Hemos regresado de Ceuta de presentar: "Ceuta, mi niñez perdida....", el libro que hemos escrito acerca de Ceuta y de la niñez... Dos palabras, únicas, mágicas: Ceuta y niñez. Y fue un día inolvidable, cargado de emoción, donde fuimos desgranando todos nuestros sentimientos que guardábamos, durante años, como el mejor de los tesoros, en nuestra alma... ¡Ah, que emoción! ¡Qué ventura ver a tantos vecinos y amigos llenar el aforo del Salón de Exposiciones de las Murallas Reales! ¡Qué dicha verlo a rebosar, repleto -sin que cupiese un alfiler- de gente sencilla y buena, gentes del pueblo…! ¡Un río de gentes prestas a sumergirse durante una hora en nuestra memoria, en nuestros recuerdos...! Y si el discurso que pronunciamos, tal vez, pudo ayudar a esa vuelta al pasado, la proyección de 400 antiguas fotografías de la ciudad, y de los presentes y familiares de los allí congregados, fue determinante para que el tiempo por un momento diese la sensación que se hubo parado, y el calendario fuera dando pasos hacia atrás hasta remontarnos al año 1958.
Después fue soñar despierto, pero al fin y al cabo, soñar que el tiempo había roto sus barreras de horas, y podía de nuevo abrazar a aquellas paisanos, y oler el aroma imposible de los jazmines blancos que caían todas la noches del jazminero, que como un ángel custodio, se abrazaba a la puerta de mi casa...
Pasada ya la emoción de aquellos momentos, he sentido la necesidad de reflexionar sobre lo acontecido en el Salón de Exposiciones. Sin embargo, no es fácil explicar por qué aquellas personas, al filo del final de la tarde, cuando los luceros principiaban a encender sus candiles, decidieron acudir a la cita que el cartel de la presentación del libro les anunciaba.
Tal vez, fuera la nostalgia, o la necesidad de avivar la memoria, puedan decir algunos; o volver a una época llena de gratos recuerdos, dirían otros… Pero, en verdad, si somos sinceros, no sabemos por qué se llegaron a las Murallas Reales, por qué se llegaron al “Angulo”, al punto de las siete de la tarde.
Podemos apuntar diversas razones, y seguramente todas estarían acertadas; mas nosotros nos inclinamos por decaer cualquier razón que apunte a una motivación concreta que nos resuelva la cuestión. En cambio, a nuestro parecer, son los sentimientos que se guardan allá, en lo más recóndito de nuestro interior, lo que hace que se muevan, que tiemblen nuestras almas, para recobrar nuestros mejores deseos y nuestros anhelados sueños…
Y porque como allí dijimos, y casi por instinto, sabemos: «los pueblos que no recuerdan su historia, los pueblos que son desmemoriados y no tienen memoria, son pueblos que no tienen alma… y por tanto, más tarde o más temprano, están condenados al abandono y que el polvo del olvido los cubra…»