A nadie le entra en la cabeza que una persona que ha sorteado todas las trabas que puede encontrarse en un periplo clandestino marcado por la incertidumbre quiera desandar el camino,
saltar la valla desde Ceuta a Marruecos para volver a Senegal. Olvidar en solo unos minutos todo lo que se ha sufrido para venir, dejar en la valla la única esperanza de encontrar una oportunidad en Europa. A nadie le entra en la cabeza porque rompe todos los esquemas alterando los roles establecidos: el inmigrante salta hacia Ceuta y las fuerzas de seguridad son, en todo caso, las que deshacen el camino con las llamadas devoluciones en caliente.
Por eso, porque rompe todos los esquemas, algo no cuadra en la historia protagonizada por Ibrahim. Así es como se llama el senegalés que intentó, en la madrugada del martes, saltar la valla para volver a Senegal. Los guardias civiles de servicio lo evitaron, conociendo así que se trataba de un residente del CETI, aunque los subsaharianos con los que ha hablado este medio dicen no conocerle. Llegó durante el confinamiento sin que se supiera bien la vía de entrada ya que apareció en las dependencias policiales, ingresando en el CETI. Su comportamiento no es normal, tanto que ya, al menos en una ocasión previa, intentó bordear a nado el espigón del Tarajal para regresar a
Marruecos, también sin éxito.
Su empecinamiento está en volver a Senegal, pero quienes han tratado con él califican su comportamiento de anómalo. ¿Alguien se ha preocupado en saber los orígenes de dicha actitud?, ¿se ofrece una atención psicológica a los recién llegados al
CETI?, ¿hubo algún interés por conocer a qué se debe su intento de marchar a su tierra cuando lo intentó por vez primera?
Nadie puede poner respuestas a estas preguntas porque ni siquiera han sido formuladas, evidenciando un vacío claro en la atención a quienes dejan su vida en el camino y pretenden perderla en minutos.