Mi última visita a Ceuta se produjo unos días después del fallecimiento de Manolo Abad. La primera sensación que me produjo el conocimiento de la triste noticia fue la de que su ausencia creaba en la ciudad un hueco difícil de rellenar. El tiempo se había trastornado. Tenía la sensación permanente de verle saludando a todos cuantos pasaban junto a él por la calle Real, con buenas palabras para cada cual. Siempre brillante y cordial. Repartiendo buenas máximas cuando se paraba a saludar. Su vida había transcurrido con intensidad y, mientras, él había seguido manteniendo en alto el fanal del conocimiento, la harmonía y la amistad.
El diámetro de la vida se estrecha cuando un amigo se va. El punto final de luz trunca las posibilidades que parecían ser permanentes y luego solo queda el sentimiento de orfandad. Deberíamos haber hablado más. Hablamos mucho, pero nunca es suficiente. Quizá habríamos podido sincronizar muchas cosas que especulábamos que eran compartidas, pero no lo hicimos a pesar de las ocasiones que para ello se nos presentaron. Y ahora solo nos queda llevar el duelo añorando ese nivel de excelencia que él aportaba. Pues Manolo, sin lugar a dudas, poseía lo que en la antigua Roma se entendía como auctoritas, una especie de autoridad social intangible ligada a la reputación y el estatus. Cualquiera que le haya conocido reconocerá que esa autoridad siempre emanaba de él.
Manejaba también una especie de senequismo, en el sentido de haber seguido un ideal de vida que perseguía defender con rigor el pensamiento y la templanza. Se le notaba en ello la buena experiencia que como profesor había desarrollado en su Córdoba de adopción. Pero, como buen renacentista, también se conjuntaba en él una profunda y natural forma de vida cuya galanura manaba de manera original y franca.
De forma que esa manera suya de bien saber y de estar nos influía a muchos para contar en todo momento con él; estaba ahí y parecía que siempre iba a estar. Así, era un placer compartir sentados una buena charla, envueltos por ese aire calmado y profesoral. Manolo compartía sus miles de lecturas como un vínculo más fuerte que la sangre y el tiempo pasaba junto a él cálidamente.
El proyecto más importante que yo pude compartir con él, fue el de programar una exposición con la obra de su hermano Pepe, en la que no solo pudiésemos mostrar el importante artista que era, sino expresar el reconocimiento por lo mucho que había aportado con su trabajo a esta su querida ciudad. Dándole vueltas al proyecto, charlamos entusiasmados muchos días, llenos de expectativas, sobre los modos y formas de cómo realizarlo. Pero el proyecto se frustró en su etapa preliminar por las dificultades para contar con un conjunto suficiente de obras con el que completar la exposición. Solo pude guardar una respetuosa consideración ante el silencio con el que Manolo mostró su decepción. Menos mal que la faceta artística de Pepe quedó espléndidamente expuesta en la monografía que con el título de La obra gráfica de Pepe Abad. Breve historia de un ilustrador ceutí, aportó la investigación, estudió y análisis, que su hija Belén había llevado a cabo con primorosa excelencia, y que fue publicada por el Instituto de Estudios Ceutíes de forma especial.
Hablar de Manolo o de Pepe conduce casi siempre a su vinculación. Eran hermanos inseparables. Tan inseparables eran que durante una época ambos compartieron cargos de directores provinciales en Ceuta, Manolo de Educación y Pepe de Cultura. Un dato importante para valorar su enorme vinculación con su ciudad natal, porque cada uno de ellos hubieron de dejar una vida profesional cargada de buenas perspectivas, ciertamente prometedoras, y entregarse durante trece años a desarrollar con entusiasmo la gestión de proyectos educativos y culturales, que fueron trascendentales para Ceuta.
Yo compartí parte de mi adolescencia con Pepe y no llegué a conocer a Manolo hasta su etapa como Director Provincial de Educación en Ceuta. Con Pepe había compartido en el único Instituto que entonces había en Ceuta dos años de estudio: los denominados quinto y sexto del bachillerato superior. Él estaba un curso por encima del mío, pero durante ese tiempo ambos colaboramos en la revista Hacer, que el profesor Aróstegui con su magnanimidad nos ofrecía para mejor desarrollar nuestras inquietudes. Entonces pude apreciar que la dimensión creativa de Pepe como ilustrador gráfico era ya una realidad consolidada y que la pintura fluía de sus manos con gran originalidad.
"Hablar de Manolo o de Pepe conduce casi siempre a su vinculación. Eran hermanos inseparables"
De aquella época en la que los hermanos Abad desarrollaban su actividad política me llegaban a Madrid los magníficos Cuadernos del Rebellín o las pequeñas colecciones de fotografías con las que se difundía la valía de nuestro patrimonio histórico y cultural. Aspectos complementarios de una gestión que en cada uno de esos ámbitos aportaron; un impulso modernizador de los que muchas huellas e indeleble experiencia quedaron de forma ejemplar, tanto en la realidad de lo conseguido como en la memoria colectiva. Ahí está, como ejemplo, toda la recuperación y transformación del Recinto histórico de las Murallas Reales, del que ahora tanto disfrutamos y alardeamos.
No quiero perder esta ocasión para destacar la experiencia que en el pasado verano tuve cuando, al hilo de la elaboración de un artículo sobre nuestro patrimonio histórico, examine la colección de actas existentes de la Comisión del Patrimonio Cultural, que se han publicado en la web oficial de la Ciudad dedicada a la transparencia. A diferencia de en otras materias, en esta del patrimonio histórico se aporta una completa información sobre el ejercicio de las competencias, desde la época en que se constituye la Comisión (septiembre de 1980), dependiente entonces de la Administración del Estado, hasta el año 1996 en el que pasa a depender de la Ciudad Autónoma, por haberse aprobado el Estatuto de Autonomía, y se completa la serie desde entonces hasta la actualidad.
Con la lectura de todas esas actas, que abarcan más de cuarenta años, puede compararse toda la actividad desarrollada, que comprende el control de las necesarias intervenciones y autorizaciones para la conservación y restauración del patrimonio histórico. Así, se puede comparar por un lado, desde su constitución en 1980 hasta el preceptivo traspaso de competencias en la materia (R.D. 31/1999, de 15 de enero) y, por otro, desde entonces hasta la actualidad.
En concreto, destaca la etapa en que interviene Pepe Abad, que va desde julio de 1983 hasta principios de 1996, con casi trece años de actividad ejerciendo su competencia. Por cierto, que en las últimas actas del periodo ya se advierte la falta de su asistencia por enfermedad. En esas actas puede apreciarse un dinamismo de la Comisión muy apreciable, debiendo recordar que, durante ella, se puso en marcha y prácticamente se llevó a cabo la restauración del Recinto histórico de las Murallas Reales. Examinando detenidamente las actas, el número de convocatorias, el contenido que se les atribuye y sus propias decisiones, es muy evidente la intensidad de la actividad, lo que contrasta con el progresivo desmantelamiento que la Comisión va a ir sufriendo, desde su traspaso a la Ciudad hasta el momento presente, con la disminución de sus sesiones, hasta el punto de que en la actualidad apenas se convoca la reunión anual a la que su norma obliga, y sobre todo, por la poca importancia de los temas que se tratan ahora en relación con la urgencia y las necesidades de protección del amplio y valioso patrimonio histórico local.
Sirva esta mención como homenaje al esfuerzo y dedicación con el que los hermanos Abad asumieron sus responsabilidades en los cargos que detentaron, sin dejar a un lado, sino todo lo contrario, el posterior ejercicio de sus particulares profesiones.
No estoy muy seguro de si se observa la mucha diferencia que existe entre esa ejemplaridad del compromiso personal con los intereses generales de la comunidad y eso que ahora parece mero postureo a mejor gloria personal, porque en definitiva los buenos ejemplos se difuminan si no explicitamos nuestro respeto y el reconocimiento por los que destacan con sus valores. Esa es mi intención. Siempre he echado de menos la existencia de una mínima placa de reconocimiento oficial en los ámbitos donde esa dedicación de los hermanos Abad fue ejemplar. Dice el viejo adagio que “es de bien nacidos ser agradecidos” y, por muchas y tantas cosas buenas, los hermanos Abad se merecen ese agradecimiento general. Así sea.
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