Hasta junio el Ministerio del Interior español había tramitado la concesión de protección temporal (que incluye permiso para trabajar y residir) a más de 124.000 personas procedentes de Ucrania, lo que sitúa a España como el cuarto país en Europa en número de concesiones de protección. A Ceuta han llegado nueve. Cuatro de ellos son Oksana Berezhna y sus tres hijos de 8, 5 y 2 años, que no han tardado ni cuatro meses en manejarse en castellano como si tal cosa: “¿No tiene batería?”, desata carcajadas la mayor barajando hipótesis cuando al fotógrafo se le atasca la cámara.
Su madre todavía no ha entrado aún en la relación de más de 8.000 compatriotas que, según el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, ya han encontrado trabajo en España.
Esa es ahora su principal preocupación. Profesional de la estética, la joven, de 28 años, ha visto resueltos por fin durante las últimas semanas algunos de los entuertos administrativos en los que se había visto enredada: la Ciudad le ha resuelto favorablemente su petición de acceder al Ingreso Mínimo de Inserción Social (IMIS) y ahora podrá tramitar una solicitud de ayuda al alquiler.
La administración ha sido rápida, reconoce, para la concesión de las autorizaciones de trabajo y residencia, pero solo con papeles no se come ni se paga un techo.
"Cuando llegamos se nos prometió todo lo que se podía, pero en la práctica no es tan así"
Hace pocos días, Vivas se cruzó con ella por la calle y la reconoció en la niña que solía poner cara y voz a los grupos de niños ucranianos que, como ella, acogían familias de Ceuta cada año a través de un programa que comenzó hace dos décadas con el apoyo de la Ciudad. El presidente no escuchó de la ya mujer ninguna interpelación a lo suyo en busca de atajos y solamente con el penoso peregrinar de ventanilla en ventanilla que ha efectuado junto a su familia de acogida ha ido deshaciendo nudos.
La de Berezhna es una historia de eterno retorno a Ceuta. Primero como niña llegó a pasar hasta cinco meses al año en la ciudad, tres en verano y dos en Navidad. Cuando cumplió los 18 volvió como monitora de los pequeños que repetían su experiencia previa.
En 2014, cuando estalló la anterior guerra en Ucrania, que tuvo uno de sus epicentros en el Donbass, donde estaba su orfanato, se refugió en Ceuta embarazada de su hija mayor. En menos de medio año, cuando el conflicto amainó, regresó a dar a luz en su tierra, aunque volvió con la recién nacida.
El pasado 23 de febrero las bombas rusas confirmaron los “rumores” previos de que se avecinaba lo peor. La despertaron de madrugada en las afueras de Jarkov, donde residía en una casa en propiedad junto a su pareja y su abuela, la obligaron a salir huyendo de nuevo también sin el padre de sus hijos (el 80% de los ucranianos llegados a España son mujeres solas o con niños). El trayecto hasta la ciudad autónoma, donde desembarcó el 18 de marzo, fue “muy largo y muy duro”, recuerda.
“Tardamos quince horas en atravesar cinco kilómetros en la frontera de Polonia, donde no dejaron salir a mi marido”, repasa Berezhna, que durmió en estaciones de tren y hoteles cuyos dueños subían sus tarifas cada año para exprimir a los refugiados. Entonces empezaron a aparecer ángeles de la guardia.
Margarita Moskal, una pediatra polaca residente en Ceuta, la puso en contacto con una familia que le dio cobijo hasta que, en tren, alcanzó una caravana catalana liderada por un partido independentista que le hizo hueco junto a sus hijos en uno de los autobuses que había enviado a Cracovia.
El camino de retorno los llevó por Alemania y Francia hasta Barcelona, donde empezaron a protegerla las alas de la familia Ariza (la periodista Almudena, su hermana la exalcaldesa de Los Barrios Ángela, su madre...), que casi la trasladaron a salvo y en volandas hasta el Campo de Gibraltar pasando por Madrid y Málaga.
“Cuando llegamos nos prometieron todo lo que podía prometerse, pero en la práctica no es tan así: con los papeles sin problema y rápido, como con la tarjeta sanitaria, pero por ejemplo no puedo acceder a la bonificación del transporte marítimo como residente”, lamenta uno de los escollos cotidianos con los que se sigue topando. “No tengo el futuro claro, vivo día a día, porque no sé lo que puede pasar”, asume la joven que, anhela reencontrarse con su marido y su abuela.
El marido de Oksana Berezhna sobrevive como puede en Ucrania en una casa que comparte con otras 15 personas, pero no ha perdido su trabajo como especialista en ‘tunear’ coches. La vida sigue, aunque parezca increíble, entre el horror. Hay potentados en el país invadido por Rusia que siguen reclamándole, en Kiev o Jarkov, para mejorar la imagen de sus vehículos. Desde Ceuta, su esposa y su familia de acogida en la ciudad autónoma han logrado mandarle hasta ahora “dos paquetes” que, también llamativamente, han llegado “intactos” con productos básicos por los que, a pesar de todo, han tenido que desembolsar costes de aduanas. “Mi abuela me ha dicho que quiere un vestido como el que llevaba el otro día mi mamá de Ceuta”, ríe a pesar de todo la esteticista, que ve “muy bien” a sus hijos, que estarán escolarizados juntos en el CEIP Ciudad de Ceuta en septiembre.
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