En el museo de Cádiz hay un esqueleto con grilletes sin válvula de escape. Por lo visto no es raro porque en otras excavaciones también han aparecido restos similares. Nos horrorizamos ante tales descubrimientos, porque ahora somos blanditos por fuera y muy políticamente correctos, pero déjenme pensar en el novio de mamá que fue sentenciado a 4 años por abusar de una niña de 10 que pasó de respetarle en casa, a odiarle porque le hacía “hacer cosas muy malas”.
Llevamos grilletes de por vida, créanme. Nos los ponen al nacer, solo que no lo sabemos porque son –encima- invisibles y no nos pesan hasta que no damos cuenta de ellos. Nos rodean el alma con cosas, primero muy pequeñas, luego con enormidades, que unos asimilamos y otros embuchamos hasta que un mal día saltamos de un balcón sin piscina adosada. Las argollas de hierro del Museo de Cádiz iban incorporadas a los tobillos de una esclava que solo pudo sacárselas cuando ya muerta los pies se le distorsionaron. Ya saben, la muerte es allanadora de problemas que nosotros oxidamos.
Como les decía todos llevamos grilletes y solo unos pocos afortunados encuentran la clave para sacárselos, aunque sea a base de matarse y regenerarse a paladas. La esclava, no. Esa supo lo que era la libertad, por escasos momentos en los cuales el corazón le corrió a mil dentro del pecho, sintiéndose lo que había sido antes de esa miseria que era obedecer para no morir de desaliento. No saben cómo la entiendo. Cómo les entiendo a todos y cada uno de los que caminamos por decreto de nuestros padres, porque querían un varón y salimos con género, a los que pateáis las calles sin que en casa os espere ni un perro , a los que lleváis en la chepa cargas que os devoran sin saberlo. Cómo os entiendo, porque me pesan las huellas, los sinsabores, el sol que me quema y el presente grilleteado por los “no quiero”.
Cómo os entiendo. La niña de 10 - que ya tendrá esa edad por aquello de que la Justicia va en barca- ha visto cómo sentenciaban a menos años al abusador que los que habrán pasado desde que lo hizo.
Niña valiente que le contó a mamá lo que el despiadado había hecho cuando se quedaba a su cuidado, en la confianza que nos da una relación que prospera. Niña valiente que habrá soportado pesadillas, malos ratos, la adolescencia y ese sentimiento de culpabilidad que habrán intentado frenar terapeutas , pero que se clava como los grilletes que te han puesto para hacerte esclava de vicios y perversiones de abusadores, sin pizca de humanidad cotidiana.
Cuatro años de condena a cambio de toda una vida. Cuatro años de privación de los que hará pongamos dos, por buena conducta o por reducción o por peripecias, que una niña abusada en su casa y que lo contó puede hacer cosecha propia sin tener que exigir a la Justicia contraprestación más que esa, que es a todas vistas desesperante. No puedo atisbar el horror, la impotencia, ni el coraje antepuesto a todo para decirle a tu madre -con 10 años- que su novio te ha violado, que ha hecho contigo lo que nunca debió hacer. Ahora los grilletes- que en el museo de Cádiz llaman argollas- están expuestos oxidados porque el hierro se viste de marrones cuando se funde con el oxígeno del Planeta. La niña, no. Ella se habrá convertido en una jovencita que ojalá (de verdad lo digo) haya pasado página y crecido en la conciencia plena de que no hay nadie más fuerte que ella, más valiente, ni más heroína, porque poner un pie tras otro para continuar el camino -cuando nos hemos roto los dientes con las piedras- es tarea épica donde las haya. Todos tenemos grilletes de por vida porque nos marcan nuestras circunstancias, lo que los nuestros dibujaron para nosotros aún antes de que nos concibieran. Está ahí presente como los azules del cielo o el frío o las calificaciones. Por eso solo unos pocos se liberan, porque hay que ser muy fuerte para quitarte unos grilletes que nacieron para ser argollas eternas.
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