La muerte de Hayat, la joven tetuaní fallecida tras los disparos de la Marina Real marroquí a la semirrígida que ocupaba con 22 inmigrantes más, se ha convertido en un símbolo en Marruecos. Símbolo de esa libertad dormida que anida entre los jóvenes en una sociedad marcada por el paro, por la falta de futuro y por las nulas expectativas.
“Matadnos a todos”, gritaban en la noche del viernes en Tetuán al término del partido que enfrentó al Moghreb de Tetuán y el Kawkab Marrakech en el estadio Saniat Rmel. Tras esa marcha hubo disturbios, una forma de explosión social que se suma a las protestas que encuentran su mayor cobertura en redes sociales.
Cinco días después de la muerte de Hayat, con su cuerpo ya enterrado, las autoridades marroquíes no han tomado alguna decisión en torno a los militares que ordenaron que se disparara contra la semirrígida en la que además de los inmigrantes viajaban los tres pasadores, entre ellos el ceutí Mounir D.
El pueblo pide que Mohamed VI intervenga, la ciudadanía pide que se aclare “quién mató a Hayat”, en redes sociales empiezan a difundirse imágenes comparativas de Marruecos y España... la rebelión social empieza a hacerse fuerte como una nueva revolución generada en torno al rostro de una muchacha de solo 20 años de edad.
Ella ha sido el revulsivo de una situación que preocupa a las autoridades españolas, especialmente a las ceutíes por la condición fronteriza de Ceuta
Durante todo el verano se han repetido las marchas de marroquíes a la península a bordo de semirrígidas, aflorando el negocio delictivo de quienes se dedican a la recogida de jóvenes que solo buscan escapar. La investigación abierta en torno a lo ocurrido este martes está judicializada por las autoridades tetuaníes.
Los tres detenidos están presos y podrían terminar vinculados con una organización más amplia de pase de inmigrantes en semirrígidas. De momento no comunican nada oficial a las autoridades españolas. En Ceuta la Guardia Civil ha hecho su trabajo, sin encontrar el hilo necesario para vincular la semirrígida en la que murió Hayat con la salida de la misma desde una playa ceutí, como sus ocupantes mantuvieron en sus declaraciones.
El gaditano, el ceutí y el marroquí con residencia arrestados deberán declarar por un delito de tráfico de inmigrantes pero también por otro de evasión y desobediencia ante las órdenes dadas por la Marina Real como así mantienen sus ocupantes.
Este verano, en plena crítica social por los atentados contra las fuerzas de seguridad provocados por pilotos de las famosas narcolanchas, el Gobierno afirmó su intención de impedir, con un decreto, el empleo de este tipo de embarcaciones para uso particular.
El compromiso se mantuvo en el tiempo, compartido por el Gobierno del PP y refrendado por el del PSOE. La realidad es bien distinta. Las narcolanchas siguen reinando en el Estrecho haciéndose fuertes en ese eje entre Ceuta y Marruecos.
Embarcaciones como las empleadas para la travesía mortal de Hayat o como la que el Servicio Marítimo interceptaba ese mismo martes: un auténtico ‘bicho’ de 12 metros de eslora y tres motores de 300 caballos ocupada por tres españoles, uno de ellos de Ceuta.
Se les vinculó con un delito de contrabando, no se les pudo relacionar con nada más. Ejemplos de esos hay con demasiada asiduidad, habiéndose dado la mano los negocios de tráfico de hachís en grandes cantidades y de personas. La clase política es incapaz de cumplir con sus promesas ante un mundo de intereses.
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