Categorías: Opinión

Guerra

Las elecciones se asoman por la puerta y la clase política empieza a tener miedo. Unos, porque pueda mermar su parcela de poder. Otros, porque tienen que demostrar que valen y eso es bien difícil cuando los mimbres son más bien escasos. La guerra por las elecciones de 2015 comenzó hace ya varios meses.

En los últimos días lo único que ha hecho es empezar a mostrar su faceta más radical. Aún nos queda por ver mucho más. El nivelazo demostrado hasta la fecha apunta a que los próximos meses nuestra querida y sostenida clase política nos dará una buena lección de lo que pueden dar de sí.
Al ciudadano bien poco le importa esta guerra. Lo que se está produciendo y lo que está por venir forma parte de una lección aprendida. En ésto somos jóvenes sobradamente preparados, ¿se acuerdan del anuncio?, pues el que tuvo retuvo. Ahí estamos nosotros, dispuestos a ver cómo se matan por un voto, a ver cómo nos venden la burra de nuevo, a ver cómo dibujan el perfil de político preocupado por nuestro bienestar eligiendo un traje que no esté ya demasiado visto.
Al ciudadano todo esto le parece un juego. Más o menos insultante, pero un juego. Fíjense que hay veces que hasta uno se divierte viendo las escenificaciones de honradez extrema que hacen unos y las de preocupación por esta Ceuta cada vez más enrarecida de los otros. La ciudadanía camina asfixiada por una situación económica de la que ni unos ni otros han demostrado tener capacidad para sacarnos. La ciudad muestra una cara bien distinta a la que entiende una clase política incapaz de empatizar con esa realidad social que va más allá de aprobaciones de partidas económicas simbólicas o subvenciones momentáneas.
Que el exviceconsejero Ahmed se haya ido llevándose su escaño me importa bien poco. Que Carracao amenace con llevar su escénica rueda de prensa a la Fiscalía Anticorrupción no me quita el sueño. Que Vivas y su equipo sientan su honor mancillado y decidan trasladar el asunto al juzgado no forma parte de mi agenda. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Más llama la atención los sueldos que se reparten unos y otros, el cobro por asistencia plenaria en la que la participación de muchos es nula (1.200 euros al mes por permanecer unas horas solo un día haciendo dibujitos en un papel o jugando con el móvil... resulta un atraco a mano armada), las comisiones que se están embolsando por representaciones en consejos de administración. Esto sí que me molesta, porque parece que  aquí los unos y los otros se han montado un juego político para, mientras se creen que divierten al personal con sus historias, llevárselo calentito a final de mes. Unos por hacer bien poco, otros por cobrar incluso sin trabajar, salvo honrosas excepciones (demasiado escasas). De las guerras siempre hay quienes sacan tajada. En estos preliminares a la gran contienda de 2015 se está viendo que hay quienes se juegan la vida quizá porque no quieran volver al día a día de buscarse el pan con sudor.

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