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¿Hay algo que nos una a todos los ceutíes en una misma celebración?

Busco en la prensa del día 2 de septiembre noticias sobre la conmemoración del día de la autonomía y compruebo que solo se anuncia un acto para entregar  medallas. Entre sus páginas encuentro una entrevista al Presidente, algún artículo recordatorio y un anuncio de la coalición Caballas de ir a plantear en un próximo pleno de la Asamblea una reflexión sobre el cambio y sentido de la celebración. Me congratulo: algo hay. Podría ser peor.

No me preocupa que se celebre o no el día de la autonomía. Puede no ser relevante para muchos. Lo que llama mi atención es que no exista ninguna celebración en la que coincidan todas las sensibilidades que conviven en esta ciudad. Es algo excepcional. En todas las partes de España se celebran cosas cívicas que unen a todos sus habitantes, menos en Ceuta y en el País Vasco. Por razones muy diferentes, pero en ambas con un conflicto latente.
 Melilla y 16 Comunidades autónomas celebran el día de la autonomía. En cuatro de ellas, se establece su celebración en el propio Estatuto de Autonomía. En las demás existe una ley autonómica o un decreto regulándolo. Seis comunidades y Melilla han elegido un fecha histórica con arraigo en la población; siete lo celebran en una fecha relacionada con la aprobación de sus Estatutos; y cuatro lo hacen coincidiendo con una fecha de carácter religioso.
En el País Vasco no existe consenso entre su población. Hasta 2010 carecía de una festividad autonómica. Ese año su Parlamento aprobó con los votos a favor del PSE, PP y UPyD y la oposición del PNV y de la izquierda abertzale, la conmemoración del día que se aprobó en referéndum su Estatuto. Solo duró hasta 2013, cuando un cambio en la relación de fuerzas políticas lo derogó. Por su parte, el PNV ha venido celebrando el Aberri Eguna en solitario, como fiesta de los nacionalistas, pero al hacerlo el domingo de Resurrección de cada año no plantea el problema de incluirla en el calendario de fiestas laborales. Sirve de ejemplo para subrayar que existe una población dividida, con una fractura ideológica radical y sensibilidades muy distintas. En Ceuta tampoco se encuentra un motivo cívico para que toda la población lo celebre, se ha optado por fiestas religiosas no compartidas por todos, que separan a la población. La fragmentación, en uno y otro caso, genera inquietud, muestra sociedades divididas, desintegradas.
Todos los días aludidos, salvo en estos dos últimos casos, se incluyen en el calendario de fiestas laborales, y forman junto con el día de la Constitución las principales celebraciones de carácter cívico en nuestra nación. El resto, en su mayoría, tienen su origen en festividades católicas, que por su tradición y arraigo han venido configurando nuestro calendario. Pero no ha sido algo pacífico, ni resulta en muchos casos un símbolo incontestado.
Durante varios años fui uno de los representantes del gobierno en la Comisión que tenía por objeto alcanzar un consenso lo más amplio posible sobre el calendario laboral. El problema era adecuar las fiestas a la estructura laboral de la Unión Europea, superando un amplio conjunto de festividades extendidas a lo largo del año. La racionalización de los intercambios comerciales y del funcionamiento compartido de instituciones, servicios, comunicaciones y programas, lo exigía. Era necesario limitar las fiestas y acercarnos a una práctica coordinada con el calendario europeo.
Pero la experiencia tuvo sus contratiempos. Como diría Sancho, con la Iglesia topamos. Una confusión conceptual estaba en la base de las discusiones. La liturgia, las procesiones, los rituales, no requieren que todo un día se declare festivo y no se trabaje. Pueden incluso cambiarse de día, como pasa con el Corpus, que era uno de los jueves que relucían más que el sol y ahora se celebra en domingo. Los días de descanso laboral son, en principio, una práctica que atenúa el esfuerzo, que contribuye a introducir momentos de descanso en el ritmo de la vida moderna. Responden a razones distintas que la práctica de ritos. Aunque muchas veces coincidan. Pero la pugna existió y el desencuentro entre lo religioso y lo cívico ha impedido otras alternativas.
Veamos un ejemplo: a principios de diciembre de esos años nos encontrábamos con lo que se dio en llamar el viaducto, por ser evidentemente algo más que un puente y por ser de facto una semana casi sin trabajar. El día 6, (día de la Constitución) y el día 8 (la Inmaculada Concepción) se amontonaban en una misma semana. Una u otra fecha debía ser eliminada o trasladada. Y no había forma de moverlas. El día de la Constitución era la fecha que nos integraba a todos los españoles en una celebración cívica. El de la Inmaculada era inamovible para la Iglesia, la liturgia no lo permitía. Y ahí continuamos. Tener una celebración para todos requiere un esfuerzo de consenso y participación. Y tener las cosas claras.
La fiesta de la Inmaculada Concepción celebra que María, la madre de Jesús, no fue alcanzada por el pecado original, a diferencia del resto de los humanos. Fue un tema confuso de debate dentro de la cristiandad, que se prolongó durante siglos, y que Pío IX zanjó en 1854 con la publicación unilateral de un solemne decreto declarando que la Inmaculada era un dogma esencial para la fe, hecho insólito hasta entonces porque los dogmas fueron siempre materia de los Concilios. La Iglesia Ortodoxa se desvió de este dogma y nunca ha sido aceptado por los miembros de las iglesias protestantes, por su falta de apoyo bíblico y patrístico. De modo que celebramos algo que distancia a los católicos del resto de los cristianos. Le fe impuesta genera divisiones.
No me puedo imaginar a la comunidad musulmana celebrando estas fiestas católicas. Como no puedo imaginarme a los occidentales celebrando la pascua musulmana. Pero unos y otros, dejan de trabajar en esos días.
 Desde después de la Ilustración, en las democracias occidentales solemos celebrar efemérides que realzan símbolos o momentos de las conquistas democráticas, del progreso y de las libertades. Nos reunimos para congratularnos de vivir en un espacio en el que las fuerzas dinámicas de la modernidad pueden interactuar para dar lugar a una gran variedad de bienes sociales y materiales. Ello se lo debemos especialmente al sistema institucional, a la estabilidad del pacto social que nos vincula a todos.
La eliminación como festividad del 2 de septiembre, según leo, se justificó en 2011 para evitar suprimir los días festivos de carácter religioso, para “no herir sensibilidades” (sic). Y en la entrevista publicada el pasado día 2, el Presidente decía que esa celebración “en una ciudad con cuatro culturas con sus respectivas tradiciones y celebraciones religiosas, tiene difícil encaje”. Supongo que se refiere a cualquier conmemoración cívica, y que estas se posponen en provecho de las religiosas. Da la sensación de que vamos para atrás. No tenemos un día para congratularnos de estar juntos y de ser quienes somos. Aunque lo peor del caso es que se fomenta la división, y se establece un reparto de fiestas en función de prioridades no compartidas, que se insertan en esta sociedad fragmentada como un lastre del que será difícil despojarse. Es imposible fomentar compartimentos estancos y creer que eso no afectará al futuro. ¿No hiere esto la sensibilidad de nadie?
Celebrar el Estatuto de Autonomía, como un texto legal en sí mismo, puede no resultar relevante. Las leyes por su propia naturaleza son contingentes y circunstanciales. Deben adaptarse periódicamente a la experiencia y a la evolución de las situaciones que regulan. Sin embargo, con la aprobación del Estatuto se alcanzó un acuerdo que durante años resultó imposible. Se superó una situación que había radicalizado las posiciones de los ceutíes como nunca hasta entonces, y el acuerdo nos acercó al resto de los españoles cuando más lejos estábamos. Abrió una época de transformaciones notables. Para compararlo con algo semejante, aunque a escala diferente, sería como si después del actual conflicto catalán nos encontrásemos con un acuerdo nacional que pacificase la convivencia en Cataluña. ¿No sería lo más digno y conveniente celebrarlo?
Falta un liderazgo que aúne las actitudes, que ponga la mirada en el futuro y oriente a todos los ceutíes sobre el camino que deben recorrer juntos, reforzando los lazos que pueden unirnos frente a las dificultades que nos asedian, apelando a la tolerancia y a la comprensión por tantas diferencias que nos separan, y reclamando las responsabilidades y las obligaciones que todo ello comporta. Era una función que los líderes estaban comprometidos a cumplir; hoy ni siquiera se menciona.
Por otra parte, religiones ya tenemos en abundancia, pero existe una absoluta carencia de cultura cívica. Y resulta imprescindible fomentarla. No habrá un futuro pacífico sin ella. Así que, aunque no sea por el reconocimiento de que las propias instituciones políticas tienen un papel de radical importancia, debemos celebrar que nos une un régimen político que es la resultante de una peculiar experiencia histórica, de una configuración específica en nuestra ciudad de los grupos que la forman y de tantas cosas más que hacen que nuestra vida en común pueda ser fecunda y practicable.

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