Esta semana vuelvo a escribir sobre el OuiShare Fest, el mayor evento global acerca de economía colaborativa. Congregó a más de mil personas de gran diversidad (activistas, informáticos, emprendedores, empleados del sector público y privado, medios de comunicación, etc) dentro de un ambiente muy positivo, con gran cordialidad y diversión. La semana pasada ya escribí acerca de este evento y su lema “¿Perdido en Transición?” de este año, indicando que sabemos en qué punto se encuentra la economía colaborativa pero quizás no está del todo claro hacia dónde nos dirigimos.
También he mencionado en alguna ocasión que la economía colaborativa representa una gran oportunidad ya que el hecho de compartir a través de la tecnología nos abre a muchísimas posibilidades de acceder a productos y servicios que necesitemos. Aquí en España incluso hay estudios tanto de la comisión nacional de mercados y competencia (CNMC) y del BBVA que ven estos nuevos modelos algo a lo que las organizaciones deberían adaptarse.
En el OuiShare Fest nos quedó claro como la adopción de todas estas plataformas colaborativas sigue multiplicándose y a día de hoy, en mayor o menor medida, ya afectan todos los sectores empresariales de nuestra sociedad. El potencial de esta nueva forma hacer las cosas es enorme y de hecho se calcula que ya se han invertido unos 12 mil millones de dólares en empresas de este sector, pero la mayor parte va a parar a las plataformas más conocidas. Además, la cantidad invertida aquí ya representa más del doble de lo que se ha invertido en el fenómeno de las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram, etc), durante un intervalo de tiempo mucho menor.
Por ello, cada vez existen más corporaciones que se están adaptando a este nuevo paradigma que ha crecido tanto en los últimos años. Algunas empresas convierten sus productos en servicios, por ejemplo en Estados Unidos Starbucks se está integrando en la app de Uber para que te lleven a la cafetería más cercana. Otras empresas como Ikea están creando sus propios marketplaces para que sus propios clientes puedan comprar y vender muebles usados – mostrando el compromiso de la empresa con la sostenibilidad y la calidad de los muebles. Incluso hay corporaciones que facilitan que sus clientes creen y personalicen sus propios productos, a través de una plataforma adaptada al movimiento maker. Un ejemplo de esta última es la marca de juguetes Hasbro, que al mismo tiempo se benéfica de una parte de la venta.
También existen más ejemplos interesantes. Swisscom (empresa suiza de telecomunicaciones) facilita que vecinos se ayuden al establecer la conexión de internet a través de la plataforma Swisscom Friends. Por último, Barclaycard tiene una plataforma diseñada para millenials, donde ellos mismos eligen a qué organización sin ánimo de lucro destinan los beneficios del banco.
Todo lo anterior son algunos ejemplos de muchos cambios que se están produciendo internacionalmente en las relaciones que las corporaciones establecen con sus clientes. Quizás una de las cuestiones más interesantes en este momento de transición sea ver cómo los ciudadanos ya no seremos meros consumidores, sino también productores de bienes y servicios que a la vez nos volvemos más exigentes. La transparencia es cada vez más patente gracias a internet, a las redes sociales y a la economía colaborativa y poco a poco los clientes podemos (y deberíamos) exigirles mayores compromisos a las empresas de las que obtenemos bienes o servicios.
Las corporaciones se acabarán adaptando a la economía colaborativa al igual que se adaptaron a internet y a las redes sociales anteriormente, pero esto requiere cambios en sus modelos de negocio que llevan su tiempo y no siempre resultan sencillos.