Ayman Chairi formó parte del último paquete de menores migrantes marroquíes no acompañados que la Delegación del Gobierno y la Ciudad de Ceuta pusieron en agosto del año pasado de patitas en su país al margen de lo previsto en la Ley de Extranjería.
El pasado sábado cumplió 19 años en Castillejos, donde vive con sus padres y sus cuatro hermanos de un sueldo de albañil pensando en volver a España “como sea” en busca de “una vida mejor” que la que atisba en su país natal.
En mayo de 2021, todavía con 17 años, después de haber abandonado sus estudios en el primer semestre de Secundaria para ponerse a trabajar como ayudante de cocina en un restaurante, creyó haberla dejado atrás para siempre.
“Mi sueño era llegar a la otra orilla, es decir, a Ceuta, y se hizo realidad cuando mi amigo me llamó y me dijo: ‘Vamos, date prisa, Ceuta ha abierto’... Al principio no le creí, pero cuando llegamos a la frontera vi a unos jóvenes nadando, me arrojé al mar y media hora después me encontré en la playa de Ceuta... Llamé a mi familia para tranquilizarles y luego me dirigí al barrio del Príncipe, donde viven mis primos”, recuerda el principio de una odisea que duró cuatro meses.
La armonía conseguida en Santa Amelia se quebró a finales de julio de 2021
“Al día siguiente fui con un pariente a trabajar en la construcción y estuve tres jornadas hasta que me encontré con unos amigos y nos repartieron en distintos albergues”, amplía el joven, que terminó en Santa Amelia, uno de los equipamientos habilitados por la Ciudad Autónoma para dar cobijo a los más de mil niños sin compañía que se quedaron en Ceuta tras la crisis migratoria.
Según Chairi, en el polideportivo acondicionado con literas “al principio fue difícil encajar porque éramos unos 250 jóvenes, pero con el paso del tiempo empezamos a formar algo así como una familia”. “Sí, hubo problemas”, reconoce, “sobre todo por el idioma para comunicarnos con las personas que nos cuidaban, pero fuimos aprendiendo español y empezaron a incorporarse trabajadores que hablaban árabe”.
El chico recuerda con especial amargura los 45 días que pasó “encerrado como en una prisión” en el polideportivo. “Después de un mes y medio nos reunimos y nos levantamos: hicimos una huelga de hambre durante más de 72 horas y logramos que nos permitieran salir a sentarnos en la calle media hora, un alivio para la tortura que suponía permanecer dentro en una época tan calurosa”.
“Todos lloraban, gritaban y estaban en shock ante la perspectiva de volver”
Las cosas fueron mejorando: “Después llegamos a un acuerdo con la directora para poder ir a bañarnos en la playa, doce menores con un trabajador por turno, y empezamos a conocer gente nueva y distintos lugares de la ciudad como la zona del puerto”, prosigue Chairi su relato cronológico del tiempo que pasó en Ceuta. “Terminamos siendo 117 menores que nos llevábamos bien con los trabajadores con buenos y malos momentos, imprimiéndonos un espíritu de hermandad y amor”, añade.
Hasta ahí “todo bien” estudiando, jugando y viendo televisión. La armonía se quebró, dice, cuando al grupo se sumó un colectivo de otras nacionalidades con entre 23 y 39 años. “Un día llegaron a golpear al director que estaba hablando con ellos y nosotros salimos en su defensa, aunque muchos de mis amigos e incluso yo salimos heridos en esa pelea violenta”, refiere uno de los episodios que exigió intervención policial en Santa Amelia.
“Los agentes comenzaron a arrestarnos y a dirigir muchas acusaciones contra nosotros por los disturbios pese a que solo estábamos defendiéndonos... Nos golpearon muy fuerte, nos quitaron nuestros teléfonos, ropas y mantas como castigo y nos dejaron así 62 horas”, lamenta.
Fue a finales de julio. Dos semanas después, justo después de la oración de mediodía, las autoridades locales iniciaron la actuación de “retorno asistido”, devolución al margen de la legislación española, que llevará al banquillo de los acusados por un presunto delito de prevaricación continuada a la exdelegada del Gobierno, Salvadora Mateos, y a la vicepresidenta del Ejecutivo local, Mabel Deu.
La “pesadilla”
“Llegaron decenas de policías y nos sumimos en un horror al saber que nos llevarían de vuelta a Marruecos... El tormento que vivimos ese día... Todos lloraban, gritaban y estaban en shock ante la perspectiva de perder todo lo que habíamos sufrido por encontrar un buen futuro”, repasa los momentos en los que la consejera dice haber oído hasta “aplausos” de alegría.
“Cuando supe que sería uno de los devueltos se me hincharon los ojos de tanto llorar y no cerré los ojos desde que escuché ‘Marruecos’.... No dormí ni comí porque el sueño que tenía ayer y se había hecho realidad se convertía en pesadilla”, compara el número 59 de la lista de 145 deportables que elaboró la Consejería de Presidencia.
“Llegó el lunes por la mañana y me sacaron a Marruecos en un momento de silencio y opresión... Qué difíciles fueron esos días, los del sueño que se convierte en pesadilla”, incide el joven, que “agradece” desde el otro de la valla “todo lo que hicieron quienes nos apoyaron en nuestro calvario y estuvieron a nuestro lado, muy buenas personas”.