Opinión

Historia verdadera de la conquista de Ceuta

A mi juicio, uno de los autores que más ha profundizado y analizado la historia de la conquista de Ceuta con acercamiento a la realidad, con rigor y seriedad sobre cómo sucedieron en 1415 aquellos hechos históricos, ha sido el historiador portugués Gomes Eanes de Zuzara, quien la escribió en 1449, relacionada con la expedición que culminó con la conquista de Ceuta, cuya obra denominó: "Cónica da tomada de Cepta" (Crónica de la toma de Ceuta), que comenzó a escribirla en 1449, o sea, 34 años después de que tuviera lugar aquel episodio, y la terminó una década después; lo que, a mi modo de ver, significa que debió tener un conocimiento más inmediato.

Fue escrita por encargo de Alfonso V de Portugal para que se conservara el recuerdo de lo acaecido durante el reinado de su abuelo, Juan I, a partir de 1411, esta crónica ofrece la narración más circunstanciada y verídica, por lo cual se han fundado en ella los estudios que se han realizado hasta hoy. De Zurara la escribió basándose en los relatos de personas autorizadas por la Corte que habían asistido a los Consejos Reales y participado presencialmente en aquella empresa, especialmente los infantes portugueses don Pedro y don Enrique, el Navegante, y se considera que las informaciones concernientes a los consejos y deliberaciones, los preparativos de la expedición y su realización las proporcionó el infante don Enrique.

"Para estudiar antes el terreno, Juan I envió una embajada a Sicilia a bordo de dos galeras con el pretexto ficticio de pedir la mano de su reina viuda, doña Blanca, para el infante don Pedro, cuya verdadera misión sería realizar una escala en Ceuta para examinar el estado de sus defensas"

La vinculación de su autor con la casa de Avis ⎯De Zurara fue comendador de la Orden de Cristo, guarda mayor de la Torre do Tombo, en la que se conserva el Archivo Nacional de Portugal, creado en 1378, y cronista de los reyes de Portugal. De Zurara atribuye la idea de conquistar Ceuta a una sugerencia que realizó el veedor de Hacienda, Joao Afonso de Alenquer, a los tres hijos mayores de Juan I, quienes aspiraban a armarse caballeros después de haber realizado un hecho notable que les hiciera merecedores de ello y les proporcionara a la vez honra y gloria.

Ceuta se encontraba lejos de Portugal y era una ciudad grande y poderosa que podría oponer feroz resistencia; en caso de que lograran conquistarla, su posesión podría traer más inconvenientes que ventajas, su defensa podía ser difícil y onerosa y era muy posible que su conquista suscitara el recelo y la enemistad de España. Además, el reino de Granada no estaba lejos, por lo cual era de esperar que los granadinos intentaran recuperarla y también estaba obligado a tener en cuenta la posibilidad de que Castilla aprovechara su ausencia para quebrantar la paz e invadir Portugal, si lo dejaba desguarnecido o incluso que los magrebíes atacaran el Algarve o las embarcaciones portuguesas como venganza.

Por otra parte, sería necesario realizar grandes gastos para ejecutar aquella empresa porque tendría que reunir una importante escuadra, acopiar armas y provisiones y se necesitarían muchos hombres, por lo cual la expedición podría costar más dinero del que disponía la Hacienda. Estas reflexiones obligaban al monarca a tomar el asunto con cautela, pues la conquista de Ceuta podría ocasionar más pérdidas que provecho.

Para estudiar antes el terreno, Juan I envió una embajada a Sicilia a bordo de dos galeras con el pretexto ficticio de pedir la mano de su reina viuda, doña Blanca, para el infante don Pedro, cuya verdadera misión sería realizar una escala en Ceuta para examinar el estado de sus defensas. A su regreso, los embajadores informaron sobre la disposición de la ciudad y sus puntos más vulnerables, considerando que las condiciones para un desembarco eran favorables porque Ceuta disponía de excelentes playas y buenos fondeaderos.

"Al ver dispersarse la escuadra, los habitantes de Ceuta sintieron gran alivio porque pensaron que sus enemigos se retiraban definitivamente"

Cuando se comenzaron a realizar los preparativos para la expedición, Juan I recurrió a la estratagema de desafiar públicamente al duque de Holanda para evitar que los magrebíes pensaran que se dirigiría contra ellos. Por su parte, el duque se prestó de buen grado a cooperar y aparentó que aceptaba su desafío, de manera que la noticia de la inminente guerra entre Holanda y Portugal no tardó en expandirse con lo cual los preparativos bélicos de Lisboa no suscitaron la alarma entre los musulmanes.

Aquella expedición se preparó cuidadosamente durante tres años, finalmente, el 25-07-1415 una escuadra formada por más de 220 barcos, de los cuales 36 eran naos, 59 galeras, y el resto galeotas, carabelas y otros buques menores, partió de Lisboa a conquistar Ceuta. El discurso que pronunció el capellán real, Juan Xira, durante la escala que la escuadra realizó en la bahía de Lagos revela el espíritu que animaba aquella campaña: después de proclamar la Cruzada, rezó por el éxito de una empresa a la que presentó como una lucha contra los enemigos de Dios.

Después de haber atravesado el estrecho de Gibraltar y fondeado en la bahía de Algeciras, la escuadra zarpó el 13 de agosto de 1415 para realizar la última etapa de su viaje, sin embargo, cuando todavía estaba cruzando a la ribera meridional del Estrecho se levantó una fuerte tormenta que arrastró las naos hacia el este, aunque las galeras, las fustas y las embarcaciones menores pudieron alcanzar la orilla sur a fuerza de remo.

Por su parte, los magrebíes estaban preparados para defender la ciudad porque la escuadra había sido descubierta durante su travesía hacia Algeciras y el gobernador de Ceuta, Salah ibn Salah, había reunido una hueste numerosa. Una vez que regresaron las naos, la escuadra se reagrupó en la bahía sur y Juan I convocó a su Consejo para planear los detalles del desembarco, pero al poco tiempo se levantó una nueva tormenta que obligó a las naves a levar anclas, zarpando las galeras y las embarcaciones menores hacia Algeciras impulsadas a fuerza de remo mientras las naos eran arrastradas de nuevo hacia el este por los elementos.

"A pesar de la opinión contraria de la mayoría, también decidió que el desembarco se realizaría en el arrabal de la Almina, en la ribera norte, donde ordenó al infante don Enrique que fondeara sus naves mientras la mayor parte de la escuadra se dirigía a la bahía sur para hacer creer a los magrebíes que se efectuaría allí el desembarco"

Al ver dispersarse la escuadra, los habitantes de Ceuta sintieron gran alivio porque pensaron que sus enemigos se retiraban definitivamente. En realidad, aquella tormenta fue providencial para los portugueses porque el rey en aquellos momentos tenía la intención de desembarcar en la bahía sur y éste no era el lugar más adecuado para ello, además, los lusos serían recibidos por gran número de hombres con los contingentes que habían enviado las cabilas de los alrededores, pero como la tormenta les obligó a suspender el ataque evitaron enfrentarse a sus enemigos en condiciones adversas.

Los defensores de Ceuta cometieron el gran error de pensar que la escuadra había partido definitivamente al ver zarpar las naves y enviaron a los cabileños de nuevo a sus hogares porque estaban cansados de soportar sus desmanes y sus rapiñas. Por otra parte, aquella tormenta ocasionó escasos daños a la escuadra portuguesa, que se reunió de nuevo en la bahía de Algeciras tras lo cual Juan I convocó a su Consejo, cuyos pareceres estaban divididos, pues mientras unos eran partidarios de realizar un nuevo intento, otros opinaban que deberían tomar Gibraltar y otros pensaban que lo mejor sería regresar a Portugal.

Después de haber escuchado sus respectivos argumentos, el monarca ordenó zarpar hacia punta Carnero, en el extremo sudoeste de la bahía, donde el Consejo celebró una nueva reunión durante la cual Juan I respondió a los que sugerían volver a Portugal que sería un escarnio regresar de aquella manera después de haber atraído la atención de todo el orbe con tantos preparativos.

A pesar de la opinión contraria de la mayoría, también decidió que el desembarco se realizaría en el arrabal de la Almina, en la ribera norte, donde ordenó al infante don Enrique que fondeara sus naves mientras la mayor parte de la escuadra se dirigía a la bahía sur para hacer creer a los magrebíes que se efectuaría allí el desembarco. Al día siguiente, miércoles, 21 de agosto de 1415, la expedición portuguesa desembarcó en la playa de la Almina y conquistó la ciudad gracias a una fulminante operación militar que comenzó cuando los hombres de don Enrique bajaron a tierra sin esperar la señal de su monarca.

Poco después, se unió a ellos el infante don Duarte con sus gentes; tras apoderarse de la playa, penetraron en el recinto amurallado aprovechando que sus defensores habían dejado abierta la puerta de la Almina para permitir regresar a quienes combatían en la playa, de modo que cuando éstos se retiraron desordenadamente, alrededor de 500 portugueses entraron en la ciudad mezclados con ellos y se apoderaron de aquella puerta, acción decisiva que puso Ceuta en su poder.

Mientras ocurría todo aquello, el gobernador de la ciudad, Salah ibn Salah, permanecía en el castillo. Cuando supo que los portugueses habían tomado la playa, ordenó cerrar la puerta de la Almina pero los lusitanos ya se habían apoderado de ella. Al saberlo, dio todo por perdido y ordenó que se abandonara la ciudad, mandó que los suyos pusieran a salvo a sus mujeres y sus riquezas y se puso a vagar por las calles gimiendo y lamentándose para después huir a caballo, aunque los portugueses no superaban entonces el medio millar y todavía disponía de numerosos hombres en las murallas, por lo cual los lusos podrían haber sido rechazados si la defensa hubiera estado bien dirigida.

Cuando Juan I se percató de lo que estaba ocurriendo, ordenó desembarcar al resto de sus hombres y éstos se apoderaron de la ciudad después de haber provocado una horrorosa matanza, saqueándola sin contemplaciones. Aquella noche, los portugueses ni siquiera se molestaron en poner guardias en las murallas y se limitaron a cerrar las puertas, pues la ciudad estaba prácticamente rodeada por el mar y despreciaban a los magrebíes por su debilidad.

Aunque De Zurara no proporciona la cifra de los magrebíes que perdieron la vida durante el asalto, señala que las calles de Ceuta quedaron cubiertas de cadáveres que serían arrojados al mar por orden del rey. Muchos de los que murieron aquella jornada lo hicieron defendiendo sus propias casas, donde también perecieron numerosas mujeres y niños. El domingo siguiente, 25 de agosto, se celebró una misa solemne en el edificio que había albergado a la mezquita principal, convertido en iglesia a partir de entonces, tras lo cual el rey armó caballeros a los infantes. Manteniendo ocupada la ciudad, siempre se conservaría en la memoria el recuerdo de su conquista, y quienes quisieran luchar contra el islam tendrían allí un nuevo lugar donde hacerlo.

Al oírlo, el Consejo se dividió en dos mitades: mientras unos estaban de acuerdo en conservar la ciudad, otros eran partidarios de abandonarla arguyendo que estaba muy alejada del reino y se encontraba rodeada de enemigos que atacarían Ceuta con huestes tan numerosas que sería imposible defenderla y, aunque se pudiera enviar auxilio, no se sabría cuando sería necesario hacerlo ni tampoco sería posible tener aparejada una escuadra en el momento preciso, pues siempre se necesitaría algún tiempo para organizar una expedición de socorro, por lo cual la ciudad quedaría abandonada a su suerte.

También argumentaron que, si bien Ceuta estaba muy alejada del reino, los magrebíes residían cerca de ella, de manera que la lucha sería muy desigual. Igualmente, sería necesario considerar el tamaño de la urbe porque su gran extensión hacía necesaria una numerosa guarnición para defenderla, y su población no podría ser numerosa porque se encontraba en plena frontera de guerra.

Por otra parte, también cabía la posibilidad de que el rey de España rompiera la paz con Portugal —que habían firmado sus tutores— tan pronto alcanzara la mayoría de edad, en cuyo caso serían necesarios todos los hombres para defender el reino de una hipotética invasión castellana. Además, se tendrían que aumentar los impuestos para recaudar más dinero con el que sostener la plaza, por lo cual muchos abandonarían Portugal.

A pesar de aquellas objeciones, Juan I determinó que se conservaría la ciudad, donde dejó una guarnición de 2.700 hombres provistos de dos galeras para guardar el Estrecho y mantener la comunicación con la metrópoli después de haber nombrado gobernador al conde Pedro de Meneses, tras lo cual regresó a Portugal. Al llegar a Tavira, nombró a los infantes don Pedro y don Enrique duques de Coimbra y de Viseu y licenció al ejército.

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