Es la ceguera una enfermedad que afecta al alma, y que se expresa con especial virulencia en la época de la juventud.
Una vez frustrada mi entrada en el Instituto Nacional de Educación Física de Granada, y que me hubiese puesto en contacto con el tenis de mesa nacional (mi verdadera vocación), recibí la noticia de mi ingreso en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense.
Del porqué mi aventura periodística terminó como el rosario de la aurora he tenido tiempo para reflexionar. Estoy convencido que mis desequilibrios fueron causados por una cadena de errores en la toma de decisiones, y así me he aplicado en diseccionar mi pasado, hasta encontrar la clave, la pieza que da coherencia al conjunto; un viaje al corazón de la certeza.
Eran tantas las expectativas depositadas en mi talento, que me engolosiné con ser un reportero de prestigio, en una cadena nacional, claro. Ni por un momento sopesé la posibilidad de volver a Ceuta y convertirme en un periodista de referencia en la esfera pública local; no era suficiente la gloria. Aquí comenzó la frustración, el equívoco, y por tanto, la deriva.
A pesar de que no apreté los dientes sobre los textos, sí que hice por conocer el oficio: en el verano del primer curso me presté como práctico en la recién nacida televisión de Ceuta; y en la vacación del segundo curso me llamaron como becario de la nueva cadena privada, Antena 3 TV.
Asimismo, convencí a mi madre para que me pagase un máster de radio con figuras de primer nivel, como el jovencísimo Sáenz de Buruaga, y también un carísimo curso para funcionar como ENG, como redactor con conocimientos de cámara y montaje de vídeo (eran los tiempos de la BetacamSP, y los enormes montadores analógicos; la revolución digital estaba por llegar).
El caso es que, poco a poco, fui comprobando las escasísimas posibilidades de ser fichado como profesional en la esfera nacional. Y esto terminó de aburrirme en los estudios. Al verme con un desfase curricular de un año y medio entré en desesperación, y lo peor, no comuniqué estos sentimientos a mi entorno familiar, quizá para no sentirme un fracasado.
Ya veis, podría haber mantenido la calma y terminar los estudios un par de años tarde, pero ya digo, mi ángulo de visión me impidió ver el sol: volver a Ceuta y ayudar a El Faro a salir a la calle cada día, en un gesto que solo los héroes conocen.
Hablo de jornadas maratonianas, y de modestia en el salario: el periodista de provincia es una mezcla perfecta de paciencia y humildad.
Este fue el pasado que se fue para siempre, y quizá por todo esto agradezco tanto el espacio simbólico que ocupan estas palabras, sin más verdad que distraer la mirada del observador insatisfecho.
Definitivamente, todas las luces confluyen en el infinito: ¿Estaré a tiempo de retratar la ciudad donde vivo?