Se ha criticado con fundamento la obsesión española por la colocación. Los padres soñaban con colocar a sus hijos y dejarles la vida resuelta antes de hacer mutis por el foro de San Fernando. Los hijos soñaban con colocarse y poder afrontar la vida sin las incertidumbres de los empleos provisionales o de la explotación que tan bien expresaba la copla: “desgraciaito de aquel / que come de mano ajena / siempre mirando a la carita / si la ponen mala o buena”. Muchos de los males patrios se achacaban a esta obsesión por la colocación que se vinculaba a corrupción y enchufe partidista en la España del famoso “¡Natalico, colócanos a todos!” que le gritó un conciudadano al político liberal Natalio Rivas cuando daba un mitin en su pueblo. También se identificaba con síndrome de la mesa camilla, pereza, falta de ambición o conformismo gritó colócanos.
Las gotitas de lluvia que son los recuerdos resbalan por fuera, resbalan por dentro. Así, la imagen de mi madre pide paso de vez en cuando desde ese cielo luminoso que es la memoria.
Si hay algún asiento que yo escribiría en el libro de reclamaciones, de esa experiencia que es la vida, sería el hecho de que mi madre se fue sin verme trabajar; tal es mi desdicha. Al fondo la mirada esperanzada de mi padre.
Resulta que mi madre fue una mujer empoderada, ya que estudió muy joven el ciclo de secretaría en la antigua Escuela de Comercio, y estuvo desempeñando esa función en la legendaria empresa Ibarrola.
Años más tarde, tuvo que dejar ese empleo para ocuparse de sacar adelante una familia numerosa; cosas de las épocas.
Eso sucedió, hasta que surgió la necesidad de volver al mercado laboral, esta vez como cajera de la sucursal de Caja Ceuta. Esta necesidad venía impuesta por la premura de tener recursos económicos, y así sufragar las carreras universitarias de los hermanos y hermanas. No es poco.
Solo desde una valoración postrera de ese sacrificio se puede entender la magnitud de mi descalabro. Tengo conciencia de no haber actuado con justicia en la responsabilidad de lograr el éxito en la profesión de informador, o periodista.
Lo veo en el día a día de mi asociación; cómo la gran preocupación de las familias es dejar a sus vástagos con un proyecto de vida que les permita lograr la autonomía.
De esta manera, sufrí los desvelos de mi madre, aunque solo me mostrara una mirada agradecida. Así, hasta el último de sus días.
Pero existe un lugar hacia el que nos dirigimos, y el destino quiso darme una oportunidad. En un ejercicio de consecuencia preparé unas oposiciones para administrativo de la Ciudad, con el resultado milagroso de ocupar una plaza.
Nunca me había planteado el ajetreo y la fatiga de llevar una oficina, sin embargo, por puro instinto de superación y de adaptación al medio, resuelvo problemas por allí y por allá, en un continuo despertar. Mi mente está centrada, y las ideas asociadas al trastorno mental han sido sustituidas por el rigor y los objetivos de mi puesto.
Me hubiera hecho feliz irle contando a mi madre mi evolución en el entendimiento de la administración electrónica, mis dudas y mis quebrantos. Pero esa es una carta que nunca pude jugar.
Dicen algunas lenguas que, en el fin de los tiempos, la luz volverá sobre sus pasos, y podremos colegir la imagen de la justicia universal.
Mientras tanto, abro los ojos cada mañana para enfrentarme a ese momento mágico que es la jornada laboral, en la espera de que todo salga bien. Como ejemplo de tesón, eficiencia y eficacia me queda el recuerdo de mi madre.
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