Tuve el lujo de conocerlo y de tratar con él. Porque lujo es haber conocido al abogado Pablo González, otro de los grandes junto al desaparecido Emilio Jalil. Charlar con don Pablo era algo mágico, porque su sabiduría te generaba, de manera inmediata, un reconocimiento interior de lo mucho que, a quien le escuchara, le quedaba por aprender. La verborrea de don Pablo, su claridad de pensamiento y su personalidad le convertían en alguien especial. Si a esto le añadimos su integridad y su moralidad... entenderán por qué les cuento esto.
Pablo defendía a muerte los casos en los que creía. Todavía recuerdo cómo peleó por defender a un empresario de esta ciudad para que se hiciera justicia con él, tras ser apisonado por este sistema corrupto que tiende a introducirse en los despachos. Le daba igual tener de frente a todo un Ministerio de Defensa o a un comandante general, al final con tesón, empecinamiento, entrega y estudio la verdad tenía que florecer de alguna manera. Recuerdo sus reflexiones y valoraciones en torno a este asunto y su lucha por estar del lado de quien, creía, llevaba la razón. De la pelea de Pablo por las causas que llevaba pueden hablar quienes han sido sus clientes. Algunos lo han hecho ya públicamente, escribiendo verdades como puños, otros lo han comentado en otros foros, coincidiendo todos ellos en la figura que les había defendido.
Profesionales de la justicia o de la educación ya han hablado, y bien, sobre una persona que ha dejado huella. Y eso es lo verdaderamente importante en esta vida, en este mundo de paso al que, como tontos, nos aferramos entregándolos a lo material como si en ello nos fuera la vida. Dejar huella, que te recuerden, que permanezcas vivo en el pensamiento de muchas personas es seguir con vida, es haber dejado este mundo de paso para seguir haciéndolo en espíritu. De don Pablo, estoy segura, se seguirá hablando. Se le seguirá recordando, como se añora a don Emilio y a tantos otros que nos han ido dejando, encontrando con la muerte el auténtico sentido de la vida.