Opinión

Hablar con el corazón

Llevamos diecisiete años colaborando, todos los sábados, con “El Faro de Ceuta”. Aún recuerdo el primer artículo que escribí. Trataba sobre los valores del patrimonio cultural. Lo redacté con el estilo propio de un profesional de esta materia. No trascendía nada de lo que sentía. Así me enseñaron a mí en la Universidad que debía expresarse un futuro experto en la gestión del patrimonio cultural. Lo emotivo y personal es algo que nunca puede trascender en un escrito “serio”. Desde luego no parece muy apropiado introducir ciertas confidencias íntimas en un artículo científico. En esto yo creo que estamos todos de acuerdo. Sin embargo, este estilo mutilante se extiende como una mancha de aceite e impregna toda nuestra forma de ser y de expresarnos. La razón se convierte en un prepotente tirano y no deja hablar al corazón.

Comentaba James Hillman que “el pensamiento del corazón es el pensamiento de las imágenes, que el corazón es el asiento de la imaginación, que la imaginación es la auténtica voz del corazón, de modo que, si habla con el corazón, tenemos que hablar imaginativamente” (El pensamiento del corazón, editorial Atalanta, 2017). Por suerte, la evolución de las personas que colaboramos en esta sección sabatina nos ha llevado a darle voz al corazón, dejando que la imaginación cobre cada día más protagonismo en estas páginas. Ya no buscamos tanto ofrecer ideas para la reflexión o la acción cívica, sino, más bien, pretendemos despertar la imaginación de quienes dedican unos minutos a leernos. Hemos llegado a la conclusión, nunca cerrada, de que la única manera de lograr nuestro objetivo de proteger y salvaguardar el patrimonio natural y cultural de Ceuta es que los ceutíes perciban y sientan el espíritu de esta ciudad mítica y sagrada.

Ya no nos apetece tanto estar todo el día denunciando las tropelías que se cometen contra nuestros recursos naturales y culturales. Llevamos diecisiete años haciéndolo y el resultado es más bien escaso. Podemos apuntarnos el tanto de haber vencido algunas batallas, pero la guerra es difícil que la ganemos. La desigualdad de fuerza es demasiado fuerte para que tengamos alguna posibilidad de alzarnos con la victoria. Nuestro bando sigue siendo igual de escaso en efectivos y el poder de la megamáquina no deja de incrementarse con el paso de los años. Tampoco es que nos demos por vencidos. Nuestro compromiso es firme y decidido. No obstante, como hemos comentado con anterioridad, hay que hablar a las personas con el corazón sin queremos llegar a ellas. Bueno, la verdad sea dicha, cuando uno aprende hablar con el corazón la razón pasa a un segundo plano, aunque no desaparece ni es bueno que lo haga.

La primera prueba que debemos superar para que hable el corazón es desterrar a la vergüenza. Nos da un miedo atroz expresar lo que sentimos y pensamos. Parece que nos hace más vulnerables si dejamos ver lo que realmente somos. De que logremos el éxito en esta primera prueba depende la posibilidad de pasar de individuo a persona. Para alcanzar este objetivo tenemos que seguir el consejo de Ralph Waldo Emerson y confiar en nosotros mismos. Un ser humano, escribió Emerson, “se queda tranquilo y contento cuando ha puesto el corazón en su obra y ha hecho todo lo que ha podido; pero lo que ha hecho o dicho de otro modo no le dará sosiego”. Encontramos en estas palabras del sabio de Concord otra explícita llamada a actuar y hablar con el corazón.

Como decía J.Hillman, la voz del corazón es la imaginación. A menudo confundimos la imaginación con la fantasía. Esta última surge del pensamiento desbocado, sin rumbo ni destino. También tiene su utilidad para el equilibrio psíquico, pero es bien distinta de la imaginación. Imaginar es darle forma perceptiva a los sentimientos y pensamientos. Les pongo un ejemplo. En mis últimas excavaciones arqueológicas he tenido la suerte de dar con algunas calles de la Ceuta medieval y novecentista. Según iba limpiando las piedras de estas antiguas vías urbanas pensaba en las personas que hace muchos años, incluso varios siglos, las pisaron. Su memoria se ha perdido. Ya nadie las recuerda. Ni siquiera sabíamos de estas calles que han vuelto a ser pisadas gracias a la arqueología. De alguna manera me siento cercano a esos antepasados nuestros de lo que desconocemos sus nombres y sus biografías. Estos sentimientos despiertan, a su vez, mi pensamiento y mi interés por conocer la Ceuta de aquellos entonces.

Haciendo uso de la información que obtengo de la excavación y de la consulta de planos, fotografías y los trabajos publicados por otros colegas hago el esfuerzo de reconstruir en la imaginación a esta Ceuta desaparecida. Quisiera saber el aspecto de la ciudad, los trabajos y oficios de sus gentes, su cotidianidad, los conocimientos hoy perdidos, sus ideales sociales, económicos y políticos, etc… Me interesa, especialmente, cómo percibían y sentían los maravillosos paisajes que son posibles contemplar desde Ceuta. En definitiva, lo que despierta mi curiosidad es acercarme a su sentido de la belleza. Este interés se acrecienta cuando tengo entre mis manos algunos fragmentos de una jarra decorada con la técnica de cuerda seca. La he recuperado del relleno de un horno de cerámica del siglo XI. Me deleito con la finura de las paredes, con los motivos vegetales y geométricos que la decoran y con el vivo color verde del vidriado que resalta los dibujos de la jarra. Es un trabajo artesanal hecho con esmero. No hay rastro de prisas ni apresuramiento.

Todas las personas que ven estos fragmentos de cerámica expresan lo mismo: “esta gente sabían hacer bien las cosas. Eran más listos de lo que pensamos”.

Aún por la noche, entre la vigilia y el sueño, regresa a mí el color verde de estas cerámicas. Me evoca ideas trascendentes sobre el significado de este color y su relación con el espíritu de Ceuta. Lo pongo también en relación con las minas de cobre y hierro del Cardenillo en el Sarchal. Mi imaginación se nutre de mis percepciones, experiencias, sentimientos y conocimientos adquiridos en estas excavaciones arqueológicas. Las recojo, en mis escasos ratos libres, en mi cuaderno personal. Intento registrar, como escribió Emerson, “sin cálculos para el futuro o el pasado, día por día, mi honrado pensamiento”.

Se puede decir que llevo un doble diario de excavación: uno científico y otro íntimo. Cada uno cumple una función distinta. Del primero saldrá una publicación científica, mientras que del segundo es difícil que trascienda algo. Pienso, como Henry D. Thoreau, que “quien escribe un diario es un proveedor de los dioses. En cada frase hay dos caras: una es contigua a mí, pero la otra mira a los dioses y nadie la ha afrontado nunca”. Es posible encontrar un camino intermedio entre lo científico y lo personal. Quizá podamos escribir con el corazón una explicación más poética y sincera de los objetos que descubrimos en el transcurso de una excavación arqueológica, o por ejemplo, de las especies observables en una inmersión en un fondo de corales. Estoy convencido, por propia experiencia, de que una percepción y una curiosidad más aguda son las que conducen a los descubrimientos más relevantes y novedosos. Puede que este tipo de relatos, como menos carga científica y más emotiva, despierten el interés de los lectores. Estamos necesitados de sinceridad, de valentía, de imaginación, de simplicidad expositiva, de sincero amor por lo que no rodea, de aprecio por la belleza y de búsqueda de la verdad. Se nos conoce como el Homo Sapiens, pero, ¿Quién se acuerda del Homo Emotivus? Para él existe el llamado Mundus Imaginalis, del que trataron autores como Ibn Arabi o Swedemborg. Merece la pena conocerlo.

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