Historia mágica del cortometraje

En los rostros de abuelas, padres, niños, que aguardaban cola con entusiasmo febril, como si estuvieran hechizados por un brevaje seductor e invisible, brillaba anoche, en el Parque Marítimo del Mediterráneo esa luminosidad de la grandeza que no se ve ni se palpa con la yema de los dedos pero que se presiente cerca, como un pellizco que se aferrara al alma, al corazón y a la mente.
Tan cerca como avanzar hasta la esquina, doblar y dirigir la vista a la pantalla: ¿Acaso se puede tocar el cañón de luz que se proyecta con cada uno de los cortometrajes estrenados? ¿Acaso se pueden clasificar bajo reglas matemáticas los sentimientos de la concurrencia? ¿Acaso no tienen los cortos algo de magia, de hacer reir, llorar, pensar o soñar mediante unas leyes contrarias a la naturaleza y a la razón?
Aún no había anochecido , aún no habían abierto las colas de acceso, cuando una señora, se acercaba al oído de una amiga y le decía: “Eso de los cortos no lo entiendo muy bien, pero el año pasado vine y me lo pasé de maravilla, me reí un buen rato”, a lo que la otra mujer respondía, ocasionando carcajadas al término de sus palabras, que “lo mejor de los cortos es que cuentan una historia sin que dé tiempo a quedarse dormida, algo que siempre sucede con las películas”. Algo similar considera Helena, joven ceutí y aficionada al “fascinante” mundo del celuloide, que valora “cómo algo que dura tan poco, transmite tanto”.
“Espero transmitir buen rollo”, asegura César Martín, moderador de la gala –también dirige el corto ‘Un lugar tranquilo y bien iluminado’–, “además de ofrecer una dosis de entretenimiento que  provoque que los asistentes se animen y sean más participativos que en ediciones pasadas”.
El reloj marca las nueve y cuarto, faltan quince minutos para el comienzo del festival y entre las filas se hacen huecos familias enteras, “ansiosas por disfrutar de buen cine y, más aún, por ver la obra, que además es la pasión, de mi nieto”, dice una abuela. También se ha reunido la familia Sierra, según cuenta Inmaculada, que encuentra en esta proyección “una ocasión muy buena para ver cine al aire libre, juntarse con la familia y hacer algo diferente a las demás noches”. Para Loli García el descubrimiento de este tipo de cine le ha generado “muy buenos ratos y no sólo a mí sino también a las demás personas de mi generación”, opinión que comparte Milagros, orgullosa por pasear sus ochenta abriles “con dinamismo casi juvenil”,  quien considera  “una pena que en mi juventud no se destilara este forma de hacer arte aunque hay cosas que nunca cambian porque a mí esto me recuerda  a los cines de verano de  mi infancia en Sevilla”.
Tiene, en efecto, el espectáculo organizado por la Asociación Cinematográfica, ese aire de sesión de cine, de butaca, de palomitas, pero en una versión modernizada, que mezcla la melancolía por los buenos tiempos remotos con el glamour de las galas del cine moderno. Y todo ello, polvoreado en nubes mágicas.

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