestructurada. Con su madre ciega y en coma, con sus hermanos desperdigados en diversas zonas. Hichem quiere trabajar. “Tengo mucha fuerza y quiero invertirla en algo positivo”, señala. Ironiza con que, por qué no, igual le podría fichar el Ceuta o cualquier equipo de boxeo. Él estuvo cinco años compitiendo y llegó a ganar varios títulos en los campeonatos de Túnez y Marruecos. A punto estuvo de marchar a Canadá, pero el entrenador del equipo se llevó a los 13 que más dinero tenían o que más le podían pagar si les ‘seleccionaba’. Sabe que en Francia tendría las puertas abiertas. Su padre estuvo enrolado en las tropas indígenas, algo así como los antiguos regulares en España, y recuerda que su progenitor le contaba que incluso Francia quería darle a él y sus hijos la residencia, pero Argelia nunca les permitió viajar. “Mi padre me ha dicho que puede hacerme un poder para que me ayuden a mí en Francia”, añade. Ahora en el CETI, sin documentos “porque si los llevas en el viaje te arriesgas a que te reconozcan y detengan”, pero con muchas ilusiones espera un apoyo, mezclado entre otros inmigrantes aunque con una característica distinta: sabe muy bien lo que es la deportación.
También lo sabe Abrahim Unity. Lleva desde el 18 de noviembre de 2010 en el CETI, pero tiene a sus espaldas una deportación. Hace un año fue expulsado a Nigeria después de permanecer casi dos años en España. Asegura que ese no es su país, pero que la Policía tanto antes como ahora le ha colocado este origen. Cuando le deportaron permaneció en Nigeria alrededor de un mes. Asegura que estaba en un país que no reconocía como el suyo así que emprendió, de nuevo, camino hacia su sueño. Pasó once meses en Marruecos hasta que consiguió, en noviembre del pasado año, llegar a Ceuta por segunda vez a bordo de una balsa. “Mi verdadero país es Somalia, pero se empeñan en ponerme Nigeria”, señala. “Muchas personas que deportan a Nigeria no son de allí”, insiste. Ahora intenta pasar su vida en el CETI, aprendiendo y practicando el oficio de jardinero. “La Policía nos ve a todos con las caras parecidas y nos mandan. Cuando me deportaron iba con un compañero que era de Sudán pero también le mandaban a Nigeria”, recuerda.
En su país, el auténtico, está su padre con el que dice que hace tiempo que no consigue contactar. Espera que ahora su historia se aclare y que se le dé una procedencia auténtica, algo que le agobia y apura constantemente en ese choque que tiene con la burocracia.

Tras varios años trabajando vuelve a Nigeria para cuidar a sus padres

Nosey Okoro, nigeriano, ha llegado hace unos días al CETI después de cruzar la frontera del Tarajal oculto en un doble fondo que casi le quita la vida. Al igual que sus compañeros, su historia arrastra también retornos previos. Este subsahariano llegó a obtener su permiso de residencia hace nueve años y trabajó en distintos puntos del país hasta recalar en Fuerteventura. Tuvo que volver a Nigeria para cuidar de su padre que se había puesto enfermo. Lo que iba a ser una atención de unos meses se convirtió en una asistencia de casi cinco años, ya que al ser hijo único debía atender a sus progenitores. Fallecido el padre comenzaría su periplo hacia España, cruzó el desierto, llegó a Marruecos y al final consiguió colarse en Ceuta, según han informado fuentes policiales. Ahora está en el CETI intentando que pueda regresar a la península y trabajar como ya lo hizo hace unos años. Buscará que su historia vuelva a ser lo que fue, que consiga de nuevo ese trabajo que perdió porque tenía que atender a sus padres. Una historia de retorno voluntario que tiene también un significado propio.

La deportación a sus espaldas:

En el CETI residen casi 500 personas. Detrás de cada una hay una historia. Del complejo humano que se reúne en el Jaral se debe conocer no sólo los repuntes violentos que salpicaron la ciudad el pasado verano, también las historias de otros sin papeles que luchan por conseguir su sueño y que, reconocen, tienen mucha capacidad de trabajo y sobre todo ganas. Entre las decenas de subsaharianos, magrebíes y hasta sirios y palestinos que conviven en el campamento, hay hombres que conocen de sobra lo que es la inmigración. La conocen porque sus intentos de escapada hacia lo que representan sus sueños han sido varios. Porque ya saben lo que significa que los furgones de la Policía Nacional suban por la cuesta del Jaral, de noche, y les detengan para llevárselos a un CIE de la península y, desde allí, a sus países de origen o a los que la Policía piensa que son sus países.

Dramatismo. El CETI no ha estado exento de expulsiones dramáticas. La que mayor impacto generó fue la de un grupo de nigerianos que se aferró, desnudos, a las vallas del CETI para evitar que los detuvieran. Fueron las primeras de nigerianos.En número. El Ministerio del Interior ha deportado en los últimos dos años, usando diferentes figuras jurídicas, a 84.860 inmigrantes irregulares. El número total de estas deportaciones ha descendido en un 18,4 % entre 2008 (46.731 personas) y 2009 (con 38.129 expulsados), ya que las entradas irregulares han caído de forma exponencial en los últimos meses. Aplican las cuatro figuras jurídicas para deportación (denegación de entrada, readmisión, devolución y expulsión). En EEUU en un año fueron 392.000.

Testimonios al otro lado:

Derechos humanos
1 Maleno narra “la situación angustiosa de un grupo de inmigrantes que fueron expulsados por las autoridades marroquíes a la frontera con Mauritania, a una zona que es tierra de nadie”: “Os suplico que nos rescatéis, no podemos continuar andando, vamos a morir en este desierto. Os lo suplico de nuevo. Estamos cerca de la frontera Mauritana, vemos la barrera Mauritana y los soldados”, grita Ebo al teléfono. Este es el testimonio de uno de los inmigrantes expulsados por Marruecos en una clara violación de los derechos humanos. “No pueden ir hacia atrás pero tampoco hacia adelante, porque lo suyo no es una expulsión con un proceso administrativo ni con unas garantías, lo suyo es algo ilegal a todas luces, que viola las leyes internacionales pero que tampoco se ajusta a los convenios entre los dos países o a las leyes de extranjería nacionales”, señala la periodista.
presión
2 En las expulsiones de inmigrantes que se llevan a cabo en Marruecos no se tiene en cuenta la presencia de bebés, embarazadas y familias al completo. Testimonios de inmigrantes recogidos por las oenegés denuncian que se producen expulsiones de niños de corta edad y de recién nacidos. Que son abandonados en el desierto o en tierra de nadie. Tras la llamada crisis de las vallas, Europa envió dinero al país vecino para ayudarle en su papel de gendarme de fronteras, pero ese papel no incluía la realización de redadas de este tipo. En 2005 siempre se dijo que en la escapada hacia la valla había bebés.
situación
3 Más de 15.000 inmigrantes se encuentran en Marruecos atrapados en un limbo. No les resulta fácil escapar hacia las dos ciudades autónomas, puertas de pase hacia Europa y forman parte de una bolsa de presión cada vez más patente en puntos como Tánger o Tetuán. En la zona de Beliones los grupos son más reducidos.

 

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