Los guardias civiles del Servicio Marítimo de Ceuta que participaron en la persecución a unos narcotraficantes cuyo único propósito era salvar la droga que pretendían introducir en la Península están vivos de milagro. La ruta del Estrecho es el fiel reflejo de una guerra abierta entre quienes viven del delito sacando millonarios beneficios de las plantaciones de hachís que crecen en Marruecos y los agentes encargados de abortar los negocios de estos delincuentes. Cada porro que se vende en el mercado negro alimenta las arcas de los dueños de la droga, los mismos que contratan a pilotos suicidas que, a bordo de narcolanchas, son capaces de llevarse por delante todo y a todos. Como pudieron hacerlo este viernes con los tres agentes de la Guardia Civil que cayeron al mar y a quienes dejaron en un principio abandonados en el agua, como se dice vulgarmente 'tirados como perros'. Sí, regresaron después a por ellos, pero tras huir del escenario del accidente, cuando estaban a cinco millas y bajo la seria advertencia del helicóptero de la Benemérita que les perseguía mientras arrojaban decenas de fardos con droga al mar: hasta un total de 3.000 kilos.
48 horas después de una noticia que ha dado la vuelta a España y ha trascendido incluso a otros países, se conocen datos hasta ahora no difundidos. Datos que dibujan el perfil de unos narcos que siguen, incongruentemente, dibujados ante la sociedad como héroes. El narcotráfico alimenta a muchas familias y la admiración es el resultado de la dependencia económica que una parte de la sociedad tiene de este negocio. Los narcos que ocupaban la planeadora, que serán puestos a disposición judicial este mismo lunes, no son unos héroes. Son delincuentes que forman parte de una cadena que tiene múltiples eslabones, en la que cada uno realiza una función y que es la causante de que muchas familias terminen destrozadas con hijos enganchados a la droga.
La Asociación Española de la Guardia Civil -AEGC- lo denunciaba a El Faro de Ceuta: "Los pilotos son cada vez más suicidas". Y los que protagonizan esta historia también lo fueron. Tras colisionar su narcolancha con la embarcación de la Benemérita que intentaba frenar su ruta, dejaron a los agentes en el agua y escaparon. Esa colisión se produjo porque los narcos, viéndose perseguidos, maniobraron para embestir a los guardias civiles, es decir para arrollarlos poniendo en riesgo sus vidas. Precisamente que los efectivos del Marítimo evitaran pasarles por encima, haciendo un viraje brusco, llevó a la colisión que terminó con los tres agentes en el mar tras salir literalmente despedidos de su goma mientras los delincuentes escapaban. La embarcación oficial, sin control, empezó a dar vueltas en el mar, llegando casi a pasar hasta en tres ocasiones por encima de los agentes, expuestos a uno de los momentos más complicados que han podido vivir.
El helicóptero siguió a los delincuentes impidiendo su escapada, activándose además a otras patrulleras. No tenían escapatoria. A cinco millas tuvieron que regresar con el único motor operativo que les quedaba viéndose obligados a sacar del agua a los efectivos del Instituto Armado. Durante al menos 15 minutos los agentes quedaron en el mar expuestos a recibir ayuda hasta que esta llegó forzada por la presión que, desde el aire, la unidad aérea de la Guardia Civil estaba llevando a cabo. Esos falsos héroes no habían detenido su fuga de inmediato para auxiliar a los agentes ni mucho menos, habían escapado aunque bajo presión.
En el mar quedaban 3.000 kilos de hachís; como saldo hubo 4 detenidos y de resaca el sabor agridulce porque una parte de la sociedad es capaz de reclamar una medalla para unos delincuentes que, después de querer arrollar a los agentes que les sorprendieron en la comisión del delito, después de huir con su narcolancha dañada e incluso barajar el lanzamiento de bengalas para distraer la acción aérea, tuvieron que regresar a por quienes dejaron abandonados en el mar porque sabían que su escapatoria ya no tenía remedio. Las historias tienen un principio y un final, aunque hay quienes se empeñan a quedarse solo con las últimas palabras.
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