Aquella guerra de Ifni/Sahara ignorada pero no silenciada, ya que por mucho que los ignorantes se empeñen en que hubo censura y hasta que se ocultaba lo que allí sucedía, las hemerotecas y los testigos son el peor enemigo que tienen estos nuevos “demócratas de nuevo cuño”. Ahí están las crónicas que desde las mismas trincheras enviaban los periodistas –algunos de ellos fallecidos- y otros que viven Ricardo Fernández Latorre, Torcuato Luca de Tena, Fernando Ors, Rufo Gamazo Rico y Salvador López de Latorre, así como otros enviados extranjeros.
Un cabo de la Benemérita
Juan Rubio Martos, en los años 1950 cabo de la Guardia Civil, era un experto conocedor de Ifni y de sus habitantes baarnaranis, en junio de 1956 llegaba al aeropuerto acompañado de su esposa María Luisa Díaz Alcoba y de sus hijos Juan y Evaristo, ambos de cuatro y dos años. Pero en esta fecha era la tercera vez que llegaba al territorio y se había ganado el respeto y el cariño de sus habitantes, estricto cumplidor de su deber pero ante todo muy humano, los baarnaranis le tenían un alto aprecio. En junio de 1956, el entonces cabo primero Juan Rubio Martos se hace cargo del puesto de la Guardia Civil de Sidi Ifni, por haber salido de permiso el brigada que lo mandaba, y cuya misión de la Benemérita en dicho territorio era el control de pasajeros y expedición de pasaportes, pero el problema que se encontró fue que los nativos no acudían a ningún trámite, porque el partido Istiqlal boicoteaba a las autoridades españolas, para lo cual amenazaban a los nativos y hasta castigando a quienes acudían a las oficinas del Gobierno General.
El cabo primero Juan Rubio Martos hizo llegar por conducto oficial al alto Estado Mayor todos estos incidentes, pero comprobó que dichos informes no llegaban a sus destinatarios. Ante ello optó por enviarlo al brigada del cuerpo Barriuso con destino en el Tercio de Tenerife, aunque enviándolos a nombre de su esposa a su domicilio en el barrio de San Honorato en La Laguna, cuyo brigada los hacía llegar directamente al coronel-jefe del duodécimo Tercio en Tenerife y de aquí llegaban a Madrid. Ello derivó en una escandalera del Gobierno General de Ifni, por haber puenteado el conducto reglamentario, pero sirvió, a partir de dichas fechas, para que el cambio resultase más que efectivo. El 23 de octubre de 1956, el cabo primero Juan Rubio Martos es destinado al puesto de Tabelcut, frontera con Marruecos, donde se encontraba su esposa y sus dos hijos menores. Hombre precavido, el cabo Rubio Martos, viendo cómo se desarrollaban los hechos, informó a sus mandos de las carencias de armamento y material ante un previsible ataque que no tardaría mucho tiempo en producirse.
Hasta la llegada del teniente de infantería Felipe Sotos Fernández como jefe del puesto de policía de Tabelcut, la guarnición era de un cabo de policía y una escuadra de soldados musulmanes, tan poco de fiar que el cabo primero Rubio Martos de la Benemérita elevó un informe para cesarlo, y lo único que se hizo fue trasladarlo como jefe de un puesto con musulmanes. Tras el ataque en noviembre de 1957, este sujeto desertó, se pasó con su armamento al Ejército de liberación y, como premio, fue ascendido a alférez de dichas bandas rebeldes.
Puesto de Tabelcut
Al tomar posesión como gobernador el laureado general Mariano Gómez-Zamalloa, su experiencia como lo que era, un gran soldado, y comprobar las carencias para la defensa de Tabelcut, ordenó la incorporación inmediata del teniente Felipe Sotos Fernández, así como una escuadra de soldados europeos, y también una caja de munición y otra de granadas de mano, aparte de la dotación que el puesto contaba.
El 23 de noviembre del año 1957 atacan el puesto de Tabelcut, ello según un amplio informe del cabo primero Juan Rubio Martos de la Guardia Civil, los atacantes eran entre unos 100 o 150 miembros del Ejercito de Liberación, con lo que contaban los españoles era un armamento obsoleto y munición escasa para una larga defensa, a pesar de ello, aguantaron los sucesivos ataques impidiendo que los rebeldes conquistaran el puesto.
Desde el 23 de noviembre hasta el 26, estos largos tres días con un cuadro desgarrador, allí estaban la esposa del cabo primero Rubio Martos, María Luisa Díaz Alcoba, y sus dos hijos, Juan y Evaristo, de cuatro y dos años, encerrados en una habitación. Eran llantos y escasez de víveres, y en este tercer día llegó un parlamentario marroquí que quería hablar con el jefe del puesto, pero se le indica que venga el jefe del puesto de policía marroquí de Mirleft, por ser conocido de los españoles. Este caíd dialogó con el teniente y prometió que para no prolongar esta defensa y evitar sufrimientos a la mujer y sus hijos, prometía que se entregasen que se les respetaría y serían devueltos a España vía Ceuta. Confiando en la palabra de este jefe marroquí, fueron trasladados a Mirleft aquel puñado de defensores exhaustos tras los días de asedio; en principio, el trato fue correcto pero ya de madrugada les obligan a salir y en dicho instante se abalanzan sobre ellos ocho o diez miembros del Ejército de Liberación y los amarran con cables, y a continuación, los llevan en dirección a Agadir y llegan hasta Taufraudt. Aquí se presentaron unos mandos del Ejército de Liberación y el que ostentaba el mando les habló en perfecto español, prometiendo que el trato iba a ser con toda corrección. Durante año y medio estuvieron alojados en unos ocho o diez puestos distintos. Los primeros meses de cautiverio, el trato fue inhumano, desde poca comida hasta encerrados durante todo el día en habitáculos impropios para personas. Ante ello, el cabo primero Rubio Martos, un hombre de carácter firme, solicitó que se presentase un mando para exponerle este trato inhumano y, efectivamente, se presentó un coronel de nombre Aomar, que ordenó fuesen tratados con respeto y les facilitaron mejor comida y ropa. En ningún Estado de Derecho cabe semejante barbaridad en el trato como sufrieron estos 40 españoles, entre ellos, tres mujeres y dos niños que nada tenían que ver como combatientes, pero lo mas canallesco fue lo que le sucedió a María Luisa Díaz Alcoba, la esposa del cabo primero Rubio Martos, la cual, embarazada de varios meses le sobrevinieron unos agudos dolores, fue trasladada a un centro sanitario, donde fue atendida por un ATS marroquí ya que el médico no podía atenderla porque era español. Viendo la gravedad, la trasladan al Hospital de Agadir y aquí, por la desidia en dicho tratamiento, el resultado fue que tuvo un parto con un niño muerto. La liberación llegó porque con ellos había un suboficial francés también prisionero llamado Garciaguerra, este les le ser prometió que si él era liberado antes que ellos, lo primero que haría sería ir en Francia a la embajada de España y comunicar el cautiverio de estos españoles, ya que en España se ignoraba el paradero de estos.
Y así sucedió. Al comunicar este suboficial francés el cautiverio de estos españoles, el Gobierno se puso en marcha exigiendo al Reino de Marruecos la inmediata liberación de las 40 personas. Y el 5 de mayo de 1959, en el Palacio de Rabat, en un acto más bien triste, eran liberados por el Rey Mohamed V y la presencia del embajador de España, entre ellos tres soldados de Tiradores tinerfeños: Pelayo Rosa Viera, de Güímar; José Rosa Fernández, de Granadilla; y José Rubio Plasencia, de Playa Santiago de la Gomera.
Este cautiverio mi buen amigo (q.e.p.d.), el general Rafael Casas de la Vega, lo describió así: "... El secuestro de estos prisioneros españoles, en de mujeres y niños por parte de Marruecos, va contra todo estado de derecho y constituyó una lamentable injusticia...".
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