En el conocimiento del devenir histórico de un determinado lugar contribuyen distintas especialidades de la ciencia histórica y de otras disciplinas auxiliares. Según nos retrotraemos en dirección al pasado se hacen más escasas y fragmentarias las fuentes escritas, hasta que la única vía de información es la arqueología. Incluso para momentos históricos más recientes, la arqueología aporta datos que no aparecen mencionados en los libros y los legajos. También ocurre que la arqueología viene a matizar lo que los textos cuentan. Siempre ha habido exageraciones o minusvaloraciones de los hechos pretéritos con fines políticos o propagandísticos.
Yendo a la concreto, la arqueología ha sido clave para reescribir muchas páginas perdidas de la historia de Ceuta. Nada sabríamos de la prehistoria ceutí sin las excavaciones en el abrigo y cueva de Benzú o de la protohistoria sin el yacimiento fenicio de la Catedral. Para la época romana se contaban con algunas referencias escritas sobre un asentamiento que podría corresponder con Ceuta y con la aparición algunas monedas con la esfinge de emperadores romanos encontradas en distintos puntos de la ciudad, según comentaba, a principios del pasado siglo, el cronista Antonio Ramos Espinosa de los Monteros. Pero no fue hasta el hallazgo de algunas piezas cerámicas en las obras de la escalinata que dan acceso a la Catedral, cuando Carlos Posac pudo demostrar la ocupación romana de Ceuta. Luego vinieron otros descubrimientos, como las piletas para la preparación de salsamenta y salsas de pescado que aparecieron durante la construcción del Hotel la Muralla o el hallazgo del sarcófago romano cerca del edificio Trujillo.
Con la construcción del aparcamiento subterráneo de la Gran Vía se cometió un auténtico expolio de nuestro patrimonio arqueológico. Este execrable acontecimiento supuso la destrucción de una parte significativa del registro arqueológico del istmo ceutí, el espacio urbano más antiguo e importante de Ceuta. Nos han quedado las dos franjas de terreno situadas en el borde de las fachadas sur y norte del istmo. En ambos espacios se han realizado distintas intervenciones arqueológicas que nos han permitido conocer ciertos aspectos de la evolución histórica de los complejos industriales romanos dedicados al aprovechamiento de los recursos marinos. No menos importante fue el descubrimiento de la basílica tardorromana. Gracias al conjunto de estas investigaciones arqueológicas hoy conocemos algunos aspectos sobre la distribución interna de la gran factoría que ocupó el espacio entre el foso de la Murallas Reales y el foso de la Almina.
En estos días hemos tenido la oportunidad de acercarnos a la realidad de lo que fue la Ceuta romana. El seguimiento arqueológico que hemos llevado a cabo en la calle Jáudenes ha sacado a la luz los restos de una parte de la factoría romana que ocupó el corazón histórico de nuestra ciudad. Ha sido una sorpresa inesperada, ya que se pensaba que las piletas para la maceración del pescado no iban más al sur que el del actual trazado de la Gran Vía. Y no estamos hablando de cualquier conjunto industrial. La antigüedad y tamaño de las piletas documentadas evidencian la importancia de esta primera fase de funcionamiento de las instalaciones salazoneras. No menos interesante va a ser el estudio de los niveles de abandono de las piletas o el estrato de destrucción de algunas dependencias anexas a las piletas en una fecha coincidente con la llegada de los vándalos a la antigua Septem.
Todos los datos arqueológicos recopilados durante esta intervención arqueológica serán traducidos e interpretados en clave histórica para avanzar en el conocimiento sobre el pasado de Ceuta. Hay que comentar, en este punto, que toda esta valiosa información se hubiera perdido si no llega a ser por la realización de esta intervención arqueológica. Por fortuna, en los últimos años se ha avanzado de manera notable en la documentación del patrimonio arqueológico ceutí. La obligación de realización un peritaje arqueológico en las zonas declaradas de máxima protección antes de la concesión de las licencias de construcción se ha convertido en una norma consolidada. No ha sido fácil llegar hasta este punto. Desde la ardua tarea de Carlos Posac de convencer a los constructores y obreros para que les avisara cuando aparecieran algunos restos arqueológicos de cierta entidad hasta nuestros días ha habido muchas batallas que librar en los medios de comunicación y en los despachos. En esta labor ha participado algunas personas y entidades, entre ellas la nuestra. A más de uno nos ha costado las antipatías de ciertas personas que llegan a la política con la piel demasiado fina para una tarea expuesta a la crítica cívica. Pero sobre este tema prefiero no entrar en detalle. Allá cada uno con su conciencia a la hora de jugar con el futuro profesional de personas comprometidas con esta tierra.
Volviendo a los hallazgos en la calle Jáudenes, se ha demostrado la importancia de que un arqueólogo supervisará los movimientos de tierra que han sido necesarios para la renovación de las redes de saneamiento y pluviales en esta céntrica calle. La empresa ACEMSA, previa indicación de los técnicos de la Consejería de Educación y Cultura, me contrató estos trabajos y hay que decir que han adoptado una actitud colaborativa y sensible sobre la labor de documentación arqueológica. Esta actitud positiva tiene aún más mérito cuando el contexto general de la obra es el de las prisas y la premura. La Ciudad se ha comprometido a que las obras de remodelación de la calle Jáudenes estarán terminadas antes del inicio de la Semana Santa. Para cumplir el calendario, en estos primeros días de la actuación urbanística, todos hemos puesto de nuestra parte. En lo que a mí me toca, he tenido que hacer pleno uso de mi dilatada experiencia para documentar con rigor y eficiencia las estructuras y niveles arqueológicos que han aparecido en el transcurso de la apertura de las zanjas. La misma premura y me he tenido que dar para excavar y documentar la pileta de salazones mejor conservada. Para ello no ha habido descanso en las horas de luz ni en el fin de semana.
A pesar del esfuerzo y de la dificultad inherente de trabajar en una obra de esta índole, estoy satisfecho del trabajo realizado y de los resultados. He obtenido respuesta a las cuestiones más relevantes que me planteé cuando aparecieron los restos de la factoría de salazones romana. Tengo suficiente datos para determinar la fecha de su construcción y abandono del complejo haliéutico, al igual que he dado con algunas piezas muy interesantes que merecerían un hueco en las vitrinas del museo. Ahora queda un prolongado trabajo de limpieza, inventariado y dibujo del material encontrado, todo ello con vistas a la redacción de una publicación científica que dé a conocer estos hallazgos.
Respecto a la conservación de estos vestigios arqueológicos, se decidió la modificación del trazado de las tuberías para evitar la destrucción de la pileta de salazón excavada y su cubrimiento con una malla de geotextil y arena limpia para preservar estos restos. En otras condiciones hubiera sido deseable plantear una intervención arqueológica en extensión de este yacimiento arqueológico y, posteriormente, la consolidación de estos restos y su musealización. Con el suficiente tiempo y calma se ha podría haber adoptado esta decisión, lo que supondría la peatonalización de este tramo de la calle Jáudenes. De esta forma, contaríamos con otro interesante punto de interés arqueológico en pleno centro de Ceuta. Espero que esta idea sea tenida en cuenta y algún veamos convertida en realidad esta propuesta.
Ahora sabemos lo que esconde en el subsuelo este tramo de la calle Jáudenes. Cada vez que pasemos por este punto de la ciudad podremos recordar el importante conjunto industrial romano que funcionó en este lugar. Es una muestra de un pasado que conviene recordar, ya que nos habla de la estrecha relación que los ceutíes hemos tenido con el mar. Atrapados por la cotidianidad olvidamos lo que como pueblo hemos sido y apenas pensamos en el futuro que nos espera a la vuelta de la esquina. Comparto la idea de Patrick Geddes de que en el pasado de nuestras ciudades se encuentran las semillas de un futuro que, bien cuidadas, puedan dar sus frutos en forma de prosperidad y bienestar para nuestra generación y las venideras. Debemos volver a mirar al mar no ya para explotar sus recursos de la manera tan intensa como lo hicieron los romanos, sino para hacerlo de forma equilibrada y racional. La economía tiene que dirigirse a algo más que satisfacer las necesidades físicas del ser humano. Cada día hay más demanda de experiencias sensitivas, emotivas e intelectuales que consigan alimentar nuestra alma. Estos son los ingredientes de proyectos como el Museo del Mar o el de Salzone. Confío en que estos hallazgos supongan un acicate para las iniciativas comentadas. El mar debe ocupar el lugar que merece en el pasado, en el presente y en el futuro de Ceuta.
Siguen echándose al mar. La Guardia Civil encadena jornadas consecutivas vigilando el entorno del espigón…
Este viernes ha comenzado la décima edición del ‘X Torneo Rosport Cup Navidad’ que se…
En el marco de la denominada operación Canmoney, efectivos de la Guardia Civil han desmantelado…
Varios componentes del SEIS se han desplazado esta tarde a la barriada del Príncipe Alfonso,…
Se arrastran por los suelos, se suben a las paredes, se cuelan en los patios……
El debut en la fase de clasificación al Campeonato de España de Selecciones Autonómicas para…