Ayer quedé con unos amigachos de toda la vida. Nos reunimos cada 6 meses si los astros apuntan para que se produzca el encuentro. Aunque han pasado la friolera de 55 años hemos mantenido esa unión incondicional que crece en la adolescencia.
Llamamos a nuestro WhatsApp “Comité central”. Allí nos desahogamos contando lo que se nos ocurre, comentando noticias de todo tipo, recordando, planeando, discutiendo, especulando, recomendando. Nos decimos todo tipo de barbaridades pero nunca nos enfadamos; es como una especie de “ tomatina de Buñol” pero a lo bestia.
Viene siendo habitual que empecemos la ruta cervecera en una librería de postín, solemos ser bibliófilos y bibliómanos. Uno de ellos conoce al dedillo los sitios concretos en los que encontrar todo tipo de publicaciones que le interesan, su casa cada vez se parece más a la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Estando hojeando y ojeando libros me percaté que la dependienta, en voz alta, en conversación telefónica, le decía a su interlocutor que no le había llamado. Los dos se enzarzaron en la discusión sobre la misteriosa llamada que nadie había comenzado.
Pasados tres minutos la dependienta dijo una frase que me inspiró este cañonazo: “Te estoy llamando por el culo”. El caso fue que, al aplastar con sus posaderas el móvil , este se había activado.
Ya me ha pasado alguna que otra vez de activar el teléfono sin darme cuenta y ser oido por el que está al otro lado del aparato; algunas veces comentando con otros parlates temas que afectan de lleno al “invitado de piedra”. En ocasiones, opinando sobre la misma persona que nos está escuchando. También suele suceder cuando no colgamos bien el teléfono después de una conversación y seguimos como loros parlanchines e imprudentes.
“Llamar por el culo”, voy a hacer una propuesta a la Real Academia española.
“Expresión cuyo significado coloquial hace referencia a decir, expresar, declarar y defender lo que uno piensa sin pensar que la persona a la que hacemos referencia no nos está escuchando. Se entiende como un ejercicio de sinceridad absoluta y manifiesta al estar convencido que el interfecto está ausente. Dicha expresión se aplica cuando realizamos por error una llamada de la que no somos conscientes a la persona que va a recibir palos dialécticos a diestro y siniestro”.
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