Al inicio de la calle Galiano, haciendo esquina con el Malecón y mirando a la Bahía de la Habana, se encuentra el Hotel DEAUVILLE. Nombre de origen francés, el de una ciudad costera en Normandía. Su construcción se inició merced a la disposición de 1955 −de Fulgencio Batista− que favorecía fiscalmente, concedía beneficiosos préstamos del gobierno y licencias para casinos, a aquellos inversionistas que construyeran hoteles de más de un millón de pesos o clubes nocturnos de más de doscientos mil. Es cierto que, cuando estuvieran en funcionamiento, recogería unas buenas comisiones de los ingresos. Era una oportunidad atractiva para los mafiosos norteamericanos, que construyeron unos cuantos hoteles y casinos en la capital cubana. Entre ellos el Deauville, inaugurado en 1957, con su cabaret y dos casinos – llegó a tener cuatro– propiedad de Santo Trafficante y otros mafiosos. Sus catorce plantas y 140 habitaciones, costaron casi dos millones y medio de pesos, aunque es un edificio austero sin gran notoriedad arquitectónica, caracterizado por el brillante color azul de sus fachadas.
Su vida fue corta porque con la llegada de la Revolución, en los primeros días de enero de 1959, multitudes revolucionarias–como ocurrió en otros hoteles y casinos– arrasaron y saquearon sus instalaciones. En octubre de 1960 el gobierno castrista, al igual que a otros muchos, lo nacionalizó.
Para su historia, el hecho más significativo es que el hotel fue testigo, el 5 de agosto de 1994 y los siguientes días, de lo que se llamó “el maleconazo”. Constituyó una serie de manifestaciones contra el gobierno – no conocidas desde el triunfo de la Revolución–, incluso contra Fidel, de una multitud de personas reclamando libertad. Muchas de ellas, a pedradas, destrozaron los cristales del hotel y parte del mismo. Ciertamente, también fue testigo de la presencia, el día 6, del propio Comandante que se desplazó al lugar, se mezcló con la gente y con su carisma y sus palabras suavizó la situación. A partir del 2017 se empezaron una serie de medidas de renovación, en el deteriorado hotel, cara a la gestión de su administración por parte de una empresa británica.
A solo 200 metros del Nacional, en la esquina de la calle 21 y N de El Vedado, se encuentra el Hotel CAPRI. Se construyó, como otros hoteles, aprovechando la mafia el apoyo financiero y fiscal del gobierno de Batista. Diseñado por el arquitecto cubano José Cánaves en 1956, tiene 19 pisos, 250 habitaciones – curiosamente, según tradición de la época, carecía del piso 13– con el estilo modernista de los años 50 y su correspondiente casino. Su propietario era Santos Trafficante, aunque, como en otros casos, se disimulaba figurando diversos miembros mafiosos como accionistas o llevando la gestión.
Se inauguró el 27 de noviembre de 1957 y en la misma participó el actor y mafioso George Raft – encargado durante un tiempo de las relaciones públicas –y asistiendo incluso el capo Santos Trafficante y políticos, senadores, empresarios y artistas. Curiosamente no tuvo presencia–a pesar de estar en la Habana– el también importante miembro de la mafia, Meyer Lansky.
La llegada de la Revolución en 1959 y la prohibición de los casinos acabó con la esplendorosa vida del Capri– su casino se convirtió en el cabaret Salón Rojo– aunque siguió teniendo una importante presencia en El Vedado. En la década de los 90 fue conocido como Hotel Horizontes Capri. Cerró en el 2003 y a partir del 2010 se sometió a una reparación total, con modernización de instalaciones. Participaron más de 300 operarios y su coste ascendió a más de 33 millones de pesos cubanos. Su reinauguración se celebró el 28 de diciembre de 2013.
Como dato anecdótico, puede citarse que el hotel y la piscina de su terraza han servido como escenarios en secuencias de las películas “Nuestro hombre en la Habana” y “Soy Cuba”. Incluso en el guion de la II parte de “El Padrino”, figura una reunión del protagonista, celebrada en el hotel Capri. En realidad− a causa del embargo de EEUU a Cuba− hubo de rodarse la escena, simulando el Capri, en República Dominicana. Entre sus huéspedes, acogió a: Salvador Allende, Frank Sinatra, Libertad Lamarque, Nat King Cole, Robert de Niro, Francisco Rabal, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Ana Belén, Víctor Manuel y otros.
En el Paseo del Malecón se encuentra el impresionante Hotel HABANA RIVIERA. Su creación está relacionada con los deseos de la mafia americana y de su promotor Meyer Lansky – mano derecha de Lucky Luciano–de crear un paraíso del juego, que sirviera para regir sus negocios en EEUU fuera de las leyes y el control de su país, apoyándose además en las ayudas financieras y fiscales a su construcción que recibiría del gobierno de Batista.
Su modelo fue el hotel Riviera de Las Vegas y empezó a construirse en diciembre de 1956 sobre unos irregulares terrenos, por los que se pagó más de un millón de dólares. El proyecto y los planos fueron elaborados en Miami, dotándolo con 21 pisos y más de 350 habitaciones todas con aire acondicionado– primer hotel con esta característica en Cuba– y vistas al mar. Tenía la piscina de mayor tamaño de La Habana y su coste de ejecución ascendió de once a catorce millones de dólares.
Se convirtió en el casino más grande del mundo fuera de Las Vegas– incluso se diseñó una acústica que permitía escuchar el ruido de fichas y máquinas en otras zonas del hotel, como reclamo –y en el mejor hotel de lujo del país. Su inauguración tuvo lugar el 10 de diciembre de 1957 con una gala musical a cargo de la actriz Ginger Rogers y fue bendecido por el Cardenal Arteaga. El estilo y la decoración aún conserva el ambiente de los años 50, con esculturas de artistas como Cundo Bermúdez, Florencio Gelabert, Hipólito Hidalgo de Caviedes y Rolando López Dirube. Inicialmente fue operado por una denominada sociedad anónima, que encubría la propiedad de Lansky y otros mafiosos. Trajeron de EEUU personal especializado en el manejo del juego y se calcula que, en sus primeros cuatro meses de funcionamiento, el casino ganó más de tres millones de dólares.
Como ocurrió con los demás casinos y hoteles, la llegada de la Revolución el 1 de enero de 1959 supuso el final de su actividad– Fidel Castro celebró una rueda de prensa en el hotel el 22 de enero– y en octubre de 1960 lo nacionalizó, junto con los demás de la ciudad. Fue gestionado por la cadena estatal Gran Caribe y en 2017 la cadena española Iberostar asumió su gestión con nuevas inversiones. El 18 de abril de 2012 fue declarado Monumento Nacional y en diciembre de 2015− según prensa norteamericana− parece ser que herederos de Lansky tenían pensado proceder a reclamación al Gobierno cubano, de restitución por la confiscación del hotel.
En el Habana Riviera se han alojado muchas y diferentes personalidades como: Abbot y Maurice Costello, Gabriel García Márquez, Stewart Granger, William Holden, Ava Gardner, Alain Delon, Olga Guillot, Nat King Cole, Chucho Valdés, Alicia Alonso, Kid Chocolate, Angela Davis o Valentina Tereshkova.
La manzana enmarcada por las calles L, 23, 25 y M, en la codiciada zona de el Vedado, la ocupa el impresionante− titulado en la actualidad− Hotel HABANA LIBRE. En él me alojé, hace años, durante mi primera estancia en La Habana. Su construcción fue sin duda fruto de una serie de contactos y negociaciones bastante dificultosas. Finalmente, gracias al compromiso de la Caja de Retiro y Asistencia Social de Trabajadores Gastronómicos, se consiguió el apoyo de Batista y se obtuvieron, de diferentes procedencias e instituciones, las financiaciones necesarias.
El proyecto y ejecución fue realizado por un estudio norteamericano y otro cubano. Contaba el hotel− de hormigón armado− con 27 plantas, más de 570 habitaciones y su casino. Su coste fue de 24 a 28 millones de dólares y durante un tiempo fue el hotel más grande y de mayor altura de Sudamérica.
El 19 de marzo de 1958 tuvo lugar su inauguración privada, a la que asistieron más de 300 invitados y entre ellos Conrad Hilton, y las actrices norteamericanas Esther Williams y Ann Miller. A los tres días se hizo la inauguración oficial– con el nombre de Habana Hilton– y apertura al público, con asistencia de la esposa del presidente Batista.
Con su llegada a La Habana, el 8 de enero de 1959, el dirigente revolucionario Fidel Castro decidió residir y montar su Cuartel General en el Hilton– concretamente en la habitación 2324, conocida como Suite Castellana – durante tres meses.
La administración Hilton continuó dirigiendo el hotel, pero evidentemente el cambio de sistema socioeconómico repercutió en los balances y hubo que realizar despidos. La confrontación con el Gobierno llevó a que éste, el 11 de junio de 1960, lo nacionalizase. A partir de entonces se le cambió el nombre y pasó a llamarse Habana Libre. Su actividad no tenía nada que ver con su esplendor inicial. Se dedicó a alojamiento de personal nacional e incluso a otras actividades, entre ellas− durante un tiempo− ubicación de la embajada de la Unión Soviética.
A principio de los 80 sufrió una remodelación y a principios de los 90− con la caída de los soviéticos− el Estado cubano planteó la gestión mixta con empresas extranjeras y en este caso fue la española Sol Meliá la que, a partir de 1996, gestionó el hotel. En 1996 y 1997 se hicieron nuevas reformas y abrió las puertas de nuevo en 1998. Durante la visita de Juan Pablo II ese año, ocuparon el hotel más de dos mil reporteros internacionales y en 2016 fue Centro de Prensa, por la estancia de Obama. Han sido huéspedes, entre otros: la astronauta Valentina Tereshkova, Mario Moreno, Cantinflas, Elizabeth Taylor, Alain Delon, Matt Damon, Naomi Campbell e incluso, en 2015, la controvertida Paris Hilton– bisnieta del expropiado propietario– que no sé si se alojó en él, pero sí es cierto que publicó una foto con el Habana Libre como fondo.
Sin duda, dos anécdotas marcan la historia del Hotel que podían haber cambiado el devenir del país. En 1960, la CIA convenció a una antigua amante del líder para que lo asesinara en la habitación que compartieron durante un encuentro. La alemana Marita Lorenz– ese era su nombre– parece ser que se arrepintió y no realizó el atentado, a pesar de que el propio Fidel, tumbado en la cama, le ofreció una pistola para que le disparara. Aunque, conociendo al baqueteado personaje, lo más probable es que el arma estuviera descargada. En 1963, un camarero debía introducir una cápsula de cianuro en uno de los batidos que Castro solía consumir. La inutilización de la misma en el congelador, le salvó también en esta ocasión.
Con esta serie de artículos, que finalizo, he pretendido mostrar parte de la esencia de la apasionante y bella ciudad de La Habana, a través del protagonismo de los históricos hoteles que la habitan.
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