El proyecto político del PP está agotado en nuestra ciudad. Esta es una aseveración inapelable. Otra cuestión es concretar la duración y el modo de agonía y, sobre todo, la evolución inmediata de la política local.
Pero lo cierto es que todos los elementos que definían un escenario muy favorable para la política del PP han sufrido profundas alteraciones. La fotografía que se antojaba fija, se ha movido. Y mucho. El Gobierno de la Ciudad ha gestionado con inteligencia y habilidad una coyuntura muy concreta. Pero no ha sido capaz de acompañar los cambios que lenta, pero inexorablemente, a veces imperceptiblemente, se iban produciendo. El PP ha fundamentado su proyecto sobre una convicción: con dinero público es posible mantener la situación privilegiada de los sectores más acomodados (entre los que se incluyen los empleados públicos y empresarios); y hacerla compatible con las limitadas aspiraciones de la población menos favorecida, mediante un cuidado y selectivo reparto de ayudas económicas y expectativas futuras. Este equilibrio inestable, sustentado en un reconocimiento implícito y una aceptación mutua de intereses irreconciliables pero conjugables; se ha visto muy seriamente perjudicado. La considerable disminución de los fondos públicos necesarios para engrasar esa maquinaria; el notable crecimiento demográfico; el declive económico sufrido por el cambio de coordenadas en la zonas (el desarrollo del norte de Marruecos ha sido una clave que no hemos sabido interpretar a tiempo) y, sobre todo, la brutal desconexión del sistema que ha sufrido la juventud; han terminado por arruinar la fórmula. Como si de una olla a presión se tratara, la presión social aumenta sin cesar, sin que el Gobierno, ni su partido, acierten con los cambios necesarios para reconducir la situación. Son rehenes de su propio desconcierto. Este es el origen de la fuerte crisis interna que los sacude con dureza. El PP ya no aporta nada. Es un problema más. Se ha convertido en un gigante ciego y enloquecido que golpea sin sentido, esperando que el azar le brinde una nueva oportunidad. La cuestión es que Ceuta no se puede permitir el lujo de esperar. El riesgo de la inacción es cada vez mayor. La tensión se intuye latente. Ceuta necesita imperiosamente un cambio en su vida pública. Que debe estar liderado por la política. Ceuta necesita mucha y nueva política. Y aquí surge la gran pregunta: ¿hay alternativa?
Desde un punto de vista teórico, ideológico y programático, la respuesta es rotundamente positiva. El diagnóstico de la situación es claro, y las estrategias adecuadas para construir la Ceuta del futuro, en todos los órdenes de la vida pública, están bien definidas (salvando el lógico margen para matices y discrepancias). Otra cosa bien distinta, es el capital humano necesario para encarnar el cambio. En este sentido no podemos ser muy optimistas. Las casi dos décadas de hegemonía del PP en la Ciudad, practicando un determinado modo de hacer política, han dejado una profunda huella y marcado unas pautas que no se desmontan fácilmente. La política en Ceuta está asfixiantemente emponzoñada. Todo se ha pervertido. El voto se concibe como un intercambio de favores (no se vota para hace una Ciudad mejor, sino en función de los que “a mí” me pueda reportar). La militancia política se ha convertido en una actividad innoble utilizada como plataforma de promoción personal. Los militantes anónimos que apoyan a los partidos por convicción ideológica, única y exclusivamente, escasean tanto que son como piezas de museo. La sociedad en su conjunto tiene la convicción de que el “se mete en política, va buscando algo”. Todo político es sospechoso. La política es chanchullo. En esta orgía de corrupción moral, las ideas pasan siempre a un segundo plano. Y la modelación de proyectos políticos solventes se convierte en una quimera. Ante este bochornoso espectáculo, la inmensa mayoría de la ciudadanía se asquea y se inhibe. Huye de sí misma. De este modo se produce la fatal paradoja: quienes han provocado y alentado este triste panorama son sus principales beneficiarios. Porque el desánimo es el principal obstáculo para articular una alternativa capaz de desalojar al PP del poder. Por eso su estrategia, a corto plazo, consiste en potencia y difundir la idea de que “todos los políticos son iguales” y fomentar la abstención y la dispersión del voto. La gente se mantiene entretenida, chapoteando en el universo de la nimiedad y distraída con señuelos estériles, que le ocultan la auténtica prioridad.
La mayoría social de esta ciudad debe asumir el protagonismo de un cambio de política que se hace inaplazable. Para ello debe actuar con inteligencia. Entender la importancia de su voto como palanca de transformación. Y comprender que todo lo que beneficia al PP (directa o indirectamente) perjudica a Ceuta en su conjunto, y de manera más aguda, a los sectores más débiles de la población. Construir la alternativa es creer en su existencia.