Guinea Ecuatorial, un país vinculado a España que se desenvolvió como metrópolis de esta pequeña república del África negra durante cerca de dos siglos (1778-1969), años más tarde, aquel período de soberanía hispana no aquietaría el proceso de descolonización, al aparecer un gobernador opresor, capaz de apisonar a la urbe y de paso truncar las relaciones con la vieja madre-patria.
Todo, auspiciado en el marco de un movimiento global motivado por la Organización de las Naciones Unidas, fusionado a la declaración de una conciencia nacional africana y la creación de la Organización para la Unidad Africana (OUA), patrocinarían dicha causa, porque, el ingreso de España en la ONU llevaría aparejado acatar sin reservas la Carta de Naciones Unidas, debiendo poner al corriente sus territorios no autónomos.
La provincialización y posterior concesión de autonomía a Fernando Poo, conocida como Guinea Española, después colonia y posteriormente, provincia de España en África entre los años 1959 y 1968, como, asimismo, el Río Muni, no impedirían la descolonización.
Y, por si fuera poco, la presión internacional junto al deseo de recuperar Gibraltar, propiciaron la rendición de cuentas al respecto, en una etapa temporal que podría arrojar alguna luz sobre este contenido y otros asuntos políticos y sociales, que ilustraron el devenir de este y otros países, donde indiscutiblemente persiste la huella indeleble del Reino de España, en lo que hoy es actualmente la República de Guinea Ecuatorial.
Con estos indicios preliminares, las independencias conjeturaron la llegada de numerosos estados africanos con sus protagonistas, siendo los actores potenciales en el espinoso ideal de afianzar los nuevos cambios derivados de la descolonización. Tras la Independencia de Fernando Poo y el Río Muni, siete mil españoles optaron por permanecer en la recién estrenada Guinea Ecuatorial, pero, ni tan siquiera habían transcurrido seis meses, cuando apresuradamente tuvieron que renunciar a este territorio.
Ahora, el nuevo gobierno perseguía hacer desaparecer aquellos restos de todo un pasado español, en aras de un horizonte sombrío que despuntaba.
Ya en 1945, al darse por concluida la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas ganadoras encabezadas por los Estados Unidos de América, acordaron refundar, sino modernizar, la antigua Sociedad de Naciones, mediante un organismo universal que avalase la paz y la seguridad en el planeta; para ello, era necesario optimizar el nivel de vida y preservar a toda costa los derechos humanos. Es así como surgía la ONU, instituida inicialmente con 51 estados miembros.
Si bien, el 12 de octubre de 1968, una fecha para no olvidar, aparecía un nuevo Estado con el nombre de República de Guinea Ecuatorial, que se colocaba en el número treinta y ocho de las naciones continentales, lograba revertir los mecanismos de subordinación y poder por una tendencia política inestable.
Definitivamente, Guinea Ecuatorial se independizaba de España, promulgando su filiación hispánica y entregando la mejor recompensa al dominio que condujo estos espacios africanos, durante nada más y nada menos, que ciento noventa años.
Por lo tanto, lo que en este pasaje se pretende, es mitigar el oscurecimiento de memorias cruzadas entre España y Guinea Ecuatorial, poniendo voz a una Historia común, que arroje luz sobre una de las regiones más enigmáticas de la antigua colonia africana.
Una superficie que conserva su propia diversidad de lenguas, pero donde el español ecuatoguineano es la lengua nacional de carácter oficial y comunicación interétnica.
Sin embargo, existen insignificantes aclaraciones sobre lo acontecido o lo que sobrevino. Si cabe, sobre la declaración de materia reservada de la antigua colonia española, como si de un cuentagotas se tratase, las deducciones iniciales de la presencia española en África y sus vínculos con el tráfico de esclavos, o el protagonismo militar y religioso; o, sobre la frustración de este proceso y sus efectos desencadenantes en la vida de miles de personas.
Luego, estaría haciendo referencia a las premisas y precedentes con las consiguientes situaciones y realidades que rodearon esta presencia española, dándose por concluidos cerca de doscientos años hispanos en esta región y que inexplicablemente han sido arrinconados.
Haciendo una breve descripción geográfica de este lugar, Guinea Ecuatorial ostenta una extensión de 28.051 kilómetros cuadrados, cuya capital es Malabo. Estando emplazada al Oeste de África y constituyéndose de una franja continental (antiguamente denominada Río Muni) delimitada al Norte por Camerún, al Este y Sur por Gabón y al Oeste por el Golfo de Guinea; y en el Golfo de Guinea, los Islotes de Corisco, Elobey Grande y Elobey Chico y las Islas de Bioko (precedentemente Macías Nguema Biyogo y preliminarmente, Fernando Poo) y, finalmente, Annabón, hoy Pagalu.
Las reseñas de la única excolonia española del África subsahariana, es en su génesis, una demarcación apenas imprescindible estratégicamente para las Coronas que la habitaron, hasta al menos avanzado el siglo XIX, al establecerse el Virreinato del Río de la Plata entre 1778 y 1810.
Históricamente, mediante el Tratado hispano-portugués de San Idelfonso suscrito en 1777 entre las soberanías ibéricas, es decir, entre Don Carlos III de España y Doña Margarita de Portugal, quedaban asignados los derechos sobre el África Ecuatorial.
O lo que es igual, los lusitanos transferían la Colonia del Sacramento, ubicada en el Sur de la vigente Uruguay, más las Islas de Annabón y Fernando Poo en aguas de la Guinea, a cambio del repliegue español en la Isla de Santa Catalina, situada en el litoral Sur de Brasil.
De esta manera, los españoles emprendían la andanza africana.
Desde comienzos del siglo XVIII, la presencia de diversas unidades militares españolas se acentuó, asumiendo un papel bien definido la Armada, ya que las comunicaciones con la Península Ibérica eran exclusivamente marítimas. Hasta que, a mediados del siglo XX, se implantó la vía aérea. Como era habitual en el estatus de provincias ultramarinas, el Ejército, sobre el que se apuntalaba la autoridad de la metrópolis, adquirió popularidad y esplendor.
En abril de 1778 marcharía la expedición de Don Felipe de los Santos Toro y Freyre, VII Conde de Argelejo (1721-1778) para conquistar las Islas. Una decisión que produjo el resentimiento de los mayoristas británicos que negociaban en la zona.
A pesar de no disponer de un centro de aprovisionamiento esclavista para los españoles, el aliciente por este territorio no era notorio, de hecho, esta comarca se desocupó en 1781.
Del mismo modo, la representación británica podría considerarse predominante, aunque, con el pretexto de continuar con la trata de esclavos, en 1820, nuevamente surgiría el interés por apropiarse de Fernando Poo.
A todos los efectos, en 1834 se fundó Port Clarence, la presente Malabo, pero, una vez más, los británicos prescindieron de la Isla. Dándose por iniciado un nuevo periodo de apatía estatal con la alternativa de la venta a Inglaterra.
Pudiéndose referir, que Fernando Poo era más inglesa que hispana.
En el año 1850, en resarcimiento por la pérdida de la América continental en tiempos precedentes, comenzaron a incrementarse las alternativas de España por este territorio y sus intenciones por colonizarlo. No obstante, la posesión persistió de forma intrascendente, como las liquidaciones dispensadas a la colonia fueron minúsculas y mismamente, este dominio era contrapunteado por Francia desde Gabón.
Allende de no tenerse en cuenta la labor del africanista y explorador Don Manuel Iradier y Bulfy (1854-1911), que entre 1875 y 1876 exploró la bahía de Corisco y el Río Muni, lógicamente amplificando el trazado hispano, entraría en escena la Conferencia de Berlín (16-XII-1884/26-II-1885) que aspiraba resolver los inconvenientes que entrañaba la expansión colonial en África y solucionar su repartimiento; por ello, otorgó a España trescientos mil kilómetros cuadrados.
Más adelante, en 1901, se simplificó el área asignada a tan solo veinticinco mil kilómetros cuadrados.
A grandes rasgos y simplificadamente, la colonia comenzó a ser beneficiosa, principalmente, gracias a la recolección de café y cacao, con clase obrera liberiana, fang y sierraleonesa. Gradualmente, el negocio ayudó a enriquecer a los empresarios españoles y africanos, sustancialmente por los altos costes de las labranzas de exportación. Pronto, el personal de origen liberiano hubo de ser sustituido por nigerianos.
Llegado a este punto, la premura por la descolonización, entendiéndola como ‘el proceso de independencia política en relación con la nación extranjera que lo domina’, se hizo notar en 1955, cuando España era aceptada por las Naciones Unidas.
Para contrarrestar el flujo independentista que iba en incremento, la metrópolis dispuso provincializar los departamentos que constituían la colonia subsahariana. Justamente, en 1963, se procedió a un referéndum que al año siguiente emplazó a un régimen autonómico.
Mientras, la ONU, sabedora que legítimamente se habían reconocido algunos de los partidos políticos y se suscribiera una conferencia que dotara a este país con una Constitución que le llevara a convertirse en territorio autónomo, prosiguió forzando a Madrid para que confiriera la Independencia. En la citada reunión, se liberaría con todo tipo de suspicacias, si se avalaba en bloque o bien, por regiones independientes.
Concluyentemente, prevalecería la primera de las iniciativas que defendió el delegado Don Francisco Macías Nguema (1924-1979), más adelante, entre 1978 y 1979, primer presidente democrático post-colonial del país.
El referéndum constitucional se celebró en agosto de 1968 e, inmediatamente, se convocaron elecciones presidenciales; tras las mismas, Macías constituyó gobierno junto a integrantes de otras formaciones políticas.
Lo más interesante residió, en que, desde ese mismo momento, en aquella metrópolis operaban dos elementos hasta ahora impensables: primero, un texto codificado de carácter jurídico-político como la Constitución y, segundo, un sistema de votación a elegir entre varias opciones planteadas por partidos políticos, basado en la determinación de los votantes.
Alcanzada la fecha crítica del 12 de octubre de 1968, España se desprendía de su única posesión subsahariana, un episodio que perdura postergado, porque, como se ha mencionado previamente, entre 1972 y 1976 respectivamente, todo lo concerniente a esta nación, se clasificó como materia reservada.
Macías que elogiaba a Adolf Hitler, aplicó un régimen de total intimidación y corrupción, paralizando la Constitución e inhabilitando a los partidos políticos, amén de promover el éxodo de residentes españoles. Aumentando la burocracia y asignando diversos puestos entre influencias y familiares. Conjuntamente, puso de pretexto golpes de Estado ficticios, con el fin de deshacerse de quienes desconfiaba o sospechaba, culpabilizando a España de estar detrás de esta espiral inexistente.
Vagamente, las relaciones con la exmetrópoli pasaron a ser de enemistad, evidenciándose, que Guinea Ecuatorial se distanciaba a los ojos del mundo, con gestos que no venían al caso como los surgidos en 1970, con el rechazo en la entrada de corresponsales del exterior.
Entre tanto, desde 1969 a 1979, la represión acarreaba cifras que no quedaban por debajo de los 50.000 fallecidos.
En definitiva, no resultó sencillo descolonizar Guinea Ecuatorial, porque no se había dispuesto este entorno, y, por si fuera poco, no existían técnicos experimentados para encargarse eficientemente del Estado, ya que muy pocos guineanos habían alcanzado los estudios superiores.
Por tal motivo, cuando compareció la Independencia, muchos funcionarios acordaron seguir expresamente al servicio de la dirección del nuevo país, pero, objetivamente, dependiendo de las autoridades españolas. Inclusive, se quedaron dos compañías de la Guardia Civil designadas para garantizar la seguridad.
El nuevo Estado que acababa de comenzar a avanzar, indudablemente, sin las aportaciones de España, tampoco iba a desenvolverse como era de esperar, porque la economía pendía de las ayudas al cacao que normalmente concedía la metrópolis.
En las postrimerías de 1968, inmerso en un contexto de indudable escepticismo, Macías emprendió una concatenación de discursos extremadamente antiespañoles, acompañado de tentativas golpistas por parte del ministro de Exteriores Don Atanasio Ndongo Miyono (1928-1969), que a la postre, traspasaron la línea roja de lo que estaría por acontecer.
Con este talante implacable y de atropello, los seguidores de Macías promovieron artimañas amenazantes y ataques desmedidos contra los españoles y guineanos proespañoles.
Hechos puntuales que, debido a la realidad insoslayable de inestabilidad política, obligaría a que una mayoría implorase cobijo en los cuarteles de la Guardia Civil; ya, con anterioridad a los acontecimientos que se filtraban, la administración de la capital del Reino había aconsejado que los allí residentes, abandonaran de inmediato el lugar.
En 1969, la ‘Operación Ecuador’ y un puente de Iberia, hicieron viable que miles de españoles pudieran trasladarse con lo puesto. Vislumbrándose, que no quedaba nada, para que inminentemente se diera por extinguido el sueño neocolonial.
Poniendo al corriente, que España contribuyó con decenas de miles de millones de las antiguas pesetas, sin obviar, la gran labor desarrollada por cooperantes y misioneros en las parcelas de educación, sanidad e intervención cultural de la joven república de Guinea Ecuatorial, pese, a que en los últimos momentos su volumen descendió, entre otros supuestos, por la vertiginosa amplificación de la renta per cápita del país, a raíz de la bonanza petrolera. Sin inmiscuir, la suma de riqueza invertida.
Con el claro propósito de moderar esta deriva y la pérdida de influencias, España fortaleció su contribución, confeccionando el Primer Plan Marca, por el que se comprometía a conservar sus favores cuatro años más.
Ahora bien, las condiciones políticas internas e internacionales podrían catalogarse como irresolutas, topándonos ante el desequilibrio de un régimen totalitario, engendrado por disputas fronterizas con los países colindantes. Pero, para interpretar debidamente este escenario, es determinante catalogar la atracción que ha conllevado las reservas petrolíferas que se encuentran en sus costas. Véase, que entre 1998 y 2002, el producto interno bruto se ha multiplicado por siete.
A la luz de nuevos hallazgos de gas natural y petróleo en aguas contiguas a la Isla de Bioko, antigua Fernando Poo y en la región continental del Río Muni, se han incrementado las perspectivas más fundadas, convirtiendo a Guinea Ecuatorial en un gran productor mundial de hidrocarburos para un futuro próximo.
Irrumpiendo, como no podría ser menos, la dimensión geopolítica estadounidense, por el valioso subsuelo de petróleo que se esconde en este pequeño estado y que rentablemente es extraíble con la tecnología actual.
En la otra cara de la moneda, la lasitud de este gobierno ha configurado un acicate para que actores externos medien por hacerse con el mando político de este país. España, por lógicas de seguridad nacional y estratégicas, debería amenizar sus proveedores de petróleo, porque Guinea con su producción y reservas, aglutina los requisitos para asegurar los objetivos.
En conclusión, en vista a lo expuesto en el proceso de descolonización de Guinea Ecuatorial, España incurrió en dos graves equívocos: Primero, disipó los deseos independentistas de la etnia bubi, hospitalaria y agricultora, asentada en la Isla de Fernando Poo, que temían una encrucijada de la etnia fang, un pueblo guerrero que hasta épocas cercanas practicaba el canibalismo.
Segundo, las serias imputaciones, deslices institucionalizados y abusos en serie de los derechos humanos, como la falta de nitidez informativa sobre los ingresos para amortiguar la aplastante pobreza de la ciudadanía en un clima impune, al menos, hubiesen quedado aminorados, con un mayor control de la administración española en la convocatoria electoral de la nueva república, que, a la sazón, le han hecho ser heredera de esa apatía política y falta de previsión.
Un bagaje insuficiente para un territorio que en el ayer se ramificó en dos provincias y que repetitivamente se han subrayado en estas líneas: ‘Fernando Poo’ y ‘Río Muni’, o séase, la Región Ecuatorial Española, que, hoy por hoy, nos impele a recapacitar como antigua metrópolis; debiendo ayudar a la democratización y alentar la autodeterminación del pueblo Bubi, para cancelar de una vez por todas, la deuda histórica desde el proceso de descolonización.
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