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Historias de este continente

Les separaba todo un océano –él mexicano, ella madrileña– y una supuesta brecha generacional, pero la llamada de África y una creciente vocación de arropar a los más desfavorecidos les hizo coincidir un día en un punto común.

Rolando Ruiz, misionero y sacerdote javeriano, y Cristina Rodríguez, perteneciente a la Asociación de Jóvenes para la Misión de la Diócesis de Madrid, han compartido dos semanas en Ceuta con los inmigrantes que a diario pasan por el Centro San Antonio en busca de formación, de asesoramiento o simplemente de un gesto afectuoso. Son solo dos integrantes de uno de los tres grupos que durante el verano se acercarán hasta los jóvenes marroquíes o los residentes del CETI para que se familiaricen con el español, para que aprendan nociones de informática o, en muchos casos, para que se desahoguen narrando la aventura, trágica en casi todas las ocasiones, que les hizo desaparecer de sus poblados para aterrizar un día en Ceuta.
Pero este punto del continente no es el único que han pisado. Rolando confiesa que bajo su ropa se esconde “un corazón africano” que le llevó seis años a Camerún y otros nueve a Chad. “Quince años, muy poquito”, confiesa con una sonrisa. Y está decidido a regresar: “Quisiera volver a cualquier lugar de África, porque es un trabajo que me encanta. Cuando uno hace lo que quiere es feliz”, subraya. De aquellos parajes recuerda enclaves “sin agua ni pavimento”, donde “hay carencia de todo”. Pero, paradojas del primer mundo, donde encontró “una felicidad que no veo aquí, en los países más ricos, porque aunque la gente lo pase bien hay una sensación de vacío”. Y también mayor espiritualidad: “Hay quien camina ocho kilómetros para participar en la Eucaristía, mientras en Madrid tenemos parroquias a las que va muy poca gente”, destaca. “Mi placer es caminar con la gente para encontrar una mayor dignidad, reivindicar el derecho a ser felices, pese a las muchas necesidades que tienen y que aquí no vemos”, subraya.
Cristina, pese a contar con muchos menos años, ya sabe lo que es batallar contra los elementos en Sierra Leona, el país que el ébola ha devuelto estas semanas al mapa. Hasta allí voló el año pasado, también un mes de agosto, para compartir experiencias con las misioneras de la caridad de la Madre Teresa. Encontró a mujeres abandonadas por sus maridos, a niños desnutridos y a madres que eligen al hijo más fuerte para entregarle la escasa comida y se ven obligadas a dejar morir al resto. También a mujeres víctimas del sida repudiadas que acuden a dejarse morir y a enfermos ya sanados que no pueden regresar a sus casas porque sus familias les creen embrujados. Pero también se topó con niños faltos de cariño que agradecían el contacto humano, desconocido, y solo reclamaban que les tocasen.
En Ceuta dicen haber encontrado a musulmanes que no comparten creencias pero agradecen su ayuda y a subsaharianos que narran cómo vieron morir a amigos por el camino. “Encuentras gente humana, cercana, que no vienen a quitarnos nada sino en busca de cariño”, reconoce el padre Rolando. “No vienen a robar, vienen a trabajar, a hacer cosas, pero han tenido la mala suerte de nacer en países sin posibilidades...”, añade. Con ellos han compartido clases y visitas por Ceuta. “Nuestra vocación es misionera, pero no venimos a convertir a nadie, sino a mostrar ternura, como recomienda el Papa Francisco”, comenta el sacerdote. “Aquí todos vienen buscando cariño”, concluye Cristina.

El padre Luis, ‘testigo’ del ébola

El padre Rolando Ruiz está en contacto directo, vía internet, con Luis Pérez Hernández, sacerdote también javeriano con el que comparte vínculos afectivos y que en estos momentos ejerce su misión en Sierra Leona, uno de los países sacudidos por el ébola y donde hace 15 años ya fue secuestrado en plena guerra civil por el control de los diamantes. Ante la avalancha de mensajes interesándose por su situación, remitió una carta el pasado 6 de agosto desde Makeni en la que agradece la preocupación pero recuerda que el ébola “no tiene cura” y “cuando se manifiesta, tras 21 días, ya no tiene remedio”. Asume que no existen medios suficientes y que las cifras de afectados son imposibles de concretar. Reconoce que en su ciudad “ha habido y hay algunos casos, aunque no es de las zonas más afectadas”, aunque pese a ello están siendo “prudentes”.   “Lo malo es ver, como siempre con una cierta tristeza y aprensión, los resultados de esta situación: muertos, afectados, sufrimiento”, concluye en su carta.

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