Opinión

Guerra di classe

Las publicaciones paracientíficas de los años 50 y 60, con la Segunda Guerra Mundial aún muy fresca en la memoria, desdibujaban un siglo XXI lleno de parabienes en el que la Humanidad iba a llegar a su máximo esplendor.
La cruda cotidianeidad no sólo nos demuestra, desgraciadamente, lo equivocadas que estaban esas previsiones sino que, además, vivimos una absoluta involución en todos los campos.
La merma de intelectuales de vanguardia comprometidas –viviremos mucho tiempo de la memoria de José Luis Sampedro-, de lideresas políticas, sindicales o vecinales capaces de darle sentido al concepto de participación hacen que, “mucho a mucho”, nos vayamos adentrando en una sociedad yerma en lo que a capacidad de razonamiento crítico se refiere.
Consecuentemente, esta creciente y flagrante merma de cualquier aptitud para poder llevar a cabo un análisis contracorriente, está, cada vez con más virulencia y a toda velocidad, transformándonos en masa amorfa, como cualquier rebaño. Algo extremadamente querido por las ideologías totalitarias por la facilidad de manipulación que implica.
Evidentemente, y de forma inversamente proporcional, todo esto provoca que nos alejemos del concepto de ser unidades pensantes, tan reivindicadas por las librepensadoras, por ser la única forma de poder materializar la utopía buscando siempre un más allá en los anhelos del ser humano.
Utilizando como denominación la cabecera de la publicación que dirigía el ya muy mencionado en este H2SO4, Camillo Bernieri, no queda más remedio que afirmar que estamos inmersas en una auténtica guerra di classe. Y esta guerra di classe la estamos perdiendo las de abajo a pesar de las recientes incorporaciones pseudorevolucionaroides al arco parlamentario que podrían hacer pensar lo contrario.
Tanto es así que quienes deciden sobre nuestros destinos no tienen ya ningún reparo en afirmar, como lo hizo Warren Buffet –uno de los hombres más ricos del mundo- que “hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”. Tras esa declaración rebosante de cinismo, no hubo respuesta. Está claro: enfrente no hay nadie. Simplemente hemos dejado vacía nuestra posición crítica.
Obviamente se me podrá rebatir que aún quedan Noam Chomsky o la escritora Naomi Klein como voces discordantes para hablarnos de cómo nos manipulan. Y, efectivamente, “aún quedan”. Es decir, que no dejan de ser algo testimonial que no encuentra, en el grueso de la sociedad, ni eco, ni relevo o ni siquiera un mínimo interés.
¿Por qué? Porque mientras la crisis siga arrasándolo todo, nuestro horizonte de preocupación se va a seguir limitando a poder comer y pagar la vivienda. Insisto, todo está calculado.
La destrucción sistemática de una clase media con capacidad de reacción y el hundimiento en lo más profundo del lodo de las capas humildes de la sociedad, trae como consecuencia el brutal ascenso de un absolutismo económico que siempre sueña con volver a los feudales tiempos de la esclavitud, con las siervas de la gleba como mano de obra casi gratuita. Y, no se equivoquen, tan alejadas de eso no estamos.
Esta situación de ataque frontal a los derechos históricamente arrancados desde 1789 –insisto, muy lejos de ser espontánea- tiene como sangriento agravante la imposibilidad de articular cualquier barricada intelectual y/o reivindicativa en torno a una gran organización que canalice esa lucha, simplemente porque, en la práctica, esa “gran organización” ya no existe.
Cierto es que otras estructuras sociales siguen siendo, desde hace siglos, unos verdaderos laboratorios del pensamiento –si se me permite la expresión- que permiten avances sustanciales dentro de una discreción muy mal entendida por la mayoría. Pero sigue faltando la materialización de esas ideas a pie de calle.
Así pues, continúa existiendo un inmenso vacío que impide que pueda pararse el tsunami social elaborado por el poder que se está abatiendo, implacablemente, sobre nosotras.
Condenadas al medievo político y social, las dos próximas generaciones deberán sobrevivir a una cruenta guerra di classe hasta que, quizás, y como el ave fénix, unas pocas hagan renacer de debajo de las cenizas esa organización capaz de seguir reivindicando una sociedad en la que la Libertad sea la base, la Igualdad el medio y la Fraternidad el fin. Es eso o las cadenas, no hay otra posibilidad.
¿Por qué dos generaciones? Simplemente, porque dentro de dos generaciones ninguna de sus integrantes tendrá ya nada que perder, al tiempo que la maquinaria totalitaria habrá ido perdiendo fuerza por su propio desgaste interno. Evolución pura.
En ese momento, esas que llevarán un mundo nuevo en sus corazones volverán a reinventar el concepto de ser humano como único y se plantarán ante los que hoy nos masacran para decir “basta”. Usarán libros como explosivos, palabras como armas y educación como munición.
Ya lo sé, no es nada nuevo, ya se hizo con éxito en aquellos tiempos en los que los ateneos libertarios sembraban, barrio a barrio en quienes nada tenían, la capacidad de pensar, de reflexionar y de construir.
La guerra di classe que estamos perdiendo miserablemente es ya una evidencia. Nuestra absoluta inacción, también.
Evidentemente, usted sabrá lo que más le conviene, pero si lo de las dos generaciones le parece demasiado lejano y no está dispuesta a que le sigan masacrando sin piedad, siempre está a tiempo de iniciar el camino de la contracorriente. No le quepa la menor duda de que ahí nos encontrará a muchas.
De lo contrario, engrase bien las cadenas.
Las galeras están a punto de zarpar.

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